Como muy pocas otras actividades en la vida, el fútbol tiene poder amnésico: durante 90 minutos –o como durante un torneo entero, como en el Mundial de Qatar-, los hinchas se olvidan de la economía, del país, de lo que viene. En algunos casos, hasta se olvidan de uno mismo. El último partido del año, el River-Central del viernes por la noche por el Trofeo de Campeones, entró en esa lógica: los campeones de la Liga Profesional y de la Copa de la Liga se enfrentaban por un título, uno de los menos importantes de la recargada temporada doméstica –se reparten seis «estrellas»-, pero un título al fin. ¿Y cuánto vale festejar en esta Argentina de fines de 2023? Más aún si los futbolistas más queridos y experimentados tienen su despedida. Y si, cuando nadie lo espera, también anuncian su alejamiento los jóvenes destinados a marcar una época.
Más allá del 2-0 de River y de los excepcionales 30 minutos iniciales del equipo de Martín Demichelis, el partido también era esperado por los adioses del lado de River. Había de diferentes tipos. De los ídolos modernos, como Enzo Pérez, el volante central que terminó de entrar en la piel de los hinchas –la idolatría es una relación subcutánea en base a proezas- la noche de pandemia en la que fue arquero en un partido de Copa Libertadores. Así como el mendocino lleva ese nombre porque su papá, fanático de River, se inspiró en el gol que Enzo Francescoli acababa de convertirle a Polonia en el verano de 1986 –y también es el caso de Enzo Díaz-, otros chicos riverplanteses ya comenzaron a llamarse Enzo porque sus padres y madres levantaron, entre 2017 y el viernes, la bandera del 24.
En ese mismo combo, también era el adiós a Jonatan Maidana, el viejo cacique que se fue al descenso, volvió a Primera y fue campeón de todo, también de la Copa Libertadores 2018: de Isidro Casanova al Bernabeú, de Almirante Brown a Boca. Podría sumarse, en un nivel inferior, a Bruno Zuculini, a quien se le termina el ciclo, aunque es evidente que en el caso de Enzo Pérez (próximo a cumplir 38 años) también influyó su pelea con Demichelis luego del off the record con los periodistas. A falta de confirmación oficial, además, pudo haber sido el fin para jugadores que, en el caso inverso, no cuentan con la aprobación total del técnico, como Leandro González Pírez o Agustín Palavecino.
Pero además, y no menor, estaba la despedida de uno de esos jugadores a los que el fútbol argentino ya no puede mantener, como Nicolás De la Cruz, el uruguayo –acaso el volante de más calidad en nuestros estadios en 2023- que seguirá su carrera en el Flamengo. Se trata de las leyes de un fútbol exportador: los realmente buenos duran poco tiempo salvo excepciones, en su mayoría regresos elegidos desde el corazón cuando hicieron su diferencia económica. Ahí entran el propio Enzo o, también, Edison Cavani en Boca. Hacía rato que De la Cruz, a sus 26 años, era un regalo de prestigio para nuestros torneos.
Pero lo que no estaba en el presupuesto era que el partido también comenzaría a ser la despedida de Claudio Echeverri, el Diablito, el chico de 17 años. Es famosa una frase del “canalla” más conocido, Roberto Fontanarrosa, que hace más de 25 años dijo que “cualquier 9 de River o de Boca está a 20 goles de ser transferido al fútbol europeo”. Lo excepcional de Echeverri es que, minutos después de su primer partido como titular en River –y a pocos días de cumplir 18 años-, confirmó que no renovará el contrato con el club que lo vincula hasta finales de 2024 y que se quedará, a lo sumo, seis meses o un año más. Hay pocos casos de debuts que se convierten en el inicio de una despedida.
Es cierto: Lionel Messi y Emiliano Martínez nunca jugaron en nuestra Primera División. Y Sergio Agüero y Ángel Di María tuvieron un breve paso, pero paso al fin, por Independiente (54 partidos) y Rosario Central (35). Pero también están los casos inversos: chicos que antes de cumplir la mayoría de edad eligieron irse de los clubes que los habían formado, tentados por un contrato salvador en dólares y, que al llegar a Europa, no tuvieron el desempeño deportivo que esperaban. Se trata de una historia conocida, no sólo en el fútbol: capitales europeos, estadounidenses, árabes o chinos comprando lo mejor de esta parte del mundo. Y que, por supuesto, excede a River: habrá que ver cuántos partidos más le quedan a Valentín Barco en Boca y qué plata recibirá el club que lo formó.
Aunque el fútbol entró en modo vacaciones, el caso Echeverri -un caso testigo- no se tomará descanso. La dirigencia habló del 10 de enero como una fecha importante: es el día en el que River volverá a entrenarse. ¿Lo hará con el Diablito o la dirigencia lo castigará por no renovar el contrato, como ya hizo con otros jugadores? ¿Cuánto tiempo más veremos aquí a un chico cuyos formadores lo comparan con lo mejor de Ariel Ortega y Pablo Aimar? ¿Cuánto dinero le entrará a River, el club que le dio casa a su familia -llegada de Chaco- desde los 11 años: la que el pibe vale o la que dice un contrato que el representante no quiere renovar?
El fútbol argentino, en cierta forma, vive de despedidas todos los partidos: parece difícil que, con este ritmo, un padre de River pueda ponerle Claudio a su hijo. El Diablito ya se habrá ido.