La colonia artística infantil es una excelente propuesta estival. Con el extenso verano por delante, crece el riesgo de que las infancias se queden sin un adulto a cargo, se enfrenten al aburrimiento o recurran en exceso a las pantallas mientras el resto de la familia sigue con su rutina laboral.
Es que en las últimas décadas -y más aún luego de la pandemia- la realidad virtual se convirtió en un espacio que monopoliza la atención y limita otro tipo de experiencias vitales, con gran impacto en el desarrollo integral de los más chicos.
En este marco, las colonias artísticas de verano se convierten en un antídoto accesible y original contra la omnipresencia de las pantallas en la infancia, al mismo tiempo que brindan una solución práctica para que las familias puedan salir a trabajar mientras los chicos participan de estas actividades.
Colonia natural y artística
Marisa Fernández, coreógrafa y docente, coordina hace más de 20 años el espacio “Chicos a bailar”, una escuela de movimiento con sedes en Palermo, Vicente López, Olivos y Tigre. Durante el verano tiene lugar la «Colonia Natural y Artística”, una propuesta heterodoxa en donde se combina el juego, la libertad creativa y la experiencia corporal como pilares en el crecimiento de las y los niños.
“Buscamos reivindicar lo natural, el ser humano es pura potencia cuando nace. Traemos todo lo que tenemos que tener para poder desarrollarlo. La colonia es un espacio para que los chicos potencien eso y vean crecer su creatividad”, dice Marisa en diálogo con Tiempo.
La colonia está destinada a chicos desde los 12 meses hasta los 10 años y los grupos se conforman en edades integradas (de doce meses a tres años; tres a seis; y seis a diez). “Tenemos espacios de proyección visual y literatura, de movimiento corporal y de juegos integrados en donde se desarrolla el interés individual dentro de una grupalidad. Trabajamos con motivaciones y el mundo de la imaginación que acompaña al juego”.
“En nuestra colonia –continúa- los chicos toman decisiones y pueden elegir a qué quieren jugar. Hay muchos elementos que son facilitadores del desarrollo lúdico: telas, texturas, instrumentos de material reciclado, ropas de diferentes muñecos, pinturas”, explica.
Este tipo de propuestas, asegura Marisa, brindan una experiencia diferente a la de las colonias tradicionales. “Nuestro espacio no tiene que ver con la competencia y el rendimiento de lo deportivo. Pero sí con un cuerpo presente, un cuerpo que se encuentra activo de una manera lúdica. Lo lúdico trae amplitud visual, tanto en un sentido filosófico como sensorial”.
“Los chicos y las chicas tienen la libertad de tener diferentes recorridos, tomar opciones, no es que todos tienen que usar la pelota de la misma manera o todos tienen que jugar a la carrera de los autos. Eso genera una gran plasticidad de la propia expresión”, afirma.
Y agrega: “Nosotros consideramos que no hay error en la exploración de un niño o una niña. Cada chico es diferente y necesita hacer su recorrido. Los nenes se dan cuenta de eso a una edad muy temprana. Entienden que el otro es distinto y que propone otra forma de juego. Y la sensación lúdica de estar jugando y de que no haya algo que está bien o mal permite tener más herramientas para resolver”.
Marisa es consciente de que las nuevas generaciones traen otros desafíos. En los más de 20 años de trayectoria de “Chicos a bailar”, notó un cambio abrupto y significativo después de la pandemia. “Las infancias que atravesaron la pandemia tienen una exploración a veces más corta, con más dispersión. Los tiempos de juego son más fugaces y perciben el entorno que los rodea como si estuvieran un poco más aislados de lo que están”, diagnostica.
Y añade: “Eso también perjudicó la manera en la que están organizados los ojos en relación al movimiento. Los niños y niñas están mucho tiempo con la mirada en un punto reducido con las pantallas y así pierden lo que tiene que ver con la experiencia kinestésica y con el cuerpo aprendiendo en una movilidad un poco más amplia. Los ojos son fundamentales en cómo está organizado el cuerpo que juega, el cuerpo que baila”.
“Entonces toda la información de las pantallas que viene ya resuelta restringe la experiencia. Sin tridimensionalidad los chicos no pueden producir un efecto en la materialidad del entorno como, por ejemplo, tirar una torre. Tocar un botón no es lo mismo que tirar una torre o tener que alcanzar algo con la mano, donde toda la orientación del cuerpo y los ojos van hacia esa motricidad. Hay una organización corporal distinta a partir del uso de los dispositivos”.
Este nuevo estado de cosas genera una actualización permanente de parte de los docentes. “No permitimos el uso del celular, pero está presente a nivel simbólico, en los juegos de los chicos, y eso es muy importante porque forma parte de la cotidianeidad y no tiene sentido excluirlo”, cuenta. A la vez, muchas de las propuestas pedagógicas están orientadas a que se produzca el azar y lo inesperado. “Es una manera de combatir la ansiedad que genera que esté todo resuelto en el mundo virtual”, explica.
Colonia CdeMar
En el Club La Emiliana, en Villa Pueyrredón, este año empezó a funcionar una colonia artística para las infancias que está enfocada en prácticas corporales vinculadas a la técnica circense. El espacio está destinado a chicos desde cuatro a diez años, y fue conformado a partir de la iniciativa de las propias familias que asisten al club.
“Trabajamos momentos de interacción grupal y de juego libre en un ámbito de cuidado a cargo de los docentes. Buscamos que el juego conduzca a la interiorización de las técnicas del circo, con distintas herramientas como trapecios, túneles, telas, aros, cintas, pelotas, colchones”, explica a Tiempo Mariana Rivarola, artista circense y coordinadora de la colonia. “En este espacio los chicos pueden desarrollar todas esas habilidades que ya tienen en potencia”, agrega.
Mariana coincide en que los tiempos cambiaron. “En esta época que está tan mediada por dispositivos, hay poco tiempo de plaza, de estar en la calle jugando e inventando, trepando… Y el cuerpo es el primer lugar desde donde uno aprende. Todos los aprendizajes que uno desarrolla después, como el lenguaje verbal, empiezan a adquirirse a partir del cuerpo”, explica.
Para contrarrestar el “poco tiempo de plaza”, en la Colonia CdeMar son clave las actividades grupales, para salir de las pantallas y promover el contacto entre los chicos. “En la colonia hacemos acrobacia combinada, que es el trabajo con el otro. Buscamos crear propuestas en donde la indicación sea percibir el cuerpo del otro, cuidarlo y tener un registro de las sensaciones, la expansión y los movimientos que permiten los trabajos de interacción corporal”, afirma.
En un verano que puede parecer eterno, las colonias artísticas no solo ofrecen una alternativa al exceso de pantallas, sino que también se convierten en espacios donde las infancias recuperan la conexión con su cuerpo, el juego y la creatividad, mientras las familias encuentran el tiempo y la tranquilidad necesarios para sostener sus rutinas laborales.
Estas propuestas, más allá de su carácter lúdico, responden a los desafíos actuales, invitando a las niñas y niños a explorar, imaginar y compartir, y devolviéndoles, en cada actividad, la posibilidad de ser protagonistas de su propio desarrollo.