Era el 3 de marzo de 2020. Aún se hablaba del crimen de Fernando Báez Sosa y el nuevo gobierno llevaba menos de tres meses. Entonces las noticias que sacudían al mundo ante la irrupción de un virus desconocido de repente se volvían locales: ese día se confirmaba el primer caso de Covid-19 en la Argentina. Cinco años después, el mundo es otro y el país, también. Ya nada sería igual. La pandemia causó un cimbronazo cuyos ecos todavía resuenan, aunque ya casi no se la nombre. Invisibilizándola. Como un hecho traumático.

En algunos edificios públicos aún se ven carteles desteñidos que indican la obligatoriedad de usar barbijo y mantener distancia. Rápidamente pasaron al olvido costumbres que por entonces nos prometíamos mantener, algunas tan sencillas como ventilar los ambientes. Por las noches se aplaudía al personal médico que hoy marcha contra los recortes y el ajuste. Nos preguntábamos si íbamos «a salir mejores».

Desde lo político, la salud mental, la educación, la salud y hasta el urbanismo, las respuestas parecen visibles. Y aunque se procure actuar como si no hubiera existido, perduran las secuelas que recuerdan que solo pasó un lustro desde el inicio del Covid.

A largo plazo

Si algo quedó claro es que la salud mental de la población no es la misma antes y después de marzo de 2020. En 2025, el efecto continúa. “La pandemia produjo un incremento de los trastornos mentales asociados a ansiedad, depresión y consumo problemático de sustancias. Ese efecto se evidenció en un corte transversal, pero también con un patrón diferido a largo plazo”, afirma Cynthia Dunovits, médica especialista en psiquiatría y jefa de la División de Psicofarmacología del Hospital de Clínicas.

“En los modelos de respuesta al estrés, la vivencia de una pandemia se imprimió como una amenaza que puso en riesgo nuestras vidas y la de nuestros seres queridos. La vivencia de una amenaza genera un efecto modificador sobre nuestro funcionamiento cerebral. Muchas veces incluso sobre la expresión de nuestros genes, proceso llamado epigenética«, explica.

Y añade: «La activación de los mecanismos asociados a supervivencia en exposición al estrés modifica su funcionamiento a largo plazo. En individuos con predisposición al desarrollo de un trastorno mental, el evento funcionará como disparador del cuadro que luego se manifestará sin necesidad de un nuevo estímulo amenazante”.

Aunque se pretenda dejar el tema atrás, está ahí. En el Centro de Alzheimer de la UBA, en el Clínicas hay algo frecuente en la primera consulta: «cuando preguntamos acerca de inicio de síntomas, los adultos mayores asocian el mismo o el aceleramiento de los síntomas de deterioro cognitivo con la pandemia”.

Tensiones que persisten

En el ciclo lectivo que está comenzando ingresan a 6° grado de la primaria quienes arrancaron la escuela de forma virtual. Lo mismo en 6° de secundaria en PBA. Los que hoy pasan a 3° de primaria tuvieron sala de 3 del jardín virtual. Apenas llegaron a la adaptación cuando llegó el Covid. Y los primeros bebés pandemials están empezando preescolar. De algunos de los problemas que quedaron en las aulas se habló bastante: retrocesos con el lenguaje y en la aceptación de rutinas, conflictos entre pares y dificultad para conectar con los contenidos. También la violencia. “Las tensiones entre familias y escuelas se incrementaron”, asegura Perla Zelmanovich, psicóloga y magíster en Educación, una de las coordinadoras del libro Malestar, sujetos y educación. Transpandemia, efectos y abordajes (Ed. Lugar, 2023).

“Las colaboraciones necesarias durante la virtualización, acompañadas por sensaciones de invasión mutua, al regreso exacerbaron actitudes con pretensión de injerencia  por parte de algunas familias en las decisiones escolares, y por parte de las escuelas una actitud de cierre y defensiva. Combinación que dió lugar a situaciones que en algunos casos llegaron a ser violentas”, resume. A lo que se suma el estrés y padecimientos de los propios docentes y violencias intrafamiliares que se agudizaban sin contención.

Entre adolescentes, “la aceleración exponencial de fenómenos que ya se venían dando”, como el uso de pantallas y redes sociales, y “el impacto de la relación con el tiempo, signado por la inmediatez, que interfiere la posibilidad de comprender, con la consecuente tendencia a la impulsividad; la relación con el cuerpo y las dificultades para el encuentro con otros cuerpos. Una desafectación respecto de la sexualidad”.

