El peronismo se manifestó este sábado en las inmediaciones de la casa de Cristina Fernández de Kirchner para respaldar a la vicepresidenta ante el cercamiento policial del Gobierno de la Ciudad. Luego de horas de manifestación pacífica, la fuerza porteña desató una represión sobre los manifestantes, que finalmente cruzaron las vallas y siguieron con la vigilia como en las noches previas. En esta crónica se refleja el clima y los testimonios previos a la violencia policial, cuando primaba, según los manifestantes, «una muestra de amor».
Desde las 13 horas, decenas de militantes y ciudadanos organizaron una sentada alrededor de las vallas, mientras los agentes de seguridad miraban atentamente desde el otro lado del muro. Bajo el lema «a Cristina la defiende el pueblo», las columnas comenzaron a llegar por decenas. A pesar de la imposibilidad de acercarse a la casa de la vicepresidenta, dentro de la masa de gente se repartían abrazos y festejos de quienes lograron, casi sin planearlo, recuperar la épica que parecía perdida.
Familias, parejas y «militantes peronistas de la primera ola», como se hacían llamar los más veteranos, se unieron ante una misma consigna que se extendió durante toda la jornada: «Cristina presidenta». Niños de todas las edades estuvieron presentes y hacían notar que comprendían la importancia del momento del que también fueron protagonistas. «Traigo a mis hijos, al igual que como lo hacían mis papás cuando tenía su edad» fue la respuesta de los adultos que miraban orgullosos a los pequeños que saltaban y cantaban a su lado.
Gran parte de los convocados no se habían presentado en la casa de la vicepresidenta durante esta semana, pero sostuvieron que la imposibilidad de acceder a esta fue lo que los motivó a apersonarse en el lugar. «Horacio Rodríguez Larreta tiene detenida a la vicepresidenta», sostuvo enojado un vecino de la zona, quien reconoció su preocupación ante el caso. «Estamos acompañando, pero ellos quieren ir por todo. Son los mismos que durante la dictadura nos desaparecieron compañeros. Quieren que Cristina deje de ser la persona más importante de la política nacional, pero no se dan cuenta que con esto están logrando lo contrario», relata el hombre.
Con el paso de los minutos, comerciantes de la economía popular comenzaron a instalarse entre la gente que, lejos de evitarlos, estaban deseosos de su mercadería. Remeras, pines, encendedores y banderas con la cara de la vicepresidenta eran arrebatados de las manos de los vendedores a cambio de valores que comenzaban desde los 100 hasta 1800 pesos. A medida que la tarde fue avanzando, los puestos de comida cotizaron en bolsa. Entre choripanes, sánguches de todo tipo de carnes y opciones vegetarianas para «no discriminar a nadie», los trabajadores lograron satisfacer a gran parte de los presentes.
«Nosotras nos jubilamos gracias a ella, ¿cómo no vamos a estar acá?”, responden sonrientes un grupo de mujeres, mientras se ríen al recordar que ellas pertenecen a la Juventud Peronista de hace algunas décadas. Sentadas en sus propios bancos, y rodeadas por una multitud que las miraba con orgullo, las señoras le hicieron saber a cada veinteañero que se acercaba a fotografiarlas la importancia de la resistencia.
Dentro de las columnas de todos los movimientos, las corrientes feministas sostienen que, además del tinte antidemocrático que rodea el caso, la persecución judicial hacia la vicepresidenta tiene detrás un condimento machista por su condición de mujer de poder. «Además de odiarla por representar al pueblo, la hostigan por no ser sumisa», afirmaron un grupo de jóvenes. «Lo hicieron con Evita y ahora quieren hacerlo con Cristina, les duele que una mujer los maneje, pero no los vamos a dejar avanzar».
La marcha peronista y los diferentes cánticos fueron la banda sonora de un día colmado de historicidad, antes de que se desatará la represión policíal. Ante la atenta mirada de quienes habitan las edificaciones francesas. Los cientos de manifestantes dejaron de lado sus posibles diferencias para unirse en un grito común: «La Recoleta es de Perón».