La llegada a la presidencia de Javier Milei se convirtió para muchos argentinos (el 44,35% para ser exactos) en un escenario difícil de explicar. Su triunfo abrió una legítima necesidad de entender cómo fue que esto pasó y para ellos desde esta página se ofrecen dos sugerencias. Por un lado la autocrítica, un ejercicio tan difícil de hacer en política que la mayoría prefiere dejarlo siempre para mañana. El otro es pedirle ayuda al cine.
Tras los ‘90, luego de una década de expansión neoliberal, sobrevino el colapso y las crisis se multiplicaron por los cinco continentes. A partir de eso, y sobre todo después del 11-S, algunos cineastas se vieron en la necesidad de encontrar la raíz del fenómeno. Dos documentales producidos en los primeros 2000 pueden ser útiles ahora, para entender el proceso político que atraviesa la Argentina. Se trata de Our Brand is Crisis (algo así como “La crisis es nuestro negocio”, 2005), de la estadounidense Rachel Boynton, y La doctrina del shock (The Shock Doctrine, 2009), de los británicos Michael Winterbottom y Mat Whitecross.
El negocio de vender crisis
El primero de ellos es un retrato íntimo de la campaña del boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, quien en 2002 accedió por segunda vez a la presidencia de su país, a pesar de arrancar con una pésima intención de voto y peor imagen pública, debido al plan de privatizaciones implementado en su primer mandato (1993-97). El segundo está basado en el libro homónimo de la periodista Naomi Klein, quien compara la matriz económica propuesta por el premio Nobel Milton Friedman, padre del neoliberalismo, con los tratamientos de shock experimentales desarrollados por la psiquiatría entre 1940 y 1950.
De forma anticlimática, Our Brand is Crisis comienza con las dramáticas escenas de la represión ordenada por Sánchez de Lozada para contener las protestas contra su gobierno. Una decisión que dejó 100 muertos y lo llevó a renunciar tras solo un año de mandato. A partir de ahí la película retrocede un año, para registrar las reuniones privadas en las que un equipo de especialistas estadounidenses diseña la campaña.
¿Las estrategias? Desde lanzar operaciones sucias contra sus rivales a través de terceros, para no quedar pegados, hasta crear una narrativa en la que el país está al borde de la disolución. Ahí explican que para un candidato tan impopular, que se propone aplicar medidas extremas, lo mejor es construir un escenario de crisis terminal que le permita acentuar y explotar la vulnerabilidad del electorado.
El uso de la crisis como plataforma para convertir en aceptable un plan económico de ajuste extremo, imposible de aplicar en cualquier otra situación, es el núcleo de La doctrina del shock. En 1951, las agencias de inteligencia occidentales se reunieron con un grupo de académicos, para interiorizarse en una investigación sobre el uso de la privación sensorial para provocar la pérdida de la capacidad crítica. Estos experimentos, realizados en pacientes psiquiátricos, sirvieron de base a la CIA para crear el Manual Kubark, un compendio de violentísimos métodos para interrogatorios que fue probado en las dictaduras sudamericanas en los ‘70.
El dominio del shock
Esos mismos experimentos le permitieron a Friedman desarrollar su teoría, según la cual una “terapia de shock económica conduciría a las sociedades a aceptar una reforma pura de capitalismo desregulado”. Klein prefiere definirla como “el atraco sistemático de la esfera pública tras las secuelas de un desastre, cuando la gente está demasiado centrada en su propia emergencia como para defender sus intereses”. Y explica que existen tres formas para aplicar ese shock que trabajan de forma conjunta. Por un lado, una guerra o un escenario de crísis con similar capacidad de daño. A esto inmediatamente lo sigue la terapia de shock económico, un proceso violento de transformación que enseguida genera resistencia. Ahí aparece la tercera forma: la tortura.
Alumno avezado, Milei cumplió con dos de estas etapas y dejó planteada la tercera en apenas una semana de gobierno. Su discurso inaugural planteó un escenario de economía de guerra, remitiendo de forma deliberada al slogan de “sangre, sudor y lágrimas” que Churchill usó en su histórico discurso de 1940, cuando el Reino Unido efectivamente atravesaba el peor conflicto bélico de su historia. Días después, el nuevo Presidente argentino comenzó a presentar su plan económico de recortes y ajustes, que no por anunciado resultó menos brutal. Por último, su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, avanzó con el Protocolo Antiprotesta, una amenaza abierta que asegura represalias físicas a quienes se atrevan a manifestarse en contra. Guerra, ajuste, tortura: el combo completo.
La doctrina del shock también traza una línea histórica de las diferentes encarnaciones de las ideas de Friedman y en todas ellas se verifican las mismas etapas. El primer laboratorio fue la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. Solo tres años después, en 1976, la misma Academia Sueca que le negó el Nobel de Literatura a Jorge Luis Borges por darle la mano al general chileno, le concedió el Nobel de Economía a Friedman por proveerle al mismo dictador un plan económico construido sobre el terror. Todo muy coherente.
El siguiente eslabón en esa carrera de terror económico fue la dictadura argentina, que a partir de la invasión de Malvinas le sirvió a Margaret Thatcher una guerra en bandeja, para que ella también arrasara sin piedad con la economía británica y con todos los que se opusieron. Ronald Reagan, la caída de la Unión Soviética, las Torres Gemelas, la invasión a Irak o el huracán Katrina son otras paradas del mismo recorrido, que con el gobierno de Milei suma una nueva etapa experimental.
Pero el documental La doctrina del Shock (se puede encontrar completo y subtitulado en YouTube) no se detiene en analizar el fenómeno, sino que también ofrece herramientas para la resiliencia: “Quizás el primer acto de resistencia sea el de no permitir que la memoria colectiva sea borrada”.