Esta nota podría resumirse con una simple frase: Juana no es Mirtha. Y si bien eso es bastante obvio, el problema que se atiende aquí no es que Viale sea una conductora que desaprovecha recursos e invitados con gracia cuando menos despareja, sino que el rating que viene cosechando es muy malo. En televisión, a veces, 2 + 2 sí es 4.

Hace casi un mes exacto Mirtha Legrand y su nieta desembarcaron -finalmente – en sendos nuevos ciclos por la pantalla de El Trece. Mirtha, como había pedido, en las noches de los sábados, y su nieta, en los mediodías del domingo. De este modo, la diva quedaba reservada para la competencia – a priori, más complicada – con Podemos Hablar, el programa de Andy Kusnetzoff en Telefe, pero también a cargo de un envío más corto y menos cansador; en tanto que Juana se ponía al hombro una emisión más larga y con la competencia más accesible de La peña de Morfi, ya con la conducción de Jey Mammón. En la repartición de las temáticas de las mesas, Mirtha se quedaba con las “políticas” de los sábados, mientras que Juana quedaba con los mediodías de domingo más proclives al espectáculo y las variedades.

No obstante, este esquema que parecía replicar la lógica del año pasado (en el que Juana también estuvo los domingos y Mirtha, con algunos especiales, los sábados), trajo una novedad: el programa de los domingos ya no es el programa de Mirtha que circunstancialmente conduce Juana, sino que ahora es Almorzando con Juana. Ya no se trata de la nieta cubriendo a la diva de los almuerzos, sino que es un ciclo que corre por cuenta exclusiva de Juana Viale. Hasta la abuela sintió pena por el cambio de nombre, según dijo. 

Entonces, la nieta ya no es la nieta: es Juana Viale. Y sin la protección que le ofrecía el hecho de estar reemplazando eventualmente a su abuela, el televidente le exige ahora lo que le exige a cualquier conductor: presencia escénica, capacidad para atravesar la pantalla, empatía con la audiencia, conocimiento de sus entrevistados, facilidad para relacionarlos. Esas habilidades están ausentes en el repertorio de Juana Viale, más habituada a la performance que roza el ridículo (como su última puesta en escena: cortarse un mechón de pelo en solidaridad con las mujeres iraquíes) que a la transmisión de alguna idea o algún sentimiento interesante.

Para su mal, el universo parece conspirar en su contra: a su abuela le está yendo trabajosamente mejor, e incluso el sábado pasado le ganó la competencia de rating a Telefe a partir de exprimir el comodín de L-Gante. Por otra parte, La Peña de Morfi pasa su mejor momento, sobre el ya clásico maridaje entre folclore y cocina tradicional argentina al que la incorporación de Jey Mammón trajo, entre otros, una mayor amplitud en los números musicales. Durante este mes, el programa de Telefe prácticamente duplicó al de Juana Viale, alcanzando 7,5 puntos y 6,5 los domingos 2 y 9 de octubre respectivamente, mientras que Almorzando con Juana logró 3,4 y 3,9 para las mismas emisiones.

Juana Viale fue una grata sorpresa para El 13 durante la pandemia, especialmente en 2020. Reemplazó a su abuela con alguna solvencia y logró convertir su propia torpeza en un valor, al estilo de Susana Giménez. De hecho, el canal y su hermano productor se envalentonaron para convertirla en una voz autorizada del creciente conservadurismo argentino. Pero Juana no es Mirtha. Y sin la protección de la escudería de la abuela los resultados que entrega son mediocres. Ya se ha dicho: una generación hace la fortuna, la siguiente se la gasta.