Diego Lamagna, 27 años, almuerza con su madre en la casa de Sarandí. Y ve en la televisión cómo la Policía montada les tira los caballos encima a las Madres en la Plaza de Mayo. Se dice: “Tengo que estar ahí”. Es el jueves 20 de diciembre de 2001. El presidente Fernando de la Rúa dictó el estado de sitio. En las calles, el hambre y la confiscación de los ahorros: el estallido. Diego había empezado a trabajar a los 11 años por las noches en una panadería, después de la muerte de su padre. No pudo terminar el secundario, pero en 2001 es uno de los mejores bikers de la Argentina, un precursor del BMX freestyle. Arma rampas y pistas. Organiza exhibiciones. Volvió de Villa Carlos Paz, provincia de Córdoba, para pasar las Fiestas junto a su madre.
Cerca de las cuatro de la tarde, en Avenida de Mayo y Tacuarí, Lamagna es asesinado de un disparo de bala de plomo en el pecho. Será uno de los 39 muertos en todo el país durante la represión del gobierno saliente de De la Rúa. Los familiares y amigos se enteraron al día siguiente, por la tapa del diario Clarín del 21 de diciembre de 2001: el cuerpo de Diego -sus zapatillas, su bermuda, sus tatuajes- tendido sobre una plazoleta de la 9 de Julio. Menos de tres años antes, él había sido tapa de la revista Biciclub: “BMX & freestyle. Una temporada a pleno”. Es el deporte en el que Argentina, a través del Maligno José Torres Gil -el abanderado argentino en la clausura de los Juegos-, ganó el único oro olímpico en París 2024.
Lamagna se había comprado su primera bicicleta -una Aurorita que modificó para que fuese de BMX- a principios de los 90, por los clasificados Segundamano. La práctica de hacer saltos de motocross pero con una bici nació en los 70 en California, Estados Unidos. En los 80, las películas Los bicivoladores, de 1983 y 1986, proyectaron el boom. Diego encontró refugio y amor en la bici. “Laburaba de noche en la panadería y le daba la plata a mi mamá. Y un día me dice: ‘Pude juntar. ¿Me acompañás a comprar una bici?’. Nos fuimos de Sarandí a Barracas a buscarla. Era muy modesta. La gente no veía normal a un pibe grandote en una bici. Él tenía revistas. Los que lo practicaban tenían otro target, no el nuestro. Ahí empezó y llegó a ser muy conocido. Le daban ropa, zapatillas, presentó bicicletas para la marca Vairo. Siguió laburando y profesionalizándose”, cuenta Karina Lamagna, su hermana, dos años mayor. “Él militaba el BMX. No le importaba romperse la cabeza con tal de que el truco le saliera, o quedarse en patas o sin cuadro de la bici para dárselo a un pibe que no podía comprarlo. Lo mismo hizo ese día en Avenida de Mayo. Su espíritu guerrero estaba vinculado a su pasión. Era un señor de la bicicleta. Armaba rampas, circuitos, eventos. La tenía clara. Me parecía una locura que viniera con una resonancia porque había tenido un traumatismo de cráneo, o que agarrara un serrucho y se arrancara los yesos. Era su aventura. Amaba mucho a su bicicleta y todo lo que le provacaba”.
Laureano Vallejos era amigo de Diego Lamagna. Se quedaban a dormir en sus casas para armar y desarmar bicis, para aprovechar las rampas cercanas. Editor de la revista fotográfica Induce BMX Mag y fabricador en Raw Bike Customs, Vallejos lleva casi diez años de trabajo en un documental de estreno próximo acerca de la historia del BMX en la Argentina, deporte olímpico desde los Juegos de Tokio 2020. Para él, Diego es -y será- “Nano”, como le decían. “Empezó a andar a finales de los 80. Es uno de los primeros bikers de la Argentina -sostiene Vallejos-. En la historia, el padre del BMX argentino fue Tato, Sebastián Dekmak, de Quilmes, que ahora tiene más de 50 años. Diego tenía conexión con la gente de zona sur. Había muy poca información. Los primeros conseguían las partes y las revistas por familiares que viajaban al exterior. Acá no llegaba nada. Y fue más en zona norte, San Isidro y Martínez, Capital, por el poder adquisitivo. A zona sur llegaba un poco más tarde. Imaginate la garra que Nano le puso, carecía de otros recursos”.
Pero la década del 90 avanzó y arrasó, de abajo hacia arriba, y las pistas y las rampas se levantaron, las importaciones se tornaron imposibles, los sponsors poco a poco desaparecieron, y se acabaron los viajes al exterior. “El deporte tuvo un salto muy grande cuando se abrió una pista en Parque Sarmiento. Reunió a todos. Se hicieron campeonatos y se ordenó el deporte. Pero con la crisis, murió -contextualiza Vallejos-. Yo me puse a trabajar de delivery y había andado para Adidas. Hubo una marca de ropa que, cuando empezó la crisis y cayó el apoyo a los deportistas, le empezó a dar ropa al Oso Arturo, de Videomatch, y no a Diego. Siempre estuvo indignado: lo habían cambiado, literalmente, por el Oso Arturo, una tipo disfrazado. Nos han llamado para ir y les dijimos que no. Era nuestro deporte. Eso fue generando un enojo generalizado. Todo se caía, no sólo la economía. Y Nano empezó a buscar otro camino. Se fue a Villa Carlos Paz, y ahí hizo una especie de parque de rampas”. Bikers de Córdoba capital, donde se inició el Maligno, remarcan que Lamagna los dejaba entrar a la pista para que practicaran cuando el BMX era elitista, inaccesible.
