Nunca fue tan claro que los resultados de unas elecciones depararían en despidos como lo estamos viviendo en estos primeros 5 meses de gobierno de Milei –no solo con los que se dieron en organismos y programas estatales, sino con los que se vienen dando en sectores privados resultado de esta “híper recesión” buscada-. Lo sabían muy bien en la obra los laburantes que se iban a quedar sin trabajo, como los vecinos a los que no les iba a llegar el servicio tan fundamental como el Agua o la cloaca. También esas alumnas que más allá de la edad y el cansancio de la vida adulta decidieron terminar el secundario y les faltaba solo un cuatrimestre que finalmente nunca empezó. Las cartas estaban dadas vueltas sobre la mesa: se charló arriba de un tren, en la cancha, en un rejunte familiar; y en ese escenario se votó porque una o un familiar, o un vecino se quede concretamente sin trabajo. La ola de despidos de estatales (o trabajos en vínculo con lo estatal- y en muchos casos sin recursos directos del estado, sino de financiamiento con organismos internacionales) no fue una consecuencia inesperada de un gobierno entrante; fue una promesa de campaña.
Siempre supimos lo que costaba llevar a cabo esas políticas sociales, muchos más pos macrismo, esa sociedad ajustada donde las mayorías populares dejaron de estar dentro de las agendas públicas, y cada una de esas políticas se sostenían bajo una doble exposición: la de la precariedad de las condiciones laborales en las que se trabajaba (tanto de los dispositivos como la de los laburantes), y la exposición a un contexto más picante en los barrios. Sabíamos que cualquier viento un poco más a la derecha nos terminaría haciendo caer del barco.
¿Se votó para terminar con todas las intervenciones del Estado en la vida cotidiana? ¿Fue un detonante que muchas de estas políticas sociales -por sus propias condiciones de funcionamiento con pocos recursos, salarios bajos, diagnósticos desfasados en lo temporal- no terminaron de intervenir en los problemas concretos que le habían dado su origen? Más allá de esas preguntas abiertas, lo que es comprobable es que nadie le tiene que explicar a un votante de Milei lo que es el Estado. Se lleva muy bien con la trabajadora social de su hermanita que acompaña esa situación tan complicada; estaba feliz por el asfalto que acababa de llegar a su cuadra después de vivir más de 30 años en el barrio, tiene a sus dos mejores amigas que terminaron en el secundario de adultos, cae cada principio de mes a recibir la caja de alimentos a la puerta del jardín, se conoce cada puerta de la salita; una lista interminable en que muchos vectores de la cotidianidad se conectan con lo estatal. Por eso sería un error reducir una explicación al vínculo de las políticas sociales con las mayorías para justificar una fuerza social que habilita el ajuste y los despidos estatales.
Pero si nunca fue tan directo que los resultados de unas elecciones afectarían inmediatamente en nuestras economías, haciéndose efectivo en los primeros despidos en plena fiesta de fin de año-; tampoco nunca quedó tan expuesto las condiciones en cómo vivimos como ocurrió con la pandemia. Se expusieron muchos hilos de la cotidianidad precaria. Ese antecedente sensible (un malestar popular armado de muchas capas), que en la superficie expuso abiertamente que muchos laburantes formales siguieron cobrando y otros no; por lo bajo profundizo esas soledades políticas previas. Miles de mesetas de recorridos y generaciones laburantes que no fueron enunciadas en las últimas largas décadas, que no cuadraban en la categoría de vida laburante formal o familia nuclear. Pero principalmente fue el antecedente más reciente de un momento de recesión –aunque fuera obligada- y de meses sin laburo concreto (el estado de desocupación a flor de piel). Preguntas que llegaban a destiempo como “qué es estar despedido para quienes viven de changas, de ferias, quienes dependen de la guita que circula o no en los barrios o en los centros comerciales”; en la pandemia se volvía pregunta ineludible. Más allá de las salidas de abajo, el músculo militante barrial que prendió las ollas a más no poder; o la salida por arriba, como fue el IFE; esos meses aglutinaron, espacial y temporalmente, y potenciaron un estado de terror anímico previo que todavía tiene sus réplicas. Los efectos de la pandemia exceden lo electoral (aunque no se pueda pensar la llegada de un personaje oscuro como Milei sin la pandemia).
Por eso las ecuaciones simples no sirven. No se trata solamente de creer que triunfó una fórmula que hizo circular la ultraderecha: casta= noquis= despidos. Esa fórmula que ahora más allá de los despidos de estatales, podría ser casta= noquis= curros= despidos, y de esa manera cualquiera puede estar metidos en un curro sin saberlo: los que laburábamos haciendo llegar un servicio al barrio, o en una escuela de adultos; quienes arreglan los trenes para que no nos matemos cuando llegamos a una estación, pero también quienes producen gomas, zapatillas, alimentos. Todo es un curro para esa fórmula. Y la imagen disponible así suelta socialmente, puede significar que todo puede devenir curro para justificar despidos públicos o privados y desviar así la atención pública.
