Rejas por aquí, rejas por allá. El barrio de Congreso está enjaulado, sin libertad. Una postal cotidiana de la Argentina presidida por el ultraliberal Javier Milei. Fiebre de viernes por la noche en el Parlamento, hay que seguir con vida.
En la pompa y circunstancia oratoria del discurso del estado de la Nación, el presidente se dirigirá al pueblo. Adentro de la pajarera parlamentaria se amuchan los aplaudidores de turno. Afuera, movimientos sociales, organizaciones de izquierda y gente de a pie se hermana para protestar. “Tosamos que se va”, agita el cartel un señor cerca de Rivadavia. Si fuera tan fácil.
Sinfonía de un sentimiento. “La patria no se vende, la patria no se vende”. La frase explota en decenas de gargantas. Hay bombos y redoblantes, también cacerolas, porque la lucha es una sola. Le da duro a una vieja olla Mónica, jubilada textil llegada desde el Once: “Voy a defender la democracia, este tipo es la dictadura. El plan motosierra nos está matando a todos los jubilados. ¿Quién se acuerda de los viejos?”. La guardia pretoriana de la ministra de Represión Patricia Bullrich custodia el Congreso a pocos pasos: “Estos son capaces de pegarnos a los jubilados, no respetan ni a su madre”. Doña Mónica no se equivoca. Hace un rato, los hombres de azul repartieron gas pimienta para todes en el cruce con Callao.
La platea libertaria es flaquita. No serán más de 20 freaks que agitan una banderita con la imagen del león de raro peinado nuevo en la esquina de Rivadavia. También flamea la serpiente cascabel de Gadsden. Hasta cantan por la vuelta de Menem. “Los de enfrente se oponen por ideología, o porque son kukas. La ‘Kretina’ los manda”, dice una coqueta señora, antes de estallar como groupie cuando la caravana presidencial llega al barrio. La posibilidad de un colapso físico y mental es muy real.
Sin pantallas ni parlantes, el discurso se sigue con la ñata contra el vidrio en las pizzerías de Rivadavia. Cerca del Cine Gaumont hay abucheos para cada diatriba neoliberal del falso libertario.
“Sí hay plata”, escribió Saúl en el cartel que pintó a mano. Deja un mensaje postrero el joven universitario antes de emprender el regreso a casa: “Plata para los empresarios, para los terratenientes, para los banqueros, siempre hay platita para ellos. Milei no los va a defraudar”.