Oficialmente, la Gran Guerra terminó con la firma del armisticio entre representantes del Reich y los de la Entente anglo-americano-francesa, el 11 de noviembre de 1918, hace justo un siglo. Extraoficialmente, la guerra nunca terminó y a pesar de que destruyó cuatro enormes y antiguos imperios multinacionales, las causas que la originaron permanecen tan vigentes como entonces e incluso algunos de sus protagonistas, convertidos luego en canallas para la historia, quedaron congelados en el momento de su traición. Es lo que le ocurrió al mariscal Phillippe Pétain, héroe de la Primera Guerra (que así se la llamó cuando 21 años después comenzaba la otra parte de esa contienda, con el ataque nazi a Polonia) que generó una polémica en Francia que se saldó cuando el presidente Emmanuel Macron aceptó no homenajearlo en la celebración del centenario del acuerdo de paz.
Entre algunos datos no menores, la contienda, que -también oficialmente- comenzó con el asesinato del archiduque Fernando de Habsburgo, heredero de la corona austrohúngara, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, la capital serbia- inauguró la guerra ultra tecnificada y las maquinarias bélicas fueron decisivas para dejar un saldo horroroso de unos 10 millones de militares muertos, 20 millones de heridos y 6 millones de prisioneros. Además, se deben computar 10 millones de civiles muertos por hambrunas, otros 10 millones de desplazados y refugiados, 3 millones de viudas y 6 millones de huérfanos, con el agregado de que durante varios años 20 millones de europeos vivieron en territorios ocupados por el enemigo.
En términos económicos, durante esa contienda se dilapidaron entre 3 y 4 veces el Producto Bruto Interno de todos los países beligerantes, que terminaron arruinados. Por otro lado, si los mandatarios terminaron arreglando el punto final a esa Gran Batalla no fue tanto por el deseo de paz como para evitar el avance de las fuerzas revolucionarias que un año antes, el 7 de noviembre de 2017, habían tomado el poder en el Imperio Zarista comenzando la experiencia soviética. Y que unos días antes, el 9 de noviembre, habían forzado a la abdicación del káiser Guillermo II y amenazaban con extender la revolución comunista al corazón de Europa, como había pronosticado Lenin, el líder ruso.
Que esa Gran Guerra no terminó puede verse en la situación siempre inestable del llamado entonces Frente Oriental. Se dijo que cuatro imperios se diluyeron en esos cuatro años: el Austrohúngaro, el Zarista, el Otomano y el Alemán. De las cenizas del reino de los Habsburgo nació Austria, Hungría, la antigua Checoslovaquia, Rumania. Pero también se creó en los Balcanes un país que pretendía aglutinar a toda la población dispersa en esa región y que profesaba tres religiones diferentes y por entonces contrapuestas, musulmanas, cristiana ortodoxa y católica. Yugoslavia sería un experimento que terminaría en los 90 en una cruenta guerra civil de la que surgieron seis naciones independientes: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia.
En Estambul, la caída del imperio Otomano dejó un tendal de nuevos países en el Medio Oriente que prontamente fueron repartidos cual botín de guerra por Francia y el Reino Unido, como Siria, Palestina, Líbano, Irak, pero también la actual Arabia Saudita. Huelga decir que ese territorio jamás tuvo algo parecido a un período de paz. La continuación histórica del imperio fue la construcción en 1923 de la Turquía moderna, obra del conductor de Galipoli, una de las batallas de esa guerra, Mustafá Kemal Ataturk.
De los restos del territorio zarista la revolución soviética fue construyendo un proyecto revolucionario en base a una organización en Repúblicas Socialistas. A la caída de la URSS, en 1991, emergieron Ucrania, Bielorrusia, Georgia, los países bálticos. En 2014 un golpe promovido por las instituciones europeas sobre el gobierno ucraniano culminó con una dirigencia anti rusa asentada en el palacio de gobierno de Kiev.
Ese capítulo se cerró con la reincorporación de Crimea a Moscú, mientras que un sector importante de Ucrania oriental -Lugansk y Donetsk- quieren volver bajo control de Moscú, abriendo el cauce a una guerra civil siempre a punto de estallar.
La URSS, creada en 1922, sería junto con Alemania, protagonista esencial del resto del siglo XX. La Unión Soviética porque una vez que consiguió estabilizarse fue convirtiéndose en una potencia industrial relevante y un espejo donde los revolucionarios del mundo se miraban. En las buenas y en las malas.
La nación germana, porque su enorme impulso industrial, la había llevado a intentar dirimir esa disputa por los mercados en enfrentamiento militar. Derrotada y en riesgo de ser una nueva avanzada de la revolución obrera mundial, quedó en la miseria por las reparaciones de guerra que debió pagar tras el tratado de Versailles. Ese fue el caldo de cultivo para el nazismo, que con Hitler en el poder aplicó esa maquinaria industrial en una nueva guerra y para la destrucción humana en los campos de concentración, entre 1939 y 1945. Luego, dividida en dos, pasó a generar nuevos recursos para demostrarle al comunismo los logros del capitalismo en esa frontera caliente que, paradójicamente, fue el Muro de Berlín durante la Guerra Fría.
La caída de ese paredón de 155 kilómetros de largo y 3,6 metros de alto -otro 9 de noviembre, pero de 1989- llevó a la caída de la Unión Soviética dos años más tarde y con ello a la destrucción de la última potencia multinacional, una esperanza de un mundo mas igualitario durante 74 años para millones de trabajadores y militantes en todo el mundo.
Desde entonces, hay distintas versiones de capitalismo, pero los mercados se enseñorean a su manera en todo el planeta. Sin embargo, y por eso mismo, porque la disputa sigue siendo por mercados y recursos, la guerra es una posibilidad a la vuelta de cualquier esquina.
En este contexto, la Rusia de Vladimir Putin es el nuevo enemigo para Occidente, donde por otro lado, los partidos xenófobos y racistas (neonazis) vienen creciendo. Donald Trump en la Casa Blanca despliega su propia artillería en una guerra comercial con China, el otro imperio que busca resurgir luego de cien años de «humillación», como lo definen.
Mientras tanto, el Pentágono prepara estrategias de combate en escenarios que son básicamente los mismos que hace un siglo. Cuando los ingenios mecánicos y químicos devastaron el continente. Ahora con el agregado de tecnologías informáticas y nucleares mucho más destructivas.