En la Argentina de Javier Milei brotan los conflictos minuto a minuto. No hay margen para relajarse ni para subestimar el poder de la motosierra, encendida a toda potencia desde el 11 de diciembre de 2023. Vivir en un país gobernado por los ultraderechistas libertarios -fanáticos defensores de la violenta destrucción- obliga a permanecer en estado de alerta permanente. La doctrina del shock va del cierre del Hospital Bonaparte al festejo de nuevos miles de despidos en el Estado, a las ironías acerca del feroz recorte sobre los jubilados sin dejar de pasar por el vaciamiento de referencias en su especialidad como el Garrahan o la AFIP. El quiebre de consensos sociales -escuela pública o DD HH, por ejemplo- construidos en democracia también marcan esta etapa.
Al frente de cada uno -o de la gran mayoría- de los conflictos hay una resistencia. El primer dique de contención para el avance todavía más feroz del gobierno de Milei son las comisiones internas. Se calcula que hay 70 mil delegados y delegadas en todo el país. Con la misma velocidad que surgen los conflictos, se difunden contactos de representantes del organismo, sector o espacio puesto en el blanco desde Casa Rosada. Aparecen nada menos que las redes de contención: los trabajadores y las trabajadoras organizadas. La herramienta sindical -la fortaleza colectiva- es la que genera victorias parciales -porque las hay incluso en esta tierra arrasada-, supervivencias o retrocesos del modelo represivo, empobrecedor y de saqueo liderado por Milei.
El día a día en muchos espacios de trabajo se atraviesa a partir de la conducción de las y los delegados. Son quienes escuchan cada reclamo y los convierten en propuestas. Son quienes hablan con sus compañeras o compañeros para transformar la realidad cotidiana. Son quienes se ven obligados a mantener la guardia en alto para contagiar esperanza. Son quienes debaten alternativas de futuro en otros espacios más amplios. El movimiento sindical no solo está a la altura del contexto, sino que pone el cuerpo para enfrentar a un gobierno que busca exterminarlo.
Para una parte del campo popular, la exigencia recae sobre el propio movimiento obrero. Le piden que resuelva de inmediato tanto lo que el pueblo definió de forma masiva como lo que esquiva buena parte de la clase política, desorientada entre especulaciones, internas y el impacto de esta experiencia inédita en el poder. El pedido de un paro -uno más- es natural en un escenario de destrucción sobre la vida y los derechos más elementales. Pero, ¿alcanza? ¿Es la llave maestra para frenar las políticas del gobierno?
En lo cotidiano, los sindicatos hoy hacen mucho más de lo que su función natural indica. En lo general, el gremialismo fue el que logró desarmar algunos de los múltiples ataques de Milei en sus primeros meses de gobierno con paros generales, marchas y una unidad que, hasta ahora, la política no puede mostrar.
Incluso con sus zigzagueos y contradicciones, las centrales sindicales cumplen su tarea fundacional: ser la trinchera para defender a los laburantes. Lo hacen combatiendo todos los días contra los discursos estigmatizantes del poder que describen al sindicalismo como sucio, feo y malo. Y a veces el mensaje de los dueños del país cala tan hondo que llega al campo popular.
¿Se imaginan cómo hubiera sido este tiempo sin la protección del movimiento obrero? Acaso la pregunta es qué va a hacer la política con el descontento creciente, las luchas y resistencias activas que desde diciembre de 2023 están en la calle para frenar a Milei. «