Diego Lamagna sí había dado una exhibición en el programa de Susana Giménez. Pero, ante todo, había agitado el BMX de aquí para allá: autodidacta, construyó rampas en Quilmes, Ezpeleta, Bernal, en el KDT. Cuando se subía a la bici, volaba, sobresalía del resto con trucos en alturas. Con Maximiliano Benadía, entrenador del Maligno, se conocieron. Contemporáneos en un mundo en el que todavía se conocen todos con todos. En 2014, en Wilde, a un costado del Acceso Sudeste, se inauguró un bike park para que practiquen chicas y chicos. Lo homenajea: se llama Diego Lamagna. En 2016, la esquina de General Acha y Avenida Belgrano, en Sarandí, la de la cuadra de la casa donde vivía, recuerda a Diego Lamagna. También una placa en la vereda con su nombre y apellido en Hipólito Yrigoyen y 9 de Julio, cerca de las de Carlos Almirón, Gastón Riva, Gustavo Benedetto y Alberto Márquez. Son las cinco víctimas de la Policía Federal en la represión del 20 de diciembre de 2001, la mayor aquel día en el país, ya que se intentó asesinar a otras cuatro y 227 sufrieron lesiones. “El responsable mayor fue De la Rúa, que con la complicidad de su amigo (el juez Claudio) Bonadío fue sobreseído. Esto se repite en todas las familias: gente que convive con el plomo en su cabeza, a la que le sacaron un ojo, que se quitó la vida por no poder soportarlo. No tuvimos justicia”, describe Karina. En el velatorio de Diego, en la casa de Sarandí, la cuadra se llenó de bicicletas. La poca paz que consiguió, dice ahora Karina, fue a partir de las movidas de BMX que siguen hasta hoy.
Nadie cumplió prisión efectiva por el asesinato de Diego Lamagna. En 2016, tras dos años de juicio, el Tribunal Oral Federal N° 6 condenó a la cárcel al exsecretario de Seguridad Enrique Mathov, al exjefe de la Federal Rubén Santos y a un grupo de policías que disparó con armas de fuego. Sin sentencia, la causa duerme en la Corte Suprema, a pesar de dos sanciones y pedidos de “celeridad” a la Argentina -uno en la presidencia de Mauricio Macri, otro en la de Alberto Fernández- de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. “Siempre cuento con el apoyo de la gente del BMX de esa época, con la mención y el recuerdo -marca Karina, la hermana de Diego-. Algo bueno debe haber hecho. Después de tantos años buscando justicia, la justicia la encontré en la memoria. Con la medalla del Maligno fue la primera vez en 23 años que no tengo que hacer ninguna movida, sino que la hicieron otros y hasta gente que no conozco. Misión cumplida hubiera sido que estuviera vivo, pero es una pequeña caricia a tantos años de lucha en una soledad horrible, porque van pasando los días, se van muriendo todos, y ninguno de los responsables pasó ni un día preso. Es muy injusto. Me puso contenta lo del Maligno. De la justicia, no espero nada. El ‘que se vayan todos’ tuvo un 95% de regresos. Se fueron colando. Era ‘piquete y cacerola’, y hoy las cacerolas son Essen”.
Cuando el policía Víctor Belloni gatillaba su Itaka contra el pueblo con intenciones mortales -hoy reconvertido en pastor evangelista-, Laureano Vallejos, su amigo rider, se ubicaba a metros de Diego Lamagna, aunque en ese momento no lo sabía. Lo pensaba en Córdoba. Se enteró de su muerte también al día siguiente, con la tapa de Clarín. “Espero que la gente se dé cuenta de que el BMX es un deporte serio, que los que lo empezamos a practicar ya estamos todos canosos, y que se apoye y haya un cambio para los deportes nuevos -puntualiza Vallejos-. No digo que todos los que lo hacemos somos medio especiales, pero algo diferentes tenemos. Y Nano lo tenía”. Aunque reconoció que votó a Javier Milei, el Maligno Torres le pidió al Gobierno que “apueste en predios para hacer rampas” y que construya nuevas pistas olímpicas de BMX para “sacar atletas de todos lados del país”.
En la obra teatral de recorrido en homenaje a los asesinados durante la rebelión del 19 y del 20 de diciembre “No tiene swing (pero fue real): 2001”, de la Compañía de Funciones Patrióticas, escuchamos: “El cuerpo del rider, ¿es un cuerpo particular del cual la bicicleta es su extensión? ¿Cómo es ese cuerpo? ¿Cuáles son los músculos que desarrolla? ¿Qué es el cuerpo de un rider sin su bicicleta? ¿Cómo se mueve el cuerpo de un rider al ras del suelo, sin su bicicleta? ¿Cómo volar en la ciudad violenta del 20 de diciembre de 2001 sin bicicleta? ¿Cómo no caer? ¿Cómo levantarse esta vez?”.