El cuerpo es un registro de nuestra existencia. En él se graban nuestras emociones desde la alegría al dolor, de la euforia a la tristeza. La coreógrafa Roxana Grinstein propone encontrar una nueva corporalidad luego de las siete decadas de vida. Y lo hace junto a la bailarina LilianaToccaceli ( quien, integró el cuerpo de baile del Colón y el ballet contemporáneo del San Martín, por citar solo dos hitos de su Carrera) en la obra que es un solo de danza, “La! (quien quiere entrar),  que aborda, precisamente el paso del tiempo.

Canal de comunicación entre el pasado y el presente , el cuerpo es capaz de manifestarse contra la idea de caducidad y buscar nuevas formas de expresión.

En esta nota, la coreógrafa de larga y prestigiosa trayectoria Roxana Grinstein, quien también es docente y gestora y trabajó para el Teatro San Martín y ballets nacionales e internacionales,  dialogó con Tiempo Argentino  sobre “La” (quien quiere entrar), la danza y las posibilidades del cuerpo.

-¿De qué modo surgió «La» (quien quiere entrar), una obra sobre el cuerpo

-La obra surge del deseo de volver a transitar el camino de la creatividad junto a Liliana Toccaceli, bailarina de larga trayectoria con quien había trabajado en el pasado. De pronto, nos dijimos: ¿qué tal si nos juntamos para hacer algo? Esa fue la primera pulsión: la idea de seguir en movimiento.

 Después, como coreógrafa, comencé a trabajar sobre la idea de un cuerpo inestable, un cuerpo que desafía su propio equilibrio y que no se sostiene desde la rigidez, sino desde la adaptación constante. Para ello, utilicé la diagonal como un espacio donde la vista se pierde, al igual que nosotros cuando avanzamos sin certezas.

La diagonal, en este sentido, se convirtió en un eje de exploración, un territorio de inestabilidad que nos obligaba a encontrar nuevas estrategias de sostén y desplazamiento.

También hubo otra pregunta que apareció en el proceso: ¿qué significa moverse hoy con este cuerpo, con esta historia? Porque no somos los mismos que cuando comenzamos a bailar, y en ese cambio hay una potencia. Así, la obra se fue construyendo como un diálogo entre la memoria del cuerpo y su presente.

En nuestra sociedad, el cuerpo suele entenderse en términos de belleza y juventud versus fealdad y envejecimiento. ¿Puede la danza reivindicar lo corporal desde otros puntos de vista? ¿Cuáles serían?

-La danza tiene la capacidad de cambiar la manera en que percibimos el cuerpo. La historia del arte nos ha enseñado que la belleza es un concepto en constante transformación, ligado a cánones impuestos por cada época. Sin embargo, en la danza contemporánea y en algunas corrientes escénicas, el cuerpo se reivindica desde otros lugares: desde la expresividad, desde su capacidad de transformación, desde su potencia y su historia.

El desafío es reconocer una nueva kinesis, una nueva forma de movernos, de habitar el cuerpo sin someternos a una nostalgia paralizante. La valentía está en no generar una comparación entre el ayer y el hoy, sino en estar presentes en este tiempo, con todos nuestros ayeres operando activamente para encontrar un plácido hoy. La danza nos permite aceptar los cambios del cuerpo sin juzgarlos, nos invita a explorarlos.

A cierta edad, el cuerpo suele vivirse más como un obstáculo que como un bien. ¿Qué otras formas de belleza y goce del cuerpo pueden reivindicarse en la vejez? ¿Qué significa encontrar nuevas formas de moverse?

-Encontrar nuevas formas de moverse significa escuchar al cuerpo en su actualidad, sin forzarlo a responder a lo que fue en el pasado. Significa entender que el movimiento no es solo velocidad o destreza, sino también sutileza, peso, pausa, respiración.

La belleza también puede residir en la autenticidad del gesto, en la profundidad de un movimiento que surge desde la necesidad y no desde la exigencia. La memoria kinética y emocional nos permite redescubrir el placer en gestos mínimos, en la potencia de la presencia, que sucede incluso cuando estamos quietos.

