Este mes se celebra el Día del Pago Igualitario, jornada en la que evidenciamos la desigualdad de ingresos entre varones y mujeres, y cómo las últimas tienen que trabajar 3 meses y 9 días más que sus compañeros para alcanzar la misma masa de ingresos.
No faltaron los comentarios y, tal vez también te lo estés preguntando: ¿esta diferencia entre ingresos vale para todos y todas? La diferencia entre los ingresos totales por mes de varones y mujeres es del 28,4%. Cuando nos centramos únicamente en el ingreso de las ocupaciones principales la diferencia es del 26%, y esta es la llamada brecha salarial.
Si hacemos doble clic en la brecha salarial y separamos por nivel educativo vemos que la diferencia de ingresos es de 51,4% para las personas que cuentan con nivel primario completo, y del 31,3% para las personas con el nivel universitario. Es decir, la brecha crece entre los niveles de menor instrucción, llegando a la alarmante cifra de que en el segmento de trabajadores sin cualificación las mujeres ganan menos de la mitad que sus pares varones. Su día del pago igualitario será a principios de julio.
Las mujeres graduadas
Ahora bien, la brecha para el grupo de trabajadoras universitarias es del 31,3% que es mayor al promedio. Tampoco llegamos aún a su día del pago igualitario. Esto nos muestra que en el caso de las trabajadoras más profesionalizadas no sólo existe la diferencia salarial con sus colegas, sino que la misma crece en relación al promedio del mercado.
¿Qué sucede al interior de este grupo que comparte un mismo nivel educativo? La brecha no es igual cuando comparamos entre los distintos sectores ocupacionales. Es decir, no es igual la brecha que presenten un investigador y una investigadora postdoctorales en Ciencias Sociales, que la que existe entre un varón y una mujer con licenciatura en Ciencias Químicas que trabajan en un laboratorio farmacéutico.
La reciente base de datos del sistema Araucano publicada por el Ministerio de Desarrollo Productivo nos brinda información, para el período 2019-2021, sobre las personas que se graduaron de carreras universitarias entre 2016-2018 y nos permite explicar un poco estas cuestiones.
Para las futuras profesionales, un momento clave de la segregación horizontal (el hecho de que mujeres y varones se reparten en distintos sectores) se evidencia en la educación superior. Mientras que las mujeres son mayoría en carreras asociadas a las tareas de cuidado -a través de la enseñanza y el cuidado de la salud-, o en disciplinas dedicadas al estudio de las relaciones e instituciones sociales, los varones se concentran en disciplinas vinculadas a las Ciencias Exactas y su aplicación en los sectores productivos de la economía con mejores remuneraciones.
El hecho de que las mujeres sistemáticamente estén en disciplinas de estudio que responden a los estereotipos femeninos vinculados a lo social y emocional, o directamente se vinculan a su rol como cuidadoras, da cuenta del carácter estructural de las “paredes de cristal” que luego se observan en el mercado de trabajo.
«Carreras para mujeres»
La feminización de ciertas carreras universitarias se corresponde además con la infravaloración de aquellas disciplinas. Podemos observar que las carreras vinculadas a lo social (sea a su estudio o el cuidado) tienen en promedio salarios considerablemente más bajos que aquellas carreras de ramas “duras”. Así es como se explica la magnitud de la brecha de ingresos general: no sólo existe porque las mujeres trabajan remuneradamente menos horas, sino también porque las carreras en las que está socialmente aceptado que se desempeñen son peor remuneradas.
Para analizar las diferencias entre las brechas salariales de cada rama debemos tener en cuenta las características de las ocupaciones: la extensión y configuración de la jornada laboral, la exposición a situaciones de violencia, las posibilidades de ascenso, las distancias a los lugares de trabajo, etc. Por ejemplo, un aporte de la economía feminista es aquel que señala que las mujeres tienden a ubicarse en sectores de empleo con horarios más flexibles, de forma tal que les permiten conciliar el trabajo en el mercado laboral con la jornada adicional de trabajo doméstico y de cuidados en sus hogares.
Todo esto muestra la importancia de recibir una educación -dentro y fuera del sistema educativo formal- que no refuerce los roles de género, así como de visibilizar la menor valorización de las tareas vinculadas al cuidado dentro y fuera de la esfera doméstica, y la distribución entre varones y mujeres de las responsabilidades asociadas a dichas tareas. Además, es necesario ajustar los salarios de las ocupaciones tradicionalmente femeninas reconociendo su relevancia en la reproducción social y brindar licencias y una jornada laboral flexible para dedicar tiempo a las tareas de cuidado en los sectores productivos menos feminizados. Es decir, es necesaria una respuesta estatal: políticas públicas orientadas a corregir la brecha salarial focalizadas en carreras concretas.