El 4 de noviembre de 2024 la novela Clara y confusa de Cynthia Rimsky ganó el prestigioso Premio Herralde junto con Los hechos de Key Biscayne, de Xita Rubert.
Desde 1983, fecha en la que la editorial Anagrama de España concede este galardón a una novela inédita en español, lo han obtenido escritores como Javier Marías, Juan Villoro, Martín Caparrós y Alan Pauls entre muchos otros.
Sobre la novela de Rimsky dijo Gonzalo Pontón Gijón, integrante del jurado: “A caballo entre el oficio del amor y el amor al oficio, Clara y confusa pone en pie un mundo de provincias tan extravagante como las tuberías de las que se cuida su protagonista, fiel y sufrido enamorado de una artista conceptual que es una heroína de la negación, y no menos fiel integrante de un sindicato profesional plagado de conspiradores y de filósofos cínicos. Cynthia Rimsky nos condena a sonrisa perpetua en una narración ingeniosa y de una sencillez muy elaborada”.
La autora es chilena pero reside en Argentina. Quien lea su novela seguramente se encontrará con algo distinto de lo que se está publicando en estos días. No es frecuente encontrarse con una novela de plomeros aunque el personaje del plomero -gásfiter le dicen en Chile- interviene en más de una obra de Rimsky aunque sólo en ésta es el protagonista. El mundo-parece sugerir la autora- resulta algo tan enigmático como resulta para los legos la intrincada red de cañerías que hacen posible esa rareza, no siempre reconocida como tal, de que al abrir una canilla salga agua.
Además de mostrarle al lector el universo de los hombres que entienden el lenguaje que hablan los caños, Rimsky, tal como lo señaló el jurado, hace gala de un humor inusual y de una escritura que podría denominarse con justicia «valiente», en la medida en que sale a la búsqueda de lo desconocido con la única guía de la palabra y escribe para saber hasta dónde será conducido por ella. Tiene la misma actitud del chico que mira el mundo con una mirada recién estrenada y, con una genuina curiosidad filosófica rompe un objeto para saber qué tiene dentro.
Cynthia Rimsky
–Estoy casi segura de que Clara y confusa fue escrita sin la red del esquema previo, que confiaste en el saber de la escritura. ¿Fue así?
–Me largué a escribir con casi lo único que tenía, el título, que tiene su origen en lo que me dijo un editor periodístico: que mis textos eran confusos. No podía dejar de leer tu artículo, me dijo, pero cuando lo terminé no sabía de qué se trataba, ¿podrías arreglarlo para saber de qué se trata? A partir de eso, fui pensando en escribir una novela que se llamara Clara y confusa. En este momento la confusión está como demodé, se la considera algo malo, algo que no debería ocurrir porque todo tiene que ser explicado. Hace tiempo que vengo con la idea de la incomprensión y lo confuso.
Surgieron así un par de escenas y una pregunta sobre el amor: qué pasa cuando no sabes si el otro te ama o no te ama, empiezas a hacer construcciones ficticias, vas pasando de variación en variación, no puedes creer en ninguna y eso te pone en un estado particular.
–Clara y confusa es una novela desconcertante, muy diferente de lo que venía leyendo. En ella convergen lo poético y el humor, aunque no sé si la palabra adecuada es poético. También creo que va contra el mito romántico de que el artista es un ser esencialmente sensible, mientras que en la novela mostrás la gran sensibilidad de un plomero.
–Es difícil definir la palabra “poético”. El plomero nació en libros míos anteriores a Clara y confusa. Ese personaje era alguien que hablaba de que el agua era caprichosa, de que las murallas se movían, se acercaban para descompensar las alturas. Empecé a escuchar ese lenguaje en el momento en que estábamos arreglando la casa. Era una casuchita a partir de la que construimos algo mejor. Escuchaba a los trabajadores, a los albañiles, a los plomeros, a los electricistas y comencé a maravillarme de su lenguaje era completamente irracional. Es eso, quizá, lo que se acerca a lo poético. Además, tenían una serie de imágenes metafóricas. En La vuelta al perro traté de esbozar la teoría de que se trata de personas que se quedaron con el conocimiento de las materias de castellano y de literatura de la escuela. Y en la escuela te enseñan las metáforas, la fábula, por lo menos en un primer período. Entonces estas personas adaptan su relato a la forma que les enseñaron en la escuela. Lo poético también tiene relación con eso.
Por otro lado, me entusiasmó mucho la relación que tienen las personas con sus trabajos y soy muy observadora de los pequeños engranajes, de los procedimientos, de las materialidades en esas relaciones. Con todo eso construí el plomero que en Clara y confusa es el protagonista, mientras en los otros libros era el personaje secundario. Algo parecido pasaba con los médicos cuando te escuchaban o te miraban la lengua y te decían lo que tenías. Me interesa mucho esa capacidad de escuchar, de mirar y creer en la materialidad y en la observación. Hoy eso se ha perdido, y se ha perdido porque todo está mediado por la tecnología. La idea de la novela es recuperar los sentidos perdidos.
–Los plomeros tienen un saber que permite revelar un enigma porque no deja de ser enigmático para quienes no sabemos nada de eso, que uno abra la canilla y salga agua. Son enigmáticas las cañerías subterráneas y las que están ocultas dentro de las paredes.
–Creo que eso está en la base de la novela y que es la idea de que todo en la vida es un enigma. En un principio, el protagonista lo que hace es tratar de entender, pero luego, simplemente, lo que hace es constatar que todo es incomprensible, que no hay herramientas para comprender la corrupción, para entender a los gremios, para entender a Clara. Me gustaba mucho la idea de estos personajes que van buscando respuestas y lo que encuentran son siempre nuevos enigmas que hacen que todo quede en un lugar que no es real. Creo que la literatura se ha volcado demasiado a lo real, a la explicación. Todo es explicable y una cierta literatura es parte de la explicación.
