El Queen Elizabeth II navega por las sucias aguas del río Támesis. Cae pesada la noche del martes 7 de junio de 1977. La sombría silueta del Palacio de Westminster se dibuja sobre la ribera. Un jovencito escuálido, de pelos parados y oxigenados, salta como un demente entre les muchaches punks que poguean en la cubierta del barco. “Dios salve a la reina / No es un ser humano / No hay futuro / En el sueño de Inglaterra”, escupe Johnny Rotten. Es el homenaje de los Sex Pistols por el Jubileo de Plata de Isabel II, la monarca que lleva 25 años calentando el trono británico. El contrafestejo de una Inglaterra que estaba a punto de estallar.  

El exótico Malcolm McLaren había parido la exótica idea. Era el mánager, cráneo candente y dealer del grupete de pibes con facha de “asesinos atractivos”. Los Sex Pistols estaban prohibidos en suelo inglés. Diez días antes de la travesía fluvial, habían publicado “God Save The Queen”, su segundo single. Flor de escándalo en el Reino Unido y más allá. El himno de la realeza británica devenido en panegírico del anárquico punk. Cachetazo a la monarquía parásita, al Estado conservador, a las políticas del hambre, la represión y la mar en coche: “Dios salve a la reina / Su régimen fascista / Te hizo un pelotudo / Una bomba potencial”. Thatcher se afilaba los colmillos para su llegada al poder en 1979.

McLaren era graduado en marketing por la universidad de la calle. Capaz de venderte un buzón, ajustada ropa sado o alfileres de gancho en SEX, la boutique que piloteaba con su pareja Vivienne Westwood en la Kings Road al 400 donde nacieron los Sex Pistols. Si sus vástagos no podían tocar en tierra, mejor seguir el consejo de José Luis Perales: tomaron sus cosas y se pusieron a navegar, nai-na-nai, navegar.

Los Sex Pistols, amigos y litros y litros de cerveza.

Navegar es preciso

Londres era una fiesta de pocos. Las crónicas recuerdan que la reina encabezaba, con pompa y circunstancia, los banquetes oficiales ese martes. Mientras tanto, en algún embarcadero de la City, un navío estaba a punto de zarpar. El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco.

El crucero de la anarquía soltó amarras después de la hora del té. Billy Idol, Joe Strummer, los chicos de The Dammed, la rubia Nancy Spungen… La crema y nata del punk acompañaron a los Pistols en su expedición. También varios críticos de rock y cronistas de diarios amarillos, gremios difíciles de distinguir. Periodistas que se mueren por tocar.

El barco flotaba en litros y litros de cerveza. El guitarrista Steve Jones estaba borracho, el batero Paul Cook estaba borracho, el “bajista” y enfant terrible Sid Vicious estaba borracho, todos los Pistols estaban borrachos… Naufragaban en cámara lenta, como todo naufragio que se digne. Antes de hundirse, a Rotten -devenido Lydon con los años- se le soltó la lengua viperina. Escupía veneno ante los micrófonos de la prensa mientras navegaban cerca del Parlamente: “No se escribe una canción como ‘God Save the Queen’ porque odies a los ingleses. Se escribe una canción así porque los amás y estás cansado de que los maltraten. No es un ataque hacia la reina en particular, sino hacia el gobierno británico en general”. ¡Cheers!

Las autoridades no estaban a favor de la celebración de los Pistols.

Mejor no hablar de ciertas cosas

Silencio de TV. La BBC había prohibió la difusión de “God Save The Queen”. También la red de radiodifusoras privadas de las islas británicas. Los Sex Pistols eran el grupo del momento, pero no aparecían en el programa Top of the Pops. Publicidad gratuita para el sonido del ruido y la furia. El simple anti-Windsor se vendió como pan caliente. De la noche a la mañana, se transformó en el himno de la contracultura: si hasta William Burroughs les mandó una carta saludando su polenta.

En los rankings oficiales, la canción escaló sin transpirar hasta el segundo puesto. En realidad, dicen las malas lenguas, hasta la cumbre: la mano negra invisible del mercado bajó a los Pistols del pedestal con algún ardid. “Que no te digan lo que querés, lo que querés / Y no te dirán qué necesitás / No hay futuro, no hay futuro / No hay futuro para vos”. El blondo Rod Stewart reinó esas semanas con una balada melancólica, cover de los Crazy Horse, título algo censor: “No quiero hablar de eso”.

¡Sex Pistols a los botes!

Los alaridos de Rotten y su forma de arrastrar la r enloquecen a la tripulación. En vivo y ruidosos pasaron “Anarchy in the UK”, “Problems”, “No Fellings” y el homenaje a la monarca: “Oh, Dios, salve la historia / Dios salve nuestra canción loca / Oh, Señor, ten piedad / Todos los crímenes son pagados”, recita en trance el coloradito. Tan de repente, de fondo se oyen las sirenas de las lanchas de la policía que comienzan a rodear al Queen Elizabeth II. Los músicos arremeten con las estrofas finales. ¡Todos a los botes! “Ni siquiera sabíamos de los festejos por el aniversario del Jubileo. En realidad, no nos importaba”, explicó Steve Jones unos cuantos años después de la travesía.

Varios punks, incluido el agitador McLaren, marcharon presos cuando volvieron a tierra firme. Al otro día, las crónicas de los diarios ingleses hablaron de los disturbios producidos por un grupo de antisociales. Los Pistols lograron escapar por un pelito parado, pero su acorazado finalmente sucumbió pocos meses después en una deriva por Estados Unidos.

La reina pudo celebrar en paz su Jubileo de Plata. Ocupó el trono hasta su muerte en 2022. Johnny Lydon la despidió en las redes sociales con una foto de la dama sin alfileres de ganchos y un amable: “Descanse en paz, Reina Isabel II”. El punk había muerto hace rato.