En las últimas semanas, la atención de la discusión pública la concentran los “mercados”. Esa entelequia abstracta sobre la cual pareciera proyectarse capacidades de actuar que delegamos. Ya sea por la insistente y permanente referencia al valor del dólar que necesitan los exportadores para liquidar, como por la caída en los valores de bonos y la vuelta del tan consultado “riesgo país”. Todos estos valores concentran la atención de los “públicos”, haciendo un ensamblaje perverso con cierto amesetamiento de la movilización popular después de marchas y paros masivos y la aceptación por gran parte de la política de que el problema de la Argentina está en la “macro”, en el déficit y en la emisión.
En estas narrativas financieras, que se cuelan en las premisas con las que a veces incluso militamos en el propio campo popular, hay una aceptación de que la capacidad de veto sobre un programa económico vendrá en última instancia, del propio mercado.
Así como el RIGI es la etapa superior del endeudamiento, que enajena nuestros recursos a cambio de la promesa de dólares efímeros (que al cuarto año las empresas ya no estarán obligadas a liquidar); la pedagogía de la impotencia de la movilización (la apuesta del gobierno por demostrar que movilizarse no cambia nada) es la etapa superior de la colonización de la conversación pública dentro del estrecho marco de la “macro”, “el déficit” y la ”emisión”.
Primero, nos intentaron convencer de que nuestras movilizaciones y acciones políticas no tienen efectos, o más bien que producen el efecto contrario al deseado (con esto no estoy romantizando la eficacia de nuestros métodos). Luego, avanzaron en el programa represivo que, sumado a la pasividad de grandes sectores de la dirigencia, es lo que efectivamente produce una inmovilidad y delega cualquier acción a las “expectativas del mercado”. La enunciación queda reducida y aceptada sólo si es de los gurúes económicos de la cities, y otros HOMBRES de la economía MACRO.
No vendría mal recordar que desde los años ’70 asistimos a una contrarrevolución neoliberal donde la función de la emisión de dinero (a partir del abandono del patrón oro por parte de EE UU), está selectivamente acotada. Lo que ha sucedido es una disputa política al interior del estado: los neoliberales han expandido la emisión destinada a la remuneración de activos financieros mientras que la han restringido en sus funciones redistributivas. Es decir, han conseguido instalar que la impresión del dinero es mala cuando remunera trabajo y no cuando infla activos financieros.
Eso es lo que viene sucediendo en Argentina desde el gobierno de Macri con la emisión de las LEBACs que luego pasaron a ser las LELIQS: ambas formas en que el Banco Central de la República Argentina pagó miles de millones en intereses a los grandes bancos. Una gran paradoja es que a eso se le llame “pasivos remunerados”, mientras que nosotras como feministas hemos luchado año tras año para lograr reconocimiento de ser “activas con remuneración” que nunca llegaron para las trabajadoras comunitarias por ejemplo.
El tándem Caputo-Bausili convierte este pasivo de los bancos en Letras del Tesoro, que además son ajustables por inflación. El negocio es perfecto porque la deuda de los bancos se transforma en deuda de todxs. Es así que los libertarios no vienen a acabar con el estado en su función de remunerar y absorber deuda de los privados, sino en sus funciones redistributivas.
En contraste a eso, asistimos a una pauperización de las condiciones de vida de la población que incluso nos obliga a tener que hablar de crisis humanitaria. Recientemente realizamos una encuesta desde el Colectivo Ni Una Menos en conjunto con Inquilinos Agrupados cuyos datos arrojan que el 60% de quienes alquilan están endeudadxs. La pregunta es qué sucederá con esa deuda que se acumula. La misma pregunta, a otra escala, es por la deuda del estado que ya creció 65.000 millones de dólares desde que está Milei en el gobierno.
En este contexto, dejar de hablar la lengua de la fuerza de ocupación es fundamental. Necesitamos otras narraciones sobre la economía cotidiana y acciones políticas concretas para convocar y afectar de otras formas a los ajustadx, a lxs desalojadxs, a lxs despedidxs, a lxs precarizadxs. Una narrativa donde no quedemos como impotentes espectadores de lo que decida el “mercado” ni le cedamos el poder de veto.
¿Qué es una lengua y una narrativa contra la ocupación? ¿Cómo se hace escuchar? ¿Cómo funciona políticamente? Como dice Frantz Fanon en Una sociología de la revolución (libro recientemente editado por Tinta Limón / LOM), contando sobre el rechazo de lxs argelinxs a utilizar la radio cuando era identificada como artefacto de ocupación: “La palabra no se recibe, ni se descifra, ni se comprende, sino que se rechaza. Jamás se entra en el juego de la comunicación, esta es imposible, ya que la apertura de sí mismo frente al otro es algo que está orgánicamente excluido de la situación colonial. Una desvalorización de la palabra del ocupante”.
La revolución argelina logra cambiar el uso de la radio, la convierte en un arma popular de combate y comunicación justo cuando se consigue una palabra propia unida a una tarea de liberación. Contra la confiscación que vemos acelerarse, necesitamos otras narrativas y otras fuerzas capaces de desvalorizar la palabra del ocupante.