Daniel Antero Esquivel nació el 3 de enero de 1945 en Quyquyhó, Paraguay. Desde joven, su vida estuvo marcada por la fe y el compromiso social. En su país natal, militó en la Juventud Obrera Católica (JOC), donde fue consolidando su vocación de servicio. En 1970, emigró a Buenos Aires en busca de trabajo estable y se radicó en Villa Fiorito. Allí, junto con otros compatriotas, fundó la Juventud Obrera Católica de inmigrantes paraguayos y, más tarde, en Semana Santa de ese mismo año, impulsó la creación del Equipo de Pastoral Paraguayo en Argentina (EPPA), con el propósito de fortalecer la religiosidad popular y preservar la identidad cultural de su comunidad.

En Argentina, Esquivel trabajó como obrero de la construcción, pintor y electricista. Su vida cotidiana, atravesada por la humildad y la solidaridad, se reflejaba en su papel como catequista. Más allá de las clases, se comprometía con las necesidades de su entorno, llevando un mensaje de esperanza a quienes más lo necesitaban. Sin embargo, su historia quedó trágicamente interrumpida el 2 de febrero de 1977, cuando fue secuestrado en Fiorito por los sicarios de la dictadura. Desde entonces, su paradero se convirtió en un enigma, sumándose a la lista de miles de desaparecidos.

Décadas después, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) retomó la búsqueda. La exhumación de fosas comunes en el Cementerio Municipal de Lomas de Zamora permitió hallar los restos de ocho personas. Luego de un análisis exhaustivo, los especialistas confirmaron que uno de los cuerpos pertenecía a Esquivel. «Teníamos la hipótesis de que podía estar enterrado sin identidad y que lo habíamos recuperado. Realizamos una investigación en Paraguay y contactamos a una pariente lejana, que nos permitió llegar a su hermana gemela. A ella le tomamos la muestra que permitió la identificación», explicaron los forenses.

Este hallazgo no solo permitió a la familia conocer la verdad después de más de 40 años, sino que también se convirtió en una prueba fundamental en los juicios por crímenes de lesa humanidad. «La identificación de las personas desaparecidas permite a las familias conocer la verdad, pero también genera pruebas fundamentales para los juicios en curso», señalaron desde el organismo forense.

Para su hermana gemela, Genoveva, la confirmación significó un alivio en medio del dolor. «Por fin podemos saber lo que realmente pasó con él», expresó, con la esperanza de darle sepultura en la parroquia que solía frecuentar, un acto simbólico que permitirá cerrar un capítulo de profunda tristeza.

Desde su creación en 1984, el EAAF ha logrado identificar a más de 1300 víctimas de la dictadura. Su trabajo incansable ha sido clave para reconstruir historias y aportar pruebas en la busquede justicia. En tiempos de negacionismo y censura, la memoria siguen abriendo caminos hacia la verdad.

El caso de Daniel Esquivel es un testimonio de que, a pesar del dolor, la memoria persiste.