Fue en 2011 cuando la ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, decidió renovar la cúpula de la Policía Federal. Entre sus integrantes estaba el comisario general Horacio Alberto Giménez. Su intempestivo pase a retiro cayó sobre él con el mismo peso que una enorme roca en el océano.
Lo cierto es que el tipo no era apreciado por la tropa. Entre otras razones, por fisgonear –con seguimientos, chivatazos e intervenciones telefónicas– a los efectivos interesados en pasarse a la Policía Metropolitana, creada un año antes por el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, que ofrecía mejores sueldos. Es que -según su criterio– semejante cambio constituía un acto corporativo de “alta traición”.
Por tal motivo, resultó una verdadera paradoja que, apenas unos meses después, Giménez sea entronizado en la cúpula de la mazorca macrista. Desde entonces, sus antiguos subordinados lo llaman “el jefe de los traidores”.
En resumidas cuentas, conservó ese cargo durante un lustro, hasta que La Metropolitana, debidamente fusionada con el personal capitalino de la Federal, dio origen a la Policía de la Ciudad. Entonces fue bendecido con la función de superintendente coordinador de esa fuerza (con el Poder Ejecutivo). Y ahora, ya bajo la era de Jorge Macri, acaba de convertirse en ministro de Seguridad. Y por una causa –diríase– de necesidad y urgencia: las fugas sistemáticas de detenidos en las comisarías porteñas: 22 durante 2014 y tres en lo que va del año en curso, algo que puso en ridículo la gestión de su antecesor, Waldo Wolff.
Claro que este punteo curricular no incluye la letra chica de su trayectoria, salpicada por exabruptos operativos que fueron de dominio público y que hoy se mecen en el olvido. Pero también por “actos de servicio” que hasta estos días se mantienen bajo un riguroso secreto.
En cuanto a sus salvajadas a cara descubierta resalta el ataque al Hospital de Salud Mental José T. Borda, perpetrado el 26 de abril de 2013.
Durante el amanecer de ese viernes, casi 100 uniformados y otros tantos esbirros de civil, a las órdenes del propio Giménez, irrumpieron allí, abriéndose el paso con gases lacrimógenos y balas de goma, como si estuvieran en la batalla de Stalingrado. El objetivo era desalojar el Taller Protegido 19, ocupado por los trabajadores para resistir el desmantelamiento del predio, dado que el gobierno de la Ciudad tenía allí en vista un emprendimiento inmobiliario. De modo que, en medio de aquel festival represivo, los intrusos demolieron el taller, violando así una orden judicial vigente. Aquella vez, la faena tuvo un saldo de 50 heridos, entre médicos, trabajadores, pacientes y periodistas.
Esa misma tarde, Macri felicitó calurosamente a Giménez.
Cabe destacar que él resultó procesado por aquel operativo. Sin embargo, tres años más tarde fue bendecido con el sobreseimiento. Y su apelación todavía duerme en algún cajón de la Corte Suprema.
A fines de 2015, cuando Horacio Rodríguez Larreta reemplazó a Macri en la jefatura del gobierno porteño, conservó a Giménez en su cargo. Y por una razón de peso: el férreo control que supo imponer en el espacio público, siendo ese el gran ideal de PRO en materia de seguridad, y haciendo caso omiso a las denuncias por “abuso de autoridad” que solía merecer el personal a su mando. Ese hombre –según el alcalde– “medía bien” en las encuestas. Pero, además, fue el hacedor de un milagro: a diferencia del resto de las fuerzas de seguridad que actúan en el país, que se autofinancian (mediante las cajas delictivas) y que, en consecuencia, se autogobiernan, él logró que La Metropolitana fuera una policía partidaria, aunque impoluta: la falange armada del macrismo.
Eso duró hasta octubre de 2016, cuando fue reemplazada por la Policía de la Ciudad. Fue entonces cuando, pese al cargo nominal de superintendente, su figura se evaneció. Pero no para siempre.
Días pasados, al anunciar su regreso a un puesto de primer orden, Jorge Macri subrayó tal elección con la siguiente frase: “Es tiempo de policías”.
Sin embargo, en torno a la figura del flamante ministro vuelve a palpitar ese enigma biográfico guardado bajo siete llaves, y que merece ser develado.
En este punto es necesario remontarse a fines de 1974, cuando Giménez, a los 21 años, egresó de la Escuela de Cadetes Ramón L. Falcón con grado de oficial ayudante. A partir de entonces, su carrera fue meteórica.
Según su legajo, en 1975 fue a parar a la Guardia de Infantería. Pero es posible que ello haya sido un “destino de cobertura”; es decir, una tapadera para encubrir tareas de otro tipo. Porque, en realidad, fue enviado durante tres meses “en comisión” a Tucumán. La pregunta es: ¿en “comisión” de qué?
Es que allí había otros efectivos de la Policía Federal y de La Bonaerense, subordinados al Ejército por un motivo crucial: en esa provincia se desarrollaba el Operativo Independencia contra el foco rural del ERP. Su saldo: más de 700 desaparecidos en los primeros centros clandestinos de detención que hubo en el país. Ya se sabe aquel fue el laboratorio nacional del terrorismo de Estado, poco antes del golpe militar de 1976. Pues bien, ¿Cuáles habrían sido las tareas que el joven Giménez desarrolló tan lejos de su hogar, bajo el mando del general Acdel Vilas?
Lo cierto es que sus funciones inmediatamente posteriores –siempre en “comisión”– no fueron menos misteriosas.
Porque luego fue enviado a la ciudad santefecina de Villa Constitución durante la rebelión de los obreros metalúrgicos liderada por Alberto Piccinini. Allí también convergieron otros efectivos de la Federal, junto con gendarmes, prefectos y elementos de la Triple A. Esa oleada represiva fue descomunal, y hubo 20 desaparecidos. ¿Habría existido algún “aporte” de él al respecto?
Según los papeles, Giménez atravesó la última dictadura en la Guardia de Infantería. Pero hay versiones que deslizan su paso por Coordinación Federal (luego rebautizada Superintendencia de Seguridad federal). Se trataba del brazo represivo de la fuerza, cuyo protagonismo se cifraba en el Plan Cóndor. Aun así, no hay un sólo policía de aquella época cuyo legajo lo ubique allí, puesto que gozaban –cómo ya se ha dicho– del beneficio de la “cobertura”.
En rigor, tampoco hay pruebas ni testimonios (ya sea de sobrevivientes o testigos) que lo ubiquen a Giménez en algún grupo de tareas. No obstante, esa misma suerte la tuvieron muchos otros represores.
Desde entonces, el río del tiempo aquietó con eficacia su pasado. Un buen augurio para el nuevo ministro de la Ciudad. «