A horas de que se cumplan 15 años de la tragedia de Cromañón, en la que 194 personas murieron y más de 1400 resultaran heridas, Tiempo dialogó con Nilda Gómez, la madre de uno de los jóvenes que perdió la vida atrapado en el boliche de Once, y con Diego Cocuzza, uno de los sobrevivientes de aquel infierno. Sus posturas son irreconciliables, por la consideración dispar que hacen sobre la responsabilidad de los músicos de Callejeros, la banda que tocaba aquella fatídica noche del 30 de diciembre de 2004. Sin embargo, ambos tienen muchísimo en común: los dos luchan incansablemente para mantener viva la memoria, concientizar a las nuevas generaciones, contener a las víctimas y poder transformar el dolor en esperanza.
Nilda, que perdió a su hijo Mariano Benítez, de 20 años, comprendió a lo que se enfrentaban pocos días después de la peor tragedia no natural en suelo argentino: «Estábamos solos ante todo un grupo económico, judicial y político que nos iba a destruir si no nos uníamos. Era un monstruo arrollador. Hubo otros casos como el de la disco Kheyvis, en Vicente López, que ni siquiera llegaron a juicio», cuenta la mujer, que en ese entonces era docente y fue una de las fundadoras de la Asociación Civil Familias por la Vida, que logró la personería jurídica en enero de 2005.
Diego también entendió que debía juntarse con otros familiares, sobrevivientes y amigos de víctimas, aunque por razones diferentes: «Nos empezamos a juntar y movilizar porque allá por 2007 o 2008, cuando la causa estaba en plena etapa de instrucción, se estaba contando una sola campana», explica el creador de la agrupación No nos cuenten Cromañón. A esa altura, el exjefe de Gobierno Aníbal Ibarra ya había sido destituido en un juicio político en la Legislatura, en marzo de 2006, aunque la Justicia lo absolvió penalmente ese mismo año. Al mismo tiempo, la opinión pública avanzaba con las responsabilidades que habían tenido los músicos en el fatal desenlace.
«Creemos que si bien tanto la banda como el público tuvieron cierta responsabilidad en el hecho, jamás debería haber sido considerada penal. Se realizó una fuerte campaña política y mediática en torno a esa mentira», indica el joven, que esa noche asistió al recital junto a dos amigas, que también lograron salir con vida de República Cromañón.
Según recuerda Diego, el público había estado tirando pirotecnia en el interior del lugar mientras tocaba la banda soporte. Instantes antes de que empezara Callejeros, el entonces administrador del boliche, Omar Chabán, tomó el micrófono: «Negros de mierda, nos vamos a prender fuego todos, nos vamos morir como pasó en Paraguay», evoca hoy Diego las palabras que utilizó Chabán. La gente lo insultaba y tiraba aun más fuegos artificiales.
«Callejeros sube al escenario y Patricio Fontanet dice algo en la misma línea que Chabán y pregunta: ‘¿Se van a portar bien?'», continúa Diego. Instantes después, mientras la banda tocaba el primer tema, alguien del público encendió una candela, una especie de tres tiros que tira bolas de fuego de colores al aire. «Una de esas bolitas atraviesa los paneles acústicos, que no estaban amurados a los techos, sino sostenidos por unas medias sombras, y comienza prenderse fuego y largar un humo tóxico insoportable», describe el joven.
Se cortó la luz y el caos se apoderó del lugar. Luego se sabría que las salidas de emergencia tenían candados y que había más personas que las permitidas. La mayor parte de las víctimas fatales de esa noche murió en los hospitales de la zona, adonde fueron trasladados intoxicados por el humo.
Sin presos
No hay en la actualidad ningún detenido por el caso, al cabo de años de largas idas y vueltas judiciales (ver aparte). En abril de 2016, la Corte Suprema de Justicia dejó firme el fallo que condenaba a los integrantes del grupo Callejeros: su líder, Patricio Santos Fontanet, fue sentenciado a siete años de cárcel, al igual que Eduardo Vázquez; el resto de la banda, Cristian Torrejón, Juan Carbone, Maximiliano Djerfy y Elio Delgado, recibieron cinco; y el escenógrafo Daniel Cardell, tres. La mano derecha de Chabán, Raúl Villarreal, recibió seis años; mientras que los exfuncionarios porteños Fabiana Fiszbin, Gustavo Torres y Ana María Fernández fueron condenados a tres años, tres años y nueve meses, y dos años y diez meses, respectivamente.
«En el juicio, la banda resultó absuelta y se condenó a Chabán y a los funcionarios. Después, Casación dio vuelta todo y condenó a los absueltos, beneficiando a los condenados con penas más leves; luego, la Corte declaró que hubo una violación a los Derechos Humanos y liberó a los músicos; y en una cuarta instancia, otra sala de Casación confirmó las penas y volvieron a la cárcel», resume Diego, y advierte que «hubo presiones políticas y económicas de parte del poder de turno sobre algunos padres y el periodismo para torcer la balanza de la Justicia».
Nilda, que se recibió de abogada tras la muerte de su hijo, tampoco quedó conforme con las penas. «Fueron muy leves. Si bien todos cumplieron sus condenas, fue una especie de tirón de orejas nomás», considera la mujer, y lamenta que «a nivel empresarial, exista esa lógica de que el dinero es más importante que la vida. Por eso hay que seguirlos de cerca».