De todos modos, las fórmulas que se posan sobre lo que se arma socialmente no son lo social, no son el terreno de juego sensible en el que vivimos. La guerra no es entre dos bandos claros que puede reducir aquella formula. Están (y seguirán) las escenas de conflictos al interior de familias, barrios, peleas en el tren, al costado de una manifestación. Pero no se trata de una batalla entre “libertarios” y “orcos”, entre pro mercado o pro estado. Se trata de una intensificación de la belicosidad del ajuste y la inflación lo que pasa por lo bajo. En ese enfrentamiento más que bandos se seguirán encontrando escenas de soledad y desierto de imágenes políticas. Más que bandos hay superposición de batallas diarias. Choques que son guerras de la cotidianidad entre laburantes. Conflictos propios de esa movilización de la vida que genera la precariedad, que siempre arma fronteras e inaugura estratificaciones donde antes no los había, generando una geografía de conflictividades que se modifica constantemente. La apuesta del gobierno de Milei es que gran parte de los efectos de los despidos, la recesión se resuelvan en ese enfrentamiento preexistente entre los diferentes modos de vida, que con este ajuste brutal se intensificarán.
A fines del 2019 con el Colectivo Juguetes Perdidos publicamos un libro titulado La sociedad Ajustada. En ese momento nos decían, que ya no teníamos que hablar más del ajuste, que el gobierno de Macri había sido derrotado. Esas hipótesis políticas que contienen el libro, exceden la reducción del ajuste a solo una política económica de un gobierno, e intentaron hacer un mapeo de como el ajuste había transformado la morfología de lo social. El ajuste como hábitos extendidos y modos y subjetividad que se desprendían de ahí. ¿Cómo se gestionó, que afectos produjo, que vínculos pudrió, que heridos y heridas dejo? ¿Se puede pensar que el distanciamiento que ocurrió entre las agendas políticas y las mayorías populares en el último gobierno del Frente de Todos tuvo una de sus raíces en haber ignorado esas transformaciones de lo social; en no haber intervenido sobre los efectos del ajuste en nuestros barrios, en generaciones enteras? ¿Se puede reproducir el mismo mecanismo sí se reduce el discurso de “No hay plata” y solo se lo considera como una política de estado, y no se ve cómo estás políticas están transformando rápidamente lo social, lo modos de percibir lo económico del día a día, las maneras y modos de plantearse o no frente a un despido?
Recesión, desocupación y ajuste brutal, no se puede reducir solo a la discusión de una fórmula, que por estos meses se volverá cada vez más delirante: casta=todo es un curro=despidos masivos. No podemos quedar hablando solo con el ejército de trolls que replicaran esa fórmula; para terminar convocando y politizando todo desde ahí, olvidando los que quedan heridos por lo bajo. Y la obviedad de que ellos mismos son el gobierno de “la casta” (de que se dividieron los ministerios entre los grupos financieros internacionales, como durante el macrismo; y los grupos económicos nacionales, como en la dictadura) no nos devuelve el trabajo, ni el poder adquisitivo de los salarios, ni los terrores económicos de estos meses. Inflación, ajuste, recesión en la precariedad, es guerra directa contra los cuerpos populares. Es intensificar conflictividades, por eso, para las mayorías ese “No hay plata” –más allá de que sea un argumento infantilizado, que se utiliza para simplificarle a un niño pequeño la no compra de un caramelo en un kiosco-, se volvió muy concreto en nuestros bolsillos, se hizo hábito obligatorio para transitar cualquier tipo de expectativa vital estos meses; y a esas soledades políticas, a todo esos garrones acumulados por años, a esos ánimos que otra vez quedan sueltos, quedarán como señales sueltas de esa transformación en la morfología social que se sigue dando. En este escenario sensible, el cuerpo social cansado y sobre exigido por el ajuste brutal ¿tiene resto?, ¿puede sumar un vector más como el desempleo? ¿Cuánto contagian y se sostienen esas bocanadas, esos rejuntes que vivimos estos meses cuando se pone el cuerpo espontáneamente en una asamblea improvisada, en la toma de fábrica, intentando sostener los laburos que se pierden? ¿Cuáles son las posibles retaguardias o cuáles los desencuentros (o no) entre los nuevos caídos (recesión de la obra pública, metalúrgicas, estatales, etc., que veían con un umbral de formalidad) y los que ya venían cayendo hace rato, esas mayorías laburantes que vivían de changas, ingresos y rebusques del día a día?
*Sociólogo, integrante del Colectivo Juguetes Perdidos, Autor de Rima pa los compas, Rap / conurbano / memoria (Tinta Limón 2023)