Es algo así como una encrucijada. El mundo tira cada vez más comida a la basura, mientras aumenta el hambre. En un futuro cercano, crecerán las bocas para alimentar y habrá que producir más alimento, sin que esa producción y sus efectos ambientales desplacen y hambreen a más población. El problema es global. También, local. En una Argentina donde la pobreza trepa y comer es cada vez más caro, una investigación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) apunta a disminuir los desperdicios de alimentos en el cinturón hortícola platense, que abastece a unas 14 millones de personas.
“Es una problemática que tenemos hoy en el planeta. Un tercio –según la estimación del 2011 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)- de los alimentos que se producen en el mundo para consumo humano se tira, no se come. Al mismo tiempo, el hambre en el mundo no se soluciona. Al mismo tiempo, se supone que ya producimos a nivel del planeta suficientes calorías para el total de la población. Y se incorpora la tensión de que para 2050 va a aumentar la población mundial y vamos a tener que alimentar a más personas. ¿Cómo aumentar esa productividad sin aumentar el impacto ambiental que tiene hoy la producción de alimentos? ¿Sin correr la frontera agrícola y que cada vez usemos tierras que eran bosques, humedales, selvas, para producir alimento? ¿De qué manera y con qué insumos? Es una problemática súper compleja, súper acuciante, porque se ve que la forma en que hoy producimos, circulamos y consumimos alimento no es sustentable, no soluciona el problema del hambre y funciona para unos pocos”.
Quien desarrolla el alcance de la encrucijada es la geógrafa Rocío Ennis, doctoranda del Conicet y autora del estudio del Centro de Investigaciones Geográficas perteneciente al Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP.
“Si mantenemos esta visión del alimento como producto mercantil, queda totalmente desvalorizada la cuestión nutricional, cultural, simbólica. El alimento es algo mucho más complejo que solo nutrientes y eso también debe entrar en la discusión. Qué producimos, cómo, quiénes están pudiendo comer hoy y quiénes no. Por qué en todo este contexto se tira comida. Habrá que tratar de pensar eso con conciencia, buscando justicia, para revalorizar el alimento y que no sea una mercancía más”.
Comida a la basura
Según las definiciones de la FAO, las pérdidas de alimentos se dan cuando esa disminución se produce entre la producción y la distribución minorista, sin incluirla. En tanto, los desperdicios de alimentos ocurren entre la distribución minorista y el consumo. Hacia 2011, ese organismo estimaba que en el mundo se perdía y desperdiciaba un tercio de la producción mundial de alimentos. Las mediciones más actuales hablan de un 14% de pérdidas en términos de valor económico, y un 17% de desperdicios en términos de toneladas.
En la Argentina se calcula que se pierde y desperdicia alrededor de un 12,5% de la producción agroalimentaria total. Esto es: 16 millones de toneladas de alimentos por año. En su gran mayoría, se trata de pérdidas. Es decir, alimentos que se descartan antes de llegar a la venta minorista y el consumo.
“Tiene que ver con múltiples factores. Desde deficiencias técnicas, tecnológicas, de infraestructura, mal manejo de los alimentos, falta de cadenas de frío, derrames, cuestiones físicas que hacen que haya pérdidas”, enumera Ennis sobre los motivos de las pérdidas y desperdicios de alimentos en todo el mundo. “En los primeros estudios se vinculaba mucho la pérdida con los países en desarrollo, y el desperdicio con los países desarrollados. Pero los estudios más recientes indican que en realidad no importa el nivel de desarrollo del país, en todos hay motivos para pérdidas y para desperdicios”.
Para analizar más de cerca el fenómeno e identificar soluciones concretas, la geógrafa estudia las pérdidas y desperdicios en el cinturón hortícola platense, uno de los principales proveedores de hortalizas a nivel nacional. El sur del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA-Sur), conformada por los partidos de Florencio Varela, Berazategui y La Plata, concentra el 73% de las explotaciones hortícolas de la provincia de Buenos Aires, provee el 82% de las hortalizas que se comercializan en el Mercado Central de Buenos Aires, y abastece a más de 14 millones de habitantes dentro del AMBA y otras regiones del país. Según datos difundidos por la UNLP, La Plata reúne a casi la mitad de las explotaciones del Cinturón bonaerense, con una producción anual promedio de 142.000 toneladas y más de 5.000 productores que cultivan principalmente tomate, morrón y berenjena, así como lechuga, acelga y espinaca.
