Esta semana, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, visitó Sudáfrica, la República Democrática del Congo y Ruanda, días después de que coincidieran en el continente el canciller ruso Serguéi Lavrov, que estuvo en Egipto, Etiopía, Uganda y Congo, y el presidente francés Emmanuel Macron, cuya gira incluyó Camerún, Benín y Guinea-Bissau. Blinken ya había estado en África en noviembre pasado, cuando recorrió Kenia, Nigeria y Senegal, pero esta vez regresó en plena guerra en Ucrania y con la disputa entre Estados Unidos y China como telón de fondo.
Está muy claro: las grandes potencias quieren recuperar el terreno perdido en África ante la creciente influencia china.
Durante su gira, el jefe de la diplomacia estadounidense prometió que Washington será un socio clave en el desarrollo económico del continente, tras recordar la donación de 6600 millones de dólares en concepto de ayuda humanitaria este año. Es la forma que encuentra la administración Biden para ganarse a los países africanos en medio de la crisis alimentaria causada por la guerra, y a pocos meses de la cumbre que organiza Washington con los mandatarios de África, prevista para diciembre. En su paso Sudáfrica, la canciller Naledi Pandor le agradeció a Blinken por no presionarla a la hora de tomar partido por Rusia o Ucrania, sobre todo porque buena parte de los gobiernos africanos optaron por la neutralidad.
«En términos generales, es claro que los países africanos no tienen una política unificada como bloque contra Rusia, que es lo que se vio en las votaciones de Naciones Unidas. Por otra parte, África no estaba en agenda durante el periodo de Trump y EE UU no tuvo muchas iniciativas concretas para mitigar la ofensiva de China. Ahora Biden busca recuperar espacios y reponer un lugar de liderazgo en términos políticos y militares», asegura Sergio Galiana, historiador e investigador especializado en África, para quien «no aparece hoy un gran beneficio en un alineamiento automático del continente con Occidente».
En tanto, Silvia Perazzo, magíster en Historia de África contemporánea, explica que el principal interés de las potencias en África está en que «es un potencial mercado de consumidores, con 1300 millones de habitantes, que serán el doble en 2050”. Y dice: «EE UU siempre se ha manejado con el continente a partir de sus agencias de cooperación, donación de fondos y apoyo a determinados programas, hasta la guerra contra el terrorismo en 2001, cuando comenzó a hacer convenios de capacitación militar. Después se replegó y ese lugar fue ocupado por Rusia, China y Turquía. EE UU tiene que recuperar terreno porque China lo está pasando por encima y la presencia de Rusia es muy firme. Y tiene que revalidar que es la principal potencia mundial».
A finales de julio, Lavrov avisó desde Uganda que el papel del continente en la política exterior rusa «aumentará de una manera significativa», y en una carta publicada en los diarios más leídos de los cuatro países en los que aterrizaría respaldó el principio de “soluciones africanas para problemas africanos». Una vez aclimatado, el canciller aseguró a los anfitriones que las sanciones occidentales apenas perjudicarán las entregas de cereales ucranianos y fertilizantes rusos, y tampoco frenarán los proyectos energéticos o interferirán con el accionar de los mercenarios rusos del grupo Wagner, presentes en países como Congo o Mali.
Pero los gobiernos africanos siguen adelante con su política bifronte. «La guerra los ha afectado, porque algunos países importan alimentos y se siente la carestía. Para Rusia o Turquía, África es un continente que presenta conflictos armados e inestabilidad política, por ende, es importante para el comercio de armas o el envío de mercenarios. Lo que más le importa ahora a EEUU es el acercamiento de los Estados africanos a Rusia. Las votaciones en la ONU fueron señales muy fuertes para Biden», señala Perazzo en alusión a las abstenciones de los países africanos en las resoluciones que condenaban la invasión a Ucrania y suspendían a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU por la masacre en Bucha.
La académica subraya además que «los gobernantes africanos se paran desde otro lugar». «Muchos Estados de África crecen más que la media de algunos latinoamericanos. Ese fortalecimiento económico hace que sus gobernantes impongan otras condiciones a la hora de negociar. Por otro lado, está la Unión Africana, que se fortaleció en los últimos diez años. Gestiona los intereses de forma colectiva, como el Área Continental Africana de Libre Comercio, que nuclea a 52 de los 54 Estados, y en Defensa. Es un organismo muy bien parado», afirma.
Para Galiana existe «una apuesta a maximizar las cartas que hay» y defender «el derecho a la búsqueda de caminos propios al desarrollo». Muchas veces, esa vía conduce a Beijing. China se convirtió en el mayor socio comercial y prestamista del continente, principal constructor, aliado cercano en términos militares y en otro país con una base naval en Yibuti, en el noreste de África, la primera en el extranjero. Si bien hay «beneficios mutuos, todo depende de los liderazgos africanos: algunas elites son muy cortoplacistas y no piensan en proyectos de desarrollo a largo plazo», observa el director de la carrera de Historia de la Universidad de General Sarmiento.
Para bien o para mal, Francia siempre estuvo cerca
El continente tiene que planificar una salida al crecimiento demográfico, la falta de trabajo para las nuevas generaciones y el modelo de economía primaria. El riesgo alimentario y la violencia también preocupan a los líderes africanos. En ese marco, Macron llegó a África con el programa FARM bajo el brazo, que promueve el aumento de la producción de alimentos, y la promesa de 150.000 millones de euros de la iniciativa europea Global Gateway para invertir en infraestructuras. Pero el presidente francés no solo voló a África para competirle a China.
La gira de Macron por África es el primer viaje fuera de Francia desde su reelección en abril. “Francia tenía en África la Operación Barkhane, el despliegue militar más grande desde la guerra de Argelia, supuestamente para combatir a