Alberto Fernández creó el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad e impulsó la legalización del aborto y el cupo laboral trans. También usaba el lenguaje inclusivo. En una de sus tantas frases desafortunadas, incluso llegó a presumir que había terminado con el patriarcado. Se asumía feminista. Se convirtió en uno de los escasos líderes políticos latinoamericanos que abrazó al movimiento de mujeres que se fortaleció en los últimos años. Parecía tan aliado.

Pero esta semana nos enteramos de que su expareja, Fabiola Yáñez, lo acusó de haberla golpeado en varias ocasiones y de someterla a terrorismo sicológico. La exprimera dama ya contará más en el documental que está preparando y ante el juzgado en el que interpuso la denuncia. Hay fotos. Hay chats. Hay una investigación judicial. Hay indignación, enojo y decepción.

Por suerte, la sorpresa no paralizó la reacción. La solidaridad con Yáñez y el repudio a Fernández fueron inmediatos por gran parte del peronismo, colectivos feministas y de quienes creyeron (creímos) en el acompañamiento militante de un expresidente que resultó ser un fraude y que es indefendible. Nadie lo amparó. Se quedó solo. Las explicaciones las tendrá que dar en la justicia.

El escándalo les abrió la puerta a los oportunistas. Los oficialistas que siempre han negado la violencia de género, que atacan a los feminismos y violentan de manera cotidiana a las mujeres, aparecieron para aprovecharse de la denuncia de una exprimera dama a la que desde hace años agreden con insultos, burlas y ofensivos apodos.

La hipocresía de los libertarios y sus adláteres no tiene límites. Personajes mediáticos autopercibidos periodistas, que hasta ayer denostaban a los feminismos, de pronto descubrieron la violencia de género y la repudiaron solamente porque el acusado es peronista. No les importó revictimizar a la denunciante con la difusión de chats y fotos; ni difundir videos privados, no relacionados con ninguna causa judicial, para promover linchamientos mediáticos en contra de una periodista. Desviar el foco de atención de Fernández hacia las mujeres también es violencia de género.

En el afán de usar partidariamente el caso, el vocero Manuel Adorni se atrevió a recordar la existencia de la Línea 144 de atención a víctimas de violencia de género. Es la burla de un funcionario que, con suma arrogancia, ha anunciado y celebrado cada una de las medidas que ha tomado este gobierno para desmantelar todas las políticas con perspectiva de género y que desprecia por completo a los feminismos. Hoy, esa Línea opera con un presupuesto y personal mínimo.

Ni hablar de la desaparición del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y del Salón de las Mujeres; el fin de los apoyos a las trabajadoras de casas particulares y a las mujeres y personas LGTBI+ que padecen violencia de género: el desfinanciamiento del plan para prevenir el embarazo adolescente; el «ajuste más grande de la historia» que afecta mucho más a las mujeres. Y los hasta ahora frustrados intentos por reabrir un debate para derogar la legalización del aborto. La desprotección avanza.

En el colmo del cinismo, apareció Javier Milei, el presidente violentador crónico de mujeres, para repetir que las políticas de género son «una estafa» y demostrar de nuevo su completa ignorancia sobre los feminismos. «Nos acusaron, sin ninguna prueba, de ser machistas, violentos y misóginos», escribió el político emblema de los machistas, violentos y misóginos que agreden y amenazan a cualquier mujer que ose criticarlos. Los gritos, ataques e improperios que ha lanzado con particular saña en contra de mujeres desde que era candidato pasaron siempre de largo, sin consenso en la indignación ni en la condena colectiva.

¿Por qué la constante violencia de género ejercida por el presidente jamás ha concitado un repudio generalizado? Abundan quienes lo justifican porque es «espontáneo», «genuino», tiene «otros modales» y es «disruptivo». Pero no. Es simplemente una violencia no asumida, ni reprobada, y que es repetida a diario por el amplio dispositivo digital financiado por el gobierno.

Ahora pretenden explotar las denuncias de Yáñez para calumniar (otra vez) a las feministas y hacer creer que las políticas de género son inservibles. Pero si las acusaciones trascendieron, si se le creyó en primera instancia a la víctima, si hay un proceso judicial en marcha sin importar que afecte a un hombre poderoso, es gracias a las luchas que han llevado a cabo las mujeres y que van a continuar a pesar de los miserables, estafadores y sinvergüenzas que pululan en todos los partidos, sin distinción ideológica.