“Lo que estoy estudiando es cuáles son las causas de pérdidas y desperdicios de hortalizas en La Plata, aprovechando que el partido es el gran productor de hortalizas para consumo fresco del país. Más allá de encontrar por qué, me interesa ver si maneras alternativas de producir verduras se ven afectadas por las mismas cuestiones o no”, detalla Ennis. Por eso, indaga no solo la producción convencional sino también la orgánica y agroecológica.
Por otras vías
“Nuestro objetivo fue identificar las características de las pérdidas de hortalizas en las quintas en función de los canales de comercialización empleados por los productores. Los resultados indicaron que las contingencias climáticas, mecánicas, de infraestructura y de mercado son muchas veces imprevisibles e inmanejables, y las hortalizas son productos vivos, delicados y altamente perecederos”, explica la autora de la investigación.
“Pero más allá de que el contexto espacio-temporal pueda enfrentar a los productores convencionales, orgánicos y agroecológicos del Cinturón Hortícola platense a desafíos compartidos, pudimos comprobar que las especificidades de cada circuito comercial absorben o expulsan alimentos de forma singular, convirtiéndolos en pérdidas. Por ejemplo, los supermercados rechazan los productos que no se ajustan a las exigencias de sus fichas técnicas. El canal convencional, con los mercados concentradores, suele saturarse y la caída de los precios es tal que al productor ni siquiera le es rentable cosechar las verduras”, acota la geógrafa.
Así, la diversificación de los canales comerciales y la redistribución hacia otros consumidores podrían colaborar a la reducción de las pérdidas en quinta. Esas estrategias se identificaron principalmente en la producción orgánica.
En muchos casos, el rechazo de alimentos por parte de grandes cadenas de supermercados tiene que ver con una “cuestión cosmética”, con la apariencia de la hortaliza. Para la o el consumidor, “es una cuestión de educación. Hay que entender que un producto perfecto a la vista no necesariamente implica que sea perfecto en términos nutricionales. Y tratar de quitar esa presión a los alimentos, de que deben verse de determinada manera. Revalorizarlos desde otro lado”, propone Ennis. “Hay muchas campañas a nivel internacional estimulando a la gente a que compre verduras deformes, con manchas, zanahorias de dos patas, morrones doblados. Porque uno de los primeros estudios sobre el tema habla de que hay muchas cadenas de supermercados que son muy exigentes con las características de una verdura para ingresar a un comercio”.
Así como hay factores incontrolables que indicen sobre las pérdidas y desperdicios, hay otros que tienen que ver con acciones y decisiones. Y, también, con políticas públicas. “Las cuestiones climáticas en una producción de alimentos juegan en el éxito que pueda tener o no una cosecha. La Plata es súper húmeda y ahora que estuvo lloviendo probablemente haya habido más desperdicios. Hay factores que perjudican a la producción y no hay demasiados elementos para mitigarlos, como el granizo”. Pero “otro motivo de por qué hay pérdida y desperdicio es la falta de oferta de mercado. El mercado concentrador, que es el que mueve gran cantidad de verduras, cuando ya no ofrece un precio razonable es preferible en la quinta no cosecharlo, porque sale más caro que el ingreso que puede tener por esa venta”.
Rescate de alimentos
Ennis destaca que, en materia de políticas para reducir la pérdida y desperdicio de alimentos, “Argentina es bastante pionero a nivel internacional, casi desde el principio está accionando al respecto”. Cita ejemplos como la Red de Banco de Alimentos, que –según se define- “contribuyen a reducir el hambre, la malnutrición y el desperdicio de alimentos en el país, rescatando alimentos aptos para el consumo, a fin de almacenarlos, clasificarlos y poder distribuirlos, de manera trazable y segura”, e incluye un programa de recupero de alimentos del agro.
La investigadora también menciona Kigüi, una aplicación móvil que ya está cumpliendo dos años en el país y fomenta la compra de productos de consumo inmediato antes de su vencimiento. Así, busca disminuir el desperdicio de alimentos y, al mismo tiempo, generar un descuento o ‘premio’ para quienes se sumen a la iniciativa. Según una reseña del portal InfoNegocios, permite ahorrar hasta un 40% en supermercados.
Claro que la problemática tiene alcances de magnitudes enormes y demanda soluciones de la misma dimensión. Que requerirán de intervenciones estatales, ante mercados cuyas lógicas generan que se tire comida.
Por lo pronto, se busca la visibilización y concientización sobre el tema. El próximo sábado 23, la edición número 18 de La Hora del Planeta –convocatoria global de WWF que invita a sumar acciones para frenar el cambio climático- incluirá entre sus consignas la reducción del desperdicio de alimentos.