El título no es una expresión de deseos, es una bandera de arrastre. Más de un mes de aislamiento social preventivo y obligatorio, sumado a la incertidumbre sobre su finalización, quizás tengan la capacidad de llevarnos a empatizar con quienes hace mucho tiempo reclaman su derecho a una vida independiente. Se trata de un colectivo cuyos derechos fundamentales han sido arrasados en un mundo donde la lógica capitalista los considera “inválidos”, como sinónimo de no valiosos por improductivos.

Muchas personas con discapacidad hace tiempo que viven el encierro o el aislamiento y esto está tan naturalizado que, aunque es grave, no logra interpelar a sus vecines, a les actores políticques, a la prensa. No se las ve como a personas activas, con deseos y como sujetos de derecho, sino que son percibidas como receptoras pasivas de cuidados, asexuadas y objetos de protección. En los casos de discapacidad psicosocial, el modelo de la hegemonía médica considera que el encierro es una práctica aceptable y ofrece resistencia a la vigencia social del abordaje interdisciplinario basado en el paradigma de los DDHH. Otro tanto pasa con las personas con discapacidad motora o sensorial, a las que las barreras arquitectónicas, comunicacionales y actitudinales condenan al aislamiento.

La conquista de sus derechos se dificulta por la asimetría de poder. Desmantelar manicomios enfrenta a las personas internadas y sus familias con el lobby de las clínicas. Transformar en accesible el hábitat urbano requiere que los usuarios de sillas de ruedas se midan con desarrolladores inmobiliarios. Si los derechos se ganan en la calle, este colectivo lo tiene bien difícil. Las personas con discapacidad psicosocial no logran una salida sustentable de su encierro por la carencia de dispositivos alternativos a la internación. Las personas con discapacidad motora, con un hábitat urbano hostil y excluyente, se ven imposibilitadas o con severas dificultades para desplazarse por largas distancias, y, en consecuencia, forzadas a quedarse en casa.

La magnitud de esta crisis sanitaria y su efecto en la economía mundial es dimensionada en términos históricos: se afirma que el mundo no será igual después de acusar el impacto de la pandemia; sin embargo, el resultado dependerá en gran medida de nuestra capacidad para reflexionar y poner en marcha ese cambio. Cuando la pandemia sea un recuerdo no tan lejano y nos sentemos a barajar y dar de nuevo, debemos tener claro que la discapacidad es un constructo social, no está en el cuerpo de la persona, sino que resulta de su interacción con el entorno, que al edificarse bajo el mandato serial del capitalismo, ignora y desprecia su singularidad. Toda crisis es una oportunidad. Seamos capaces de pensar nuestro entorno libre de barreras para que la diversidad de los cuerpos y de las mentes dejen para siempre su encierro y su aislamiento.