No hay nada de novedoso en lo que el gobierno de Javier Milei hace con el fútbol. Todo su accionar tiene las huellas digitales de Mauricio Macri, que, sin embargo, como presidente, fracasó en su intento de colonizar la AFA para hacer desembarcar a las sociedades anónimas deportivas en el territorio de las asociaciones civiles sin fines de lucro. Milei utiliza los mismos medios que Macri: la presión judicial y el intento de ahogo económico.
A los movimientos de la Inspección General de Justicia (IGJ), que puso en discusión la mayor parte del temario de la asamblea que el 17 de octubre, entre otras decisiones, reeligió a Claudio “Chiqui” Tapia como presidente de la AFA, el gobierno ultraderechista le sumó ahora el final del régimen especial impositivo para los clubes, lo que desde 2003, cuando lo firmó Eduardo Duhalde, se resumía como decreto 1212.
Lo mismo hizo Macri cuando en 2019 modificó esa norma que aliviaba las cargas previsionales de los clubes. Sobre el final del gobierno de Alberto Fernández, en plena campaña por la presidencia, Sergio Massa restituyó el beneficio mediante un nuevo decreto. La AFA y las instituciones deportivas retenían un 7,5% de los ingresos por venta de entradas, derechos de transmisión, transferencias, patrocinio y otros conceptos, con destino a la seguridad social, en lugar del 30% que suponía no estar abarcado por ese régimen especial. Milei acaba de ponerle fecha de vencimiento para dentro seis meses. Una comisión, con representantes de la dirigencia, determinará los nuevos alcances.
La obsesión por el fútbol expone todas las contradicciones del gobierno libertario. El topo que llegó para destruir al Estado utiliza al Estado para imponerle a un privado (la AFA) que modifique sus estatutos (para incluir a las SAD) violando la libertad de asociación. Y los que dicen que el sector privado paga demasiados impuestos, a los clubes se los aumenta. “El fútbol es una de las batallas más importantes”, dijo Milei. Ante semejante avance, los clubes resisten. La mayoría se abroqueló detrás de Tapia y su armador, Pablo Toviggino. De los 46 representantes que podían votar en la última asamblea, 44 acompañaron todas las propuestas, desde la reelección hasta la suspensión de los descensos en mitad del torneo. Estudiantes no fue. Talleres fue y se retiró cuando llegó el orden del día que ellos mismos discutieron en la IGJ. Fue, ante todo, una gran demostración de poder de Tapia.
¿Que Tapia hace política? ¿Quién no? ¿O de qué se trató la visita de Andrés Fassi, el suspendido presidente de Talleres, a la Casa Rosada para sacarse fotos y regalarle camisetas a Milei? A Fassi, aunque lo nieguen, lo miden como eventual candidato libertario en Córdoba. Pero Fassi repetirá que él no hace política, como ya lo hizo en su explosiva conferencia de prensa posterior al partido con Boca por Copa Argentina, en el que su equipo fue perjudicado por el arbitraje de Andrés Merlos. Es un clásico de los discursos de derecha: son la antipolítica que siempre, por supuesto, hace política.
En el medio de todo esto lo que se pierde es la intervención real de los socios. Justo cuando lo que se defiende es que los clubes son de esos socios. ¿Por qué los dirigentes no discuten primero en las asambleas de sus instituciones cuál es el mandato para llevar a la AFA? ¿No fortalecería eso mucho más la posición de los clubes? La mayor defensa contra la presión de las SAD es la democracia, darle mucha vida interna a esos clubes. Pero también vale para todo. También para Fassi, Talleres y su nuevo vínculo con Milei. Incluso Estudiantes, que es uno de los opositores a Tapia y que coquetea con el empresario estadounidense Foster Gillett (que terminó mal en el Liverpool) y los capitales extranjeros, viene de hacer una asamblea multitudinaria. “Queremos ser uno de los tres clubes más grandes de la Argentina, sin ninguna duda. También salir y proyectarnos mucho más allá. Nadie va a cerrar ningún acuerdo sin exponer nada, somos Estudiantes de La Plata, no somos una empresa privada. No tengamos miedo a lo que viene”, tuvo que aclarar ahí mismo el ex jugador presidente, Juan Sebastián Verón.
¿Qué opinarán los socios sobre suspender los descensos? ¿Y de hacer una Primera División de 30 equipos? ¿Y una Primera Nacional con 40? ¿No afecta acaso a los socios jugar menos partidos como local en el año? ¿O dejar de tener la posibilidad de definir torneos, como se supone que ocurrirá, en sus estadios? Son preguntas que, en principio, parecen tener respuestas sencillas. Pero que valen la pena hacerse para pensar cómo el fútbol argentino merece más debate, incluso por fuera de la cuestión SAD-Asociaciones Civiles. Abrir a los socios, alentar la participación, darle voz, tener representantes con mandatos de sus asambleas, es la mejor defensa para los clubes. Aun cuando, como cita Agustín Colombo en un gran artículo para la revista Anfibia, “con la AFA no se pelea, se pierde”.