No hace falta tener registro de conducir para saber que acelerar en las curvas, como propone Javier Milei, es una maniobra que termina en la muerte y destrucción total.
Su papel lamentable en Davos, (“homosexualidad = pedofilia”, entre otras atrocidades), es tan indignante que el activismo y la comunidad LGBT y feminista ya organizades respondimos con asambleas y una convocatoria federal que promete ser totalmente masiva este sábado, y que cada día que pasa capta más adhesiones y se multiplica en más de 100 lugares del país. No son ideas abstractas lo que se discute, sino la realidad material y el derecho a existir de millones de personas.
Esa voluntad exasperante de ser colonia, esa postura servil y deshumanizante representada en sus palabras son la expresión que rebalsa el vaso de la crueldad que viene promoviendo desde el inicio de su gobierno. Pero también pone en evidencia la importancia de desplegar capacidad de respuesta ante cada avance violento sobre nuestros derechos y existencias. Reaccionar hace la diferencia.
¿Cómo frenamos esta distopía?
El proyecto de miseria planificada necesita una justificación moral y cultural para que sea soportado por quienes van a ser sus afectados, en todo estrato social. Necesitan generar una narrativa, figuras, valores, así como una estética que comulgue con una sociedad rota y desesperanzada. Es la banalidad de la crueldad, la desfachatez del individualismo, o lo que Juan Grabois llama el “destape oligárquico”. Una revancha conservadora que asume un importante sector social y que nos preocupa, pero no debe paralizarnos.
El miedo, la violencia, el odio son pasiones que se contagian. Pero también pueden desarmarse, y el desafío de nuestro tiempo es ensayar estrategias para conseguirlo. La primera clave está en la fuerza colectiva: las vías individuales son mucho menos eficaces que multiplicar y conseguir consensos, respaldarse en el grupo, buscar alianzas. En definitiva, no hay eficacia en soledad y eso es algo que incluso esta derecha logró identificar para buscar hacerse fuerte.
También sabernos orgullosos y orgullosas de nuestra historia, de nuestras luchas, de todo lo que hemos conseguido. La afirmación y la autoestima es la fuerza de los pueblos para pelear por sus derechos.
Que sus ofensas no nos hagan sentir víctimas, nos debiliten, o nos dejen sin agencia. En su ridiculez, en lo absurdo e irracional de sus planteos, también está nuestra fortaleza. En nuestro disfrute, su sufrimiento y su incapacidad. Dejémoslos sin efecto.
Sobre todo, hagamos comunidad, que nunca puede ser un nuevo nicho de personas bien pensantes. Que sea un ámbito donde se aloje la diferencia y la contradicción, la diversidad y la posibilidad de armar algo mucho mejor que la promesa arrasadora de toda humanidad que nos plantean. Que sea cuidándonos, con empatía, abonando al bien común y la solidaridad.
Tenemos la historia y la potencia de nuestro lado, tenemos la gimnasia asamblearia y callejera, la experiencia en construir consensos con un amplísimo arco social y político. Somos un movimiento capilar, que atraviesa toda la vida social de nuestro país, de los comedores a los sindicatos, de los organismos de derechos humanos a las escuelas, los partidos políticos, artistas, laburantes, de toda edad.
Que nuestro grito se escuche en todas partes. De este lado, la prepotencia de la solidaridad, el amor y el coraje. Que los fachos vuelvan al closet y nuestra Patria a contagiar empatía y esperanza.
*La autora es socióloga, referente feminista de Patria Grande – Argentina Humana y legisladora en CABA