Hasta los ’70, la figura era la de la oposición golpeando la puerta de los cuarteles. Los milicos se cuadraban y con la fuerza de las balas se instalaban en el sillón de las instituciones para representar al poder real. En los ’80 supieron que podía no requerir ir a punta de cañón y, si bien siempre cuesta sangre, otro tipo de cadalso (por caso, el económico) podía configurar la asonada contra el régimen establecido. Descubrieron incluso la variante mediática. O la paradoja de que la Justicia convierta al sistema democrático en su víctima: ocurrió esta semana en Argentina, remedo de lo que (hace poco para olvidarlo) sucedió en Brasil con Dilma.
Esa movida destituyente acabó con un régimen democrático. Acá, por ahora se lo llama “golpe blando”. Alegoría cínica para retratar la realidad de tergiversar los poderes que dicen defender. ¿Es “blando” porque no desalojaron de su silla a quien impuso la mayoría del voto popular? ¿Lo es porque no usan las tradicionales técnicas violentas para su objetivo conspirativo? ¿O porque aún no concluyeron su objetivo de recobrar el poder político, aun relativo, que casi 13 millones de votos le quitaron cuando fue derrotado quien ellos designaron, que a su vez no supo siquiera terminar de cumplir los deberes?
Como sea, revela lo endeble e imperfecta que es nuestra democracia, demasiado expuesta a que ellos se la pasen por el forro. Si no fuera porque el personaje lo hace un oxímoron, Macri tendría razón en afirmar que la democracia está en peligro. Que lo diga alguien como él es un acicate más para reflexionar qué lejos está de la que anhela la mayoría popular: claramente no es esta. Y que tampoco son tiempos para las distracciones. Blando o duro, el golpe a la democracia que dio la Corte está entre los más graves lances que se padecen desde que Alfonsín recibió la banda presidencial inaugurando esta etapa. El mensaje, sin tapujos, es que nos dejemos de joder, que no gobierna el campo nacional y popular, que los que mandan son ellos, que es una “democracia neoliberal”. O que la dejemos de llamar democracia.
Aquella oposición que golpeaba la puerta de cuarteles fue ahora a percutir sus nudillos en los anquilosados robles de Comodoro Py. ¿Será que estos jueces disfrazados de próceres, como esos enjutos generales, no son los meros títeres de quienes realmente mandan y para los que el de presidente es “cargo menor”?
Que la Corte asumiera un cogobierno lleva a cuestionar: si CABA puede/debe hacer lo que se le canta, ¿por qué hace años denigra la educación o la salud, sin ser reconvenida? Frase de Zaffaroni: “Esto hace a la Corte plenamente responsable de todas las consecuencias sanitarias, incluso muertes”. También: si no fueran días de pandemia y la respuesta popular en la calle pudiera ser furibunda (caso “2×1”), ¿los cortesanos habrían fallado igual?
Finalmente, un recuerdo: no era calvo ni tenía esa gestualidad de guasón. Ya por entonces su familia pertenecía al núcleo más acaudalado. No ejerció la política partidaria como su sobrino nieto: optó por la Justicia. En 1908 fue ungido como juez federal en la Ciudad. Y en 1923 Alvear lo nombró procurador. No integró la Corte Suprema, pero junto con sus integrantes avaló el golpe cívico-militar que inauguró la nefasta costumbre cuando Uriburu derrocó a Yrigoyen. Se llamaba Horacio Rodríguez Larreta.
Cruel diferencia, no requirió pulsar ningún timbre sedicioso. Él mismo formaba parte del alma del golpismo. Era parte del poder real. «