La idea se completa con la descripción de Dunovits sobre la cicatriz que dejó en esta franja etaria: “el impacto que tuvo el aislamiento en la constitución de una personalidad e identidad en construcción deja una marca en esa generación que debió transitar los primeros pasos de su salida exogámica y sus lazos con el otro en soledad”. Quizás el individualismo hoy reinante encuentre allí parte de su explicación.

La crisis del microcentro

«Se celebra y se festeja fuerte el fin del home office en Bigbox», escribió esta semana el fundador de la empresa en su cuenta de X. El posteo reflotó el debate entre promotores de la presencialidad total y defensores del trabajo remoto, aunque pareció imponerse la idea de un híbrido. Cinco años después y en una sociedad que poco se acuerda del trauma que atravesó, ahí estaba otra vez uno de los efectos más palpables de la pandemia sobre la vida cotidiana.

Federico Poore, periodista y magíster en Economía Urbana, analizó para su tesis el teletrabajo en tiempos de Covid-19 y sus transformaciones sobre la Ciudad de Buenos Aires. El impacto en las modalidades de empleo y el pasaje a esquemas remotos “generó un menor volumen de desplazamientos al área central. Estos desplazamientos no regresaron del todo una vez terminada la pandemia, lo que ayuda a explicar la ‘crisis del microcentro’ y las imágenes de oficinas vacantes en barrios como Retiro, Puerto Madero, San Nicolás y Monserrat”.

En la pandemia pero también en la post-pandemia, sostiene Poore, que las personas permanecieran más cerca de sus casas “alteró el flujo tradicional de consumos ya que muchos de los comercios –cafeterías, restaurantes, deliverys, artículos de oficina y hasta tintorerías– comenzaron a hacerse en las cercanías del hogar, en muchos casos en barrios de clase media-alta que alojan a muchos de los hogares de estos profesionales o freelancers. En el largo plazo, esto acentúa las desigualdades norte-sur que ya se observaban en CABA”. El efecto persiste también en el transporte: el subte aún no recuperó el volumen de pasajeros de 2019. Y el aumento de los viajes en auto hizo que se aplanara la curva de congestión: “todas las horas pueden ser hora pico”.

En los estados de ánimo, en las escuelas, en los trabajos, en la calle. Los ecos pandémicos están presentes en todos los ámbitos. Dicen que lo que no se nombra no existe. No estemos tan seguros.  «

La importancia de vacunarse contra un virus que nunca terminó de irse

Entre agosto y octubre del año pasado el virus del SARS-CoV-2 fue el predominante entre los respiratorios en la Argentina. En las primeras seis semanas de 2025, hubo 144 hospitalizaciones por Covid-19. Aunque sólo se testea a pacientes que se internan, la vigilancia epidemiológica muestra que el virus está presente.

“Por lo que uno evalúa cuando un paciente se interna, la mayoría la última vez que se vacunó fue en 2022 (pese a la vigencia de la indicación para refuerzos semestrales o anuales, según el caso). La pregunta hoy es por qué uno debería seguir vacunándose contra el covid. Hay muchas razones”, enfatiza Pablo Bonvehí, jefe de Infectología del Hospital Universitario Cemic y miembro del Comité de Vacunas de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI).

Esas razones, enumera, tienen que ver con “la incertidumbre del rumbo epidemiológico que podría tomar la enfermedad y la posibilidad latente de aparición de nuevas variantes más virulentas; seguimos observando muertes asociadas al SARS-CoV-2, sobre todo en grupos de riesgo como adultos mayores e inmunocomprometidos; la vacunación claramente disminuye los eventos cardiovasculares y cerebrovasculares en pacientes con covid y la reinfección acarrea un riesgo mayor de hospitalizaciones y eventualmente muerte”.

60 millones

La cifra es abrumadora: “Globalmente se estima que hay 60 millones de casos de covid prolongado o condición post-covid-19”, afirma el infectólogo Pablo Bonvehí. Alrededor del 11% de quienes se hospitalizaron por la enfermedad lo padecen. Se trata de “un cuadro heterogéneo con distintas manifestaciones clínicas a nivel respiratorio y neurológico, persistencia en alteraciones del gusto y olor y cansancio exagerado después de hacer algún tipo de ejercicio”. La evidencia suma un motivo más para vacunarse: en pacientes inoculados la incidencia de la condición post-covid es menos frecuente.