Que la muerte valga la pena
Diego cree que ya superó «el trauma gracias a las herramientas psíquicas, terapéuticas y familiares que tuve a mi alcance. Pero no todos pudieron canalizar el dolor, la angustia y la tristeza de esa manera».
Tanto él como Nilda sobresalen por el trabajo de contención que realizan a través de sus ONG, una tarea pendiente para el Estado que no les supo ofrecer una alternativa a esos 45 familiares de víctimas que murieron tras la tragedia, y sobre todo a los 18 sobrevivientes que se suicidaron desde aquella noche.
«Presentamos diferentes proyectos en la Legislatura que hicieron más segura a la noche de la Ciudad. Además, logramos tener presencia en distritos como José C. Paz, Morón o Quilmes, donde se logró un mayor control sobre los boliches. También confeccionamos un manual de riesgos a través de la Secretaría de Derechos Humanos que contempla a la diversión como un derecho humano», precisa Nilda, quien aclara que sus acciones «no responden a ninguna bandera política» y que busca que «la muerte temprana, innecesaria y absurda, no haya sido en vano».
Diego es un poco más pesimista. Cree que la escena nocturna porteña «está igual que antes. La conciencia vino por parte de la gente, pero en cuanto a la política y las habilitaciones, lo único que cambió fue la mano del que recibe la coima, porque el que la paga seguro que es el mismo», comenta el muchacho, que junto a su ONG ha dado «charlas en escuelas, colegios e institutos terciarios, pintamos murales en clubes, siempre con la idea de transformar el dolor en algo productivo, que construya: en música, arte, en algo que haga bien». «
Idas y vueltas de la causaMarzo de 2006: el entonces jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, fue destituido por la Legislatura; sin embargo, en agosto de ese mismo año, la jueza de instrucción María Angélica Crotto entendió que no tenía responsabilidades penales y decidió absolverlo por las muertes.
Agosto de 2009: tras varias idas y vueltas, y luego de un año de juicio, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 24 ordenó por estrago doloso y cohecho a 20 años de prisión al administrador de Cromañón, Omar Chabán, y a 18 años al subcomisario Carlos Díaz y al mánager de Callejeros, Diego Argañaraz. La mano derecha de Chabán, Raúl Villareal, fue sentenciado a un año de prisión en suspenso, mientras que Fabiana Fiszbin y Ana María Fernández fueron condenadas a dos años de prisión en suspenso por incumplimiento de los deberes de funcionario público. Los integrantes de Callejeros, el funcionario porteño Gustavo Torres y el comisario Miguel Belay resultaron absueltos.
Abril de 2011: la Sala III de la Cámara Federal de Casación Penal cambió la calificación legal del hecho a «incendio culposo» y condenó por ese mismo delito, más «cohecho», a los músicos de Callejeros. El tribunal de alzada ordenó al TOC 24 que fijara las penas. En mayo, el tribunal redujo la pena de Chabán a ocho años; seis para Díaz y Villarreal; cinco para Argañaraz y Patricio Fontanet; cuatro para Eduardo Vázquez y Fiszbin; tres años y nueve meses para Torres; tres y medio para Fernández; tres para Christian Torrejón y Juan Carbone; dos y medio para Maximiliano Djerfy y Elio Delgado; y dos para Daniel Cardell.
Julio de 2012: en otro juicio, el TOC 24 condenó a cuatro años y medio al propietario del inmueble donde funcionaba Cromañón, Rafael Levy. En octubre, la Sala III revisó una vez más las penas y elevó la condena de Chabán a diez años y nueve meses; la de Fontanet a siete y al resto de la banda también le aplicó condenas más altas: seis a Vázquez, cinco a Carbone, Torrejón, Djerfy y Delgado; y tres a Cardell. También subió la pena del ex subcomisario Díaz a ocho años y confirmó las de los exfuncionarios porteños, Argañaraz y Villarreal.
Diciembre de 2012: se ordenó por primera vez la detención de todos los condenados.
Agosto de 2014: la Corte Suprema ordenó revisar el fallo de octubre de 2012 y los acusados fueron excarcelados, excepto Vázquez, preso por haber prendido fuego a su pareja, Wanda Taddei. En noviembre, Chabán murió de cáncer.
Septiembre de 2015: la Sala IV de la Casación Penal confirmó las condenas a los integrantes de Callejeros y otros cuatro imputados por la tragedia de Cromañón. En abril de 2016, la Corte hizo lo propio rechazando el planteo de todos los acusados y dejando firme, de una vez por todas, la sentencia.
Homenajes
Mañana, la ONG No Nos Cuenten Cromañón realizará un acto en el Obelisco. Bajo la consigna «Transmutar el dolor en poesía», se proyectará a las 18 un videoclip de un tema compuesto por el sobreviviente Federico Claramut, del que participan artistas como Alejandro Lerner, Lito Vitale, Celeste Carballo, Javier Calamaro, Mimi Maura, Peteco Carabajal y Kevin Johansen.Hoy desde las 14, en la Plaza de Tapiales, la Coordinadora Memoria y Justicia por Cromañón organizó un festival donde estarán, entre otras bandas, Sueño de Pescado, Josefita, Edu Schmidt, La Chilinga y Zapadié. Los organizadores invitan a llevar a un juguete que será donado al comedor Lucero.