En la vejez, sobre todo en las mujeres, el cuerpo suele avergonzar. ¿Es posible superar esa vergüenza relacionada con la noción de desgaste y final?

-La vergüenza es una emoción que nos atraviesa en distintas etapas de la vida: en la infancia, en la adolescencia, en la adultez. Siempre está vinculada con la mirada del otro.

Sin embargo, el movimiento nos da herramientas para resignificar ese proceso. Bailar es una forma de recuperar la soberanía sobre el propio cuerpo. Cuando el cuerpo se mueve y se convierte en un sujeto que experimenta, que siente, que vibra hay que entender que el cuerpo es un territorio de posibilidades.

La danza se asocia con la idea clásica de belleza. ¿Es así? ¿Existe solo un tipo de cuerpo apto para la danza?

-En los últimos tiempos las nuevas tendencias han ampliado esa mirada. Hoy, la danza convoca cuerpos diversos, cada uno con su propia expresividad y su propia historia. Los cuerpos que bailan ya no tienen que responder a un canon rígido. El movimiento ha demostrado que la belleza puede residir en la singularidad de cada cuerpo, en su capacidad de transformación, en su modo único de habitar el espacio.

Desde su experiencia con el mundo del cuerpo, más allá de la danza como expresión artística, ¿cree que la danza puede ser una forma de tomar conciencia del cuerpo y dejar de arrastrarlo como algo desechable a partir de cierta edad?

 -Sí, absolutamente. La danza es una forma de habitar el cuerpo con conciencia, de mantenerlo vivo y presente. En muchas culturas, el movimiento ha estado vinculado a la celebración, a lo ritual, a la conexión con lo sagrado. Bailar es un acto de resistencia contra la idea de que el cuerpo tiene fecha de caducidad.

– El movimiento es una manera de reescribir nuestra relación con el tiempo y con nosotros mismos. ¿La memoria emocional y kinética puede reivindicarse como una forma de belleza no en el sentido canónico, sino en un sentido más amplio?

– Definitivamente. La memoria kinética nos conecta con una belleza que va más allá que se experimenta desde adentro. Bailar es una forma de activar recuerdos, de hacerlos dialogar con el presente. Cada gesto que repetimos tiene una historia detrás. Hay movimientos que nos devuelven a una sensación, a un instante de la vida.

En ese sentido, la danza no solo trabaja con el cuerpo físico, sino también con la memoria del cuerpo, con lo que queda grabado en él. Esa conexión con la propia historia es una forma de belleza profunda y esencial.

Me gustaría que desarrollara el concepto del cuerpo como “archivo” Nuestro cuerpo es un archivo vivo.

 Cada experiencia deja una huella, una memoria que se inscribe. No solo recordamos con la mente; también recordamos con el cuerpo. Las huellas, las tensiones, la forma en que respiramos… todo eso es memoria. Cuando nos movemos, estamos activando ese archivo, sacando a la luz fragmentos de lo que hemos sido.

 Nuestra manera de movernos es una manera de leer ese archivo, de resignificarlo, de escribir nuevas páginas sin borrar las anteriores. El cuerpo es historia, pero también es presente. Y en cada movimiento, estamos decidiendo cómo queremos habitarlo.

Ficha artístico técnica:

Intérprete: Liliana Toccaceli 

Música: Christoph Willibald Gluck

Compaginación musical: Federico Marrale

Asistencia coreográfica y producción: Solange Colmegna Friederich y Cecilia Pérez 

Iluminación: Roxana Grinstein

Foto y diseño gráfico: Camila Castro Grinstein 

Prensa: Daniel Franco

Fotos de prensa: Gentilezadel C. C Ricardo Rojas, fotógrafa Alejandra Del Castello 

Coreografía y dirección general: Roxana Grinstein

Esta obra recibió el subsidio a la creación de Prodanza.