La pandemia fue uno de los acontecimientos más traumáticos de los últimos tiempos. Múltiples consecuencias aún continúan sin ser entendidas. Pero conocemos claramente una en la que todos nos sumergimos: la hiperdigitalización. Como un efecto no buscado de las políticas implementadas para enfrentar el daño de un virus desconocido, la digitalización del entorno social y de las propias subjetividades llegó en un abrir y cerrar de ojos a límites impensables. La educación, los encuentros de trabajo, los debates parlamentarios, las celebraciones familiares, hasta los vínculos amorosos quedaron atrapados en la red del “solucionismo digital” de las grandes compañías tecnológicas.
El solucionismo digital se consolidó como ideología en dos direcciones: convirtió a las tecnologías digitales en una aparente herramienta apta para resolverlo todo y unificó tecnológica y económicamente un sistema que lo abarcaba todo. Así, se consolidaron los grandes oligopolios contemporáneos de la atención, la conexión y las pasiones de un público todavía afectado por las secuelas de la crisis.
Cuando las empresas lograron reunir y controlar una infinidad de datos personales que no habrían sido facilitados en otro contexto, los miembros de las sociedades hiperdigitalizadas se volvieron más vulnerables y manipulables. Eso hizo posible que de las redes del solucionismo digital emergiera con fuerza el solucionismo político de extrema derecha.
Elon Musk encarna este giro a través del cual los plutócratas de la economía digital se transformaron en los agitadores del solucionismo de extrema derecha, esa varita mágica que promete soluciones simples, violentas y antiigualitarias para los problemas complejos de las precarias sociedades contemporáneas. «