Al igual que lo hizo en 2015 en “La Ballena Azul” del CCK, el aclamado músico panameño Danilo Pérez volverá a presentar en nuestro país en formato solo piano este martes 1 y miércoles 2 de octubre, en doble función, a las 20 y 22.30, en Bebop Club, del barrio porteño de Palermo.
Figura excluyente del jazz, desde su temprana aparición en la Orquesta de las Naciones Unidas comandada por Dizzy Gillespie, en donde coincidió con artistas de la talla de Paquito D´Rivera, entre otros, hasta su participación en el Wayne Shorter Quartet –última formación del recordado saxofonista, junto a John Patitucci y Brian Blade-, Danilo Pérez ha logrado imponerse como una artista que tendió puentes entre el jazz, el folclore latinoamericano y la música afro.
Con doce discos solistas en su haber, entre ellos el laureado “Panamonk”, de 1996, tributo a Thelonious Monk, el músico panameño ha logrado imponerse como un artista versátil y arriesgado, cuya fuerza radica en la increíble conexión con sus eventuales audiencias, tal vez por su fuerte conciencia social y su permanente relación sonora con su país de origen, a pesar de los años que lleva radicado en Boston y su labor como docente en la famosa Escuela de Música de Berklee.
“Cuando estoy tocando, siempre estoy pensando en la posición geográfica de nuestro país, Panamá, en el Puente de las Américas. Siempre estoy pensando que mi música sea como un viaje. La idea es que la gente se monte y sea gratis el viaje. Si de repente percibo una energía en la audiencia, trato de ser un medio entre eso y mi piano. Es terapéutico para mí y espero que lo sea para la audiencia. No soy muy de estudios, los discos son experiencias aisladas para mí. Me gusta el caos, estar haciendo cosas enfrente de la gente”, explicó el artista en una entrevista con Tiempo Argentino.
-Alguna vez mencionaste que Wayne Shorter los instaba a entrar en un estado de “gravedad cero” para encarar una audiencia. ¿Tiene alguna relación con esto que comentás?
-Una vez, en un ensayo, le pregunté qué canciones íbamos a practicar y él me dijo que no se podía practicar lo desconocido. La experiencia que estaba provocando era que el proceso de tocar música requería de un compromiso del cien por ciento de los músicos con el momento. Entonces, sin tener agendas específicas, sin tener cosas preconcebidas, el público es parte de ese proceso y el músico se compromete con el momento, con lo que está pasando. Es como cuando vives ese momento mágico de la niñez en que estás jugando y estás explorando. La “gravedad cero” entonces es ese lugar donde te sientes que vuelves a ser niño, que empiezas a jugar, en este caso, con una nota, con un ritmo, con palabras. Está basado en ese sentir que estás comprometido con la composición espontánea, por eso lo llamamos “comprovisación”, es compromiso e improvisación; crear algo en lo que la audiencia participe, que no se quede afuera.
-¿Creés que está preparado el público para una experiencia así en tiempos en los que se buscan certezas, se busca caminar por terreno seguro?
-Yo aprendí que la gente es mucho más receptiva de lo que uno se imagina. A veces, la gente no lo entiende, pero si queda grabado, muchas veces pueden reencontrarse con eso un tiempo después y lo disfruta como no lo había hecho originalmente. La tolerancia y la paciencia en este proceso entre la audiencia y el artista debe ser mayor. Es como en las relaciones humanas, hay que darse tiempo. Y, obviamente, si el artista sabe que está perdiendo al público, porque un riesgo de la “gravedad cero” es que a veces el artista se va en su mundo, entonces hay que hacer un estándar. Yo, a veces, lo hago con un bolero, como hice aquí que toqué “Bésame mucho”. Fue uno de los momentos más vulnerables y de reacción de público porque conocían el tema y sabían apreciarlo.
-¿El cruce del jazz con los folclores latinoamericanos lo tomaste de tu experiencia con Gillespie o es algo natural por haber crecido en Panamá?
-Yo de chico quería hacer música que reflejara la banda sonora del Puente de las Américas, la unidad. De chico tocaba bolero, tangos, música hawaiana, samba, cueca. Si tocabas en un bar, venía alguien y te pedía el tango “Uno” y había que tocarlo. Eso nos ayudó a crear esta música internacional. Cuando empecé a tocar con Dizzy, entendí que el jazz tenía un folclore que no era el que yo pensaba. Aprendí que el jazz es una música que tiene que servir de puente universal. Pienso que eso viene del blues, que le dice bienvenido a todas las culturas sonoras.
-Tenés una fundación en Panamá que enseña música a jóvenes de bajos recursos y has sido reconocido por la Unicef por eso. ¿Es una utopía que músicos exitosos a nivel comercial puedan involucrarse en una cruzada de ese tipo?
-Yo pienso que trascendiendo los niveles económicos es un deber como ser humano darle la importancia que se merece a la cultura como una de las ultimas herramientas que va a crear sostenibilidad en el universo hoy en día. La música llevada como arte, no como bien comercial, es la protección ante el desbalance. Es urgente el llamado para que las artes se activen y hagan su trabajo para que el ser humano pueda seguir el curso de vida con salud, para que sirvan como herramienta de inclusión social; en este caso, la música generando identidad, generando una relación saludable con tu historia, como un espacio sano para compartir. Es primordial que pensemos de esa manera. Invito a todos mis colegas a que atiendan el llamado para que los artistas no se desconecten de su función social y se activen.
Danilo Pérez solopiano
Martes 1 y miércoles 2 de octubre, dobles funciones, a las 20 y 22:30 en Bebop Club, Uriarte 1658 (CABA).