Yo acuerdo más con la literatura que se sitúa en un mundo “otro”, distinto del real. Por lo tanto, las clasificaciones que sirven para el mundo real no sirven para este otro mundo que yo no llamaría mundo de ficción sino mundo literario, un mundo que está regido por la imaginación. A veces, claro, la realidad es pura ficción. En ella suceden cosas increíbles. El otro día me escribió un amigo y me contó que un plomero de la Moneda–en Chile al plomero lo llamamos gásfiter- se murió de un ataque al corazón por exceso de trabajo. Ahora están embarrados. El gobierno quiere hacer una investigación para ver quiénes son los culpables. Se ha desnudado que trabajaban hasta 24 horas seguidas porque había muy poco personal, a pesar de que el gobierno redujo la cantidad de horas de trabajo. La realidad es tremenda, parece pura ficción.
–Clara tiene una relación amorosa con el plomero que protagoniza la novela, pero todo el tiempo le impone restricciones a las visitas e incluso al sexo. Si estas restricciones son una expresión del desamor, no lo sabemos.
–Esa es la pregunta que él se hace todo el tiempo. Cuando deja de hacerse esa pregunta le viene el hachazo. Parecería que cuando dejas de preguntarte y das con una certeza, te equivocas. Mientras tienes la duda te mantienes vivo, despierto y abierto a la curiosidad. En cambio, cuando te das una respuesta, matas la gallina de los huevos de oro.
–Son muy graciosos los apodos de los plomeros que responden a sus características esenciales. “El huérfano”, por ejemplo, condena al gremio porque no le dio el subsidio para que pudiera enterrar a su madre de una manera más digna y casi lo culpa de su orfandad, para otros el gremio es un núcleo de corrupción, para otros, una ficción necesaria. Creo que ahí hay un cuestionamiento de lo que es la realidad, que no es la misma para todo el mundo
–Yo no pienso tanto cuando escribo. Lo de los apodos es algo muy común en Chile, a todo el mundo le ponen apodos, sobre todo en el trabajo. A mí me apodaban de distintas maneras cuando era chica. En cuanto a los plomeros, la pregunta que me hacía todo el tiempo era cómo salirme de lo real. Cuando el protagonista les presenta a sus compañeros los documentos que considera pruebas de la corrupción, ellos tienen dos opciones: creerle o no creerle. Para mí, ahí comienza el trabajo literario que consiste en construir otra opción que no sea la del sentido común o de la conciencia, sino una opción literaria que abra el abanico, porque la opción entre el blanco o el negro demuestra que estamos con pocas respuestas.
En toda la novela traté de hacer ese ejercicio casi manual de abrir el abanico y de encontrar nuevos caminos posibles que enrarezcan las cosas y que no dejen al blanco en el blanco ni al negro, en el negro, y ni que siquiera se produzca el gris, sino que pase algo más raro. Lo que me interesaba era abrir el abanico de posibilidades que hoy en día está tan cerrado. Todo es así, blanco o negro; exitoso o fracasado, viejo o joven… También en la política todo es así. Yo quería abrir otros caminos, senderitos de tierra que no estén ya inscriptos en lo que existe. Pero no sé de qué se trata mi libro. Desde chica tengo esa falla, no comprendo la abstracción. Puedo comprender la página que estoy escribiendo pero no sé lo que estoy escribiendo en términos generales, no sé adónde voy ni lo que significa.
–Pero eso no es una falla, para mí es la clave de la creación. ¿Si supieras todo eso para que escribirías?
–Pero es que hay otra gente que tiene una idea general de lo que hace, del tema.. en fin, yo nunca tuve esa capacidad. De todos modos, soy feliz escribiendo sin saber, porque dependo de la imaginación, de lo que se me ocurra en ese momento. Lo que más me costó fue la escena de la fiesta, porque no sabía cómo escribir una fiesta que no fuera realista.
El libro de Doña Petrona
-¿Cómo se te ocurrió la escena de la fiesta del pastelito? Recordé la Antología del cuento breve y oculto en que Raúl Brasca y Luis Chitarroni toman un texto de las recetas de Doña Petrona como cuento.
-En todos los pueblos en que he vivido siempre ha habido una fiesta de ese tipo. Actualmente vivo en la provincia de Buenos Aires, en Azcuénaga. y allí se hace la fiesta de la galleta de campo. Hay un pueblo cercano cuyo nombre no recuerdo en el que se hace la fiesta del pastelito. Fuimos a esa fiesta con un amigo luego de la pandemia y no se podía entrar al pueblo de tanta gente que había. Era tanta que el lugar donde se hacían los pastelitos ni siquiera se veía.
Uno se preguntaba qué hacía tanta gente en la fiesta del pastelito porque esas fiestas son siempre aburridísimas: la chacarera, el desfile de los gauchos… todos los años es lo mismo. Estuve meses para poder contar esa fiesta en otra clave que no fuera la clave realista.
–También pusiste una receta del libro de Doña Petrona C. de Gandulfo, un verdadero best seller, un clásico de clásicos que está en todas las casas.
-Yo también lo tengo. Sí, en muchos de mis libros hay recetas.
Me parece interesante que haya textos de los que parece que no puede salir literatura y, sin embargo, sale literatura. Ahora se están ampliando hacia el misterio de la ciencia, pero también en las recetas de Doña Petrona es posible encontrar literatura.