David Gilmour por fin lanzó su esperado nuevo álbum como solista. Se trata de Luck and Strange, el quinto de su carrera personal y el tercero editado en el siglo XXI. En el flamante disco Gilmour diserta sobre la vida y su fugacidad, y lo hace con un lenguaje musical muy distintivo, ahora refrescado por el productor Charles Andrew, reconocido por sus labores con el grupo indie-art-rock Alt-J.
El nuevo álbum del guitarrista y cantante de Pink Floyd llega nueve años después de Rattle That Lock, de 2015, y reúne a un elenco que es a la vez fresco y familiar. El productor Charlie Andrew se complementó con músicos veteranos como Guy Pratt (bajo) y Steve Gadd (batería). Pero el guitarrista también sumó a su hija, la cantante y arpista Romany Gilmour, quién desempeña un papel importante en el álbum.
La familia Gilmour
Además de Romany, sus otros hijos dejaron su marca en el listado de temas: Charlie participó de la letra de “Scattered” y Gabriel colaboró en los coros. Como en todos sus discos desde los ‘90, la esposa de Gilmour, Polly Samson, se sumó como letrista y colaboradora directa.
El tono predominante de Luck and Strange es reflexivo, aunque sin caer en la melancolía, con canciones ricamente imaginadas que exploran futuros inciertos (“A Single Spark”), el pasado (“Sings”), el matrimonio (“Dark and Velvet Nights”) y una, la que da el nombre al álbum, que se basa en una improvisación preexistente de 2007 con el fallecido tecladista de Pink Floyd, Richard Wright.
Los arreglos, que frecuentemente incluyen elementos orquestales y corales, se perciben más frescos y ágiles que en su álbum anterior, equilibrando parte de la introspección de este trabajo. Y la presencia juvenil de la voz de Romany contribuye a una sensación en gran medida colaborativa.
Es innegable que es un álbum de Gilmour porque en todo momento sobresale la elegante y lírica forma de tocar la guitarra y su voz envolvente, sus sellos distintivos.