En ¿Quién es Charlie?, sociología de una crisis religiosa (2015), Emmanuel Todd demuestra la progresiva decadencia de las prácticas religiosas en occidente a través de los últimos siglos, que pasan de la obediencia al respeto formal para terminar en el grado cero de la fe. Entramos en la modernidad, que provee los horizontes necesarios para la cohesión social a través de proyectos políticos, del liberalismo manchesteriano al socialismo realmente existente. Sin embargo, anota Todd, lo civil reposaba sobre lo religioso, aunque sea en oposición. Sin religión, también pierde sentido lo moderno, que será fácil presa de la posmodernidad, ese invento ochentoso que intentará clausurar todas las narrativas colectivas. La revolución conservadora y la caída del muro de Berlín vienen a coronar el fin de las explicaciones, que ya no queda nada por explicar. Casi lo logran. Ya evocado por Cristopher Lasch en La traición de las élites (1995), la dirigencia política occidental y afín busca un lugar en ese espacio sin tiempo, aunque sea imposible, y sólo deje una brecha cada vez mayor entre gobernantes y gobernados. Pero queda la cuestión de la existencia, y la necesidad de tener un sentido en el que creer como individuos tanto como sociedad. Por esa falla entra el nihilismo contemporáneo, una forma del infierno donde nada está prohibido y todo está permitido.
Es por ello que consideramos el mensaje que el obispo de Roma envía a los Obispos de Estados Unidos acerca de las deportaciones masivas de inmigrantes decididas por Trump. Después de todo, Lucifer no deja de ser el enemigo de Dios, y el Papa Francisco es el argentino Jorge Mario Bergoglio. Veamos algunos conceptos (agarrate Satanás).
Para empezar, habla del “itinerario de la esclavitud a la libertad”, lo que significa un proyecto de liberación; predica “un Dios siempre cercano, encarnado, migrante y refugiado” que da testimonio de la “dignidad infinita y trascendente de toda persona humana”, he aquí planteado un valor absoluto, cuyo sustento político está en la Doctrina social de la Iglesia. Como el ejemplo es la mejor forma de autoridad, el Papa subraya que “El Hijo de Dios, al hacerse hombre, también eligió vivir el drama de la inmigración”.
De paso restablece algo de ordenamiento jurídico, cuando afirma que las leyes deben basarse sobre la dignidad humana en pos del Bien Común “para regular la vida en sociedad” (hola, Comunidad Organizada, ¡qué bueno verte!), los “derechos fundamentales” dictan la política, y no la inversa. Y allí es donde Bergoglio ataca los problemas en los orígenes en lugar de intentar mitigar los efectos. Pues si hay inmigración ilegal –que no puede ser criminalizada– es porque existe “pobreza extrema, inseguridad, explotación, persecución, deterioro del medio ambiente”. Si resolvemos esas causas, pensamos, entonces no tendremos estas consecuencias. Una gran lección de política para dirigentes que prefieren acomodarse y gerenciar las consecuencias.
Hay algo de José Hernández cuando dice que “ningún país es rico si no se ocupa de los pobres” en la prosa papal al escribir que “un auténtico estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, los más pobres y marginados. El verdadero bien común se promueve cuando la sociedad y el gobierno, con creatividad y respeto estricto al derecho de todos —como he afirmado en numerosas ocasiones—, acogen, protegen, promueven e integran a los más frágiles, desprotegidos y vulnerables”.
A esta altura del breve texto, ya parece más un mensaje de Perón desde Madrid para la Resistencia Peronista que una misiva pontifical. Bergoglio denuncia “un criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad”, Perón decía que “la fuerza es el derecho de las bestias”. El Papa fija como objetivo “la construcción de una sociedad más fraterna, incluyente y respetuosa de la dignidad de todos”, el General nos hablaba que “nadie se realiza en una sociedad que no se realiza”. ¿El Evangelio en tinta limón? Creemos que la carta del Papa Francisco es un llamado a la acción para los obispos norteamericanos, que trasciende los límites de la grey. En una realidad vacía de sentido, vemos el ejercicio político de contención y conducción en una organización que, como la Iglesia, todavía tiene algo de capilaridad en la sociedad. También lo pueden tener los partidos, los sindicatos, los movimientos sociales, no sólo en Estados Unidos. Por un extraño ardid de la razón, esta vez es el Vaticano que le arroja un salvavidas a la modernidad: se llama política.