“Agregó que fue conducida por la Autopista Ricchieri hasta arribar a una calle de tierra, donde el vehículo aguardó a que se abriera una tranquera. Precisó también que en ese lugar se oían ladridos de perros, el paso de un tren y el ruido de tránsito veloz”. En decenas de transcripciones judiciales de testimonios de sobrevivientes del centro clandestino El Vesubio se repite esta descripción. La banda de sonido, la tranquera, la ruta cercana. Esta mañana de junio de 2024, unas 15 personas pueden ver el lugar donde estuvo y ya no está esa tranquera tan tristemente célebre, escuchan los ladridos de los perros y cruzan el badén que tantos otros testigos mencionaron. En este día se retoman los trabajos con el georradar con el objetivo de encontrar fosas clandestinas y elementos probatorio en el juicio. “No sabemos cuántas cosas de nuestros seres queridos pueden estar enterradas acá abajo, —dice Verónica Castelli, querellante en la causa y trabajadora de la Secretaria de DD HH de la Nación—. No estamos pidiendo un favor, fue el Estado el que cometió estos actos de terrorismo y es el Estado el que nos lo debe”.
Ubicado cerca del cruce del Camino de Cintura con la Autopista Riccheri, en el partido de La Matanza, el predio estaba inicialmente pensado como un espacio recreativo para los integrantes del Servicio Penitenciario Federal, de ahí las tres construcciones en forma de “casas” y la piscina que repiten los testimonios. Su horroroso funcionamiento como centro de detenciones clandestinas comenzó en 1975 con el accionar de la Triple A. Luego del Golpe de Estado, el Ejército tomó control del lugar y lo bautizó con el nombre clave de Empresa El Vesubio.
En 1978, la dictadura supo que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitaría el país y las autoridades se apuraron a demoler todo y trasladar a los secuestrados a otros centros clandestinos. En 2006 y por orden del juez Daniel Rafecas, se hicieron los primeros trabajos arqueológicos en la hectárea más cercana a la ruta y se descubrieron los cimientos de las tres construcciones y la pileta tantas veces mencionadas.
Las cuatro hectáreas que ocupó El Vesubio pertenecen al Mercado Central. En 2021, durante la gestión del dirigente social Nahuel Levaggi, los terrenos fueron cedidos a la Secretaría de DD HH de la Nación para la construcción de un Espacio de Memoria.
Mientras una cuadrilla de trabajadores del Mercado Central desmaleza una hectárea contigua a la ya trabajada, Silvia Saladino, sobreviviente de este infierno e integrante de la Comisión Vesubio/ Puente 12, relata: “Ahora está muy destruido, pero en este pisito estábamos las mujeres, encapuchadas y atadas. Entrabamos por acá, acá había que estar –dice, mientras reconstruye ese recorrido que hizo durante meses encapuchada y engrillada– teníamos que subir acá un escalón y había una habitación acá y otra allá. Y acá estaba la sala de torturas”.
Durante el gobierno anterior se empezó a trabajar en un convenio entre la provincia, la Nación, el municipio y la Comisión Vesubio/ Puente 12 para gestionar el espacio. Ese convenio quedó pendiente de firma. Lo mismo sucede con el proyecto de obra de tres cubiertas que protejan las excavaciones de las lluvias. A principios de año hubo una reunión con el nuevo secretario de DD HH, Alberto Baños, aunque todavía no hubo respuesta.
Una vez que los trabajadores del mercado Central limpiaron el lugar de yuyos y pastizales, viene el turno de gendarmería, los responsables de pasar el georradar. Tienen dos equipos, uno para terreno plano y el otro que trabaja sobre el suelo más irregular. Pese a la impaciencia de los presentes, los resultados van a estar recién en 30 días.
«El georradar te da el movimiento de tierra, delata cualquier alteración que hubo en el suelo y eso permite localizar los sitios en los que pudo haber enterramientos clandestinos», explica Pablo Giorno, arqueólogo del área de preservación de Sitios de memoria de la subsecretaría de DD HH de la Provincia de Buenos Aires. En 2006 se excavó en el predio principal, se recuperaron todos los cimientos y ahora hay que reacondicionar esa excavación para exhibirlos y armar un sitio de memoria e interpretación de lo que sucedió en esos años”, dice.
Sentir para entender
En lo que se conoció como Vesubio I, el Tribunal Oral Federal N°4 condenó en 2011 a siete represores a penas de entre 18 años y prisión perpetua en cárcel común por 156 crímenes de lesa humanidad cometidos en este centro. En el segundo tramo de este juicio oral y público, se condenó a Gustavo Adolfo Cacivio, Néstor Norberto Cendón, Jorge Raúl Crespi y Federico Antonio Minicucci a prisión perpetua. En el llamado Vesubio III, seis miembros del Servicio Penitenciario Federal y dos oficiales del Ejército recibieron penas que van desde perpetua a tres años y medio de prisión. El tribunal consideró, además, que la violencia sexual sufrida por las mujeres en este centro clandestino fue “específica, sistemática y planificada”.
“La idea principal de este trabajo de excavación es encontrar si hubo enterramientos de cadáveres de víctimas”, le explica a Tiempo Argentino Denise Bakrokar, secretaria del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional 3 a cargo del juez Daniel Rafecas, que lleva adelante la instrucción de esta causa. Bakrokar dice que ya se está tramitando el cuarto tramo del juicio, aunque, asegura, “queda el camino más difícil, en definitiva, muchos imputados ya fueron identificados, pero muchos están fallecidos y estamos trabajando en recomponer todas las víctimas porque, a pesar del tiempo transcurrido, hay gente que declara por primera vez».
Jorge Moldavsky recorre el predio y hace pequeños videos de los lugares por los que pudo haber pasado su hermano. Es la primera vez que viene. Algunos perciben su emoción y se acercan a darle un abrazo. “Vine a muchos actos en Vesubio, en Puente 12 y en el monumento que está en medio de la ruta, pero siempre estaba cerrado, los actos se hacían afuera”, dice. Adolfo Moldavsky, su hermano, desapareció hace 47 años y estuvo ilegalmente detenido en este lugar.
«Cuando me dijeron donde habían estado las cuchas, me explicaron que los secuestrados estaban en cuclillas y encadenados a la pared, fue muy fuerte. Pude ponerme en el lugar de mi hermano y sentí en mi cuerpo el frío de la represión. Creo que lo antes posible, con todos los espacios de memoria hay que generar lugares para informar a la juventud y para los que se olvidaron, los que hablan del ‘curro de los derechos humanos’ necesitamos que entiendan, que vivencien, Si no se siente este frío en el cuerpo no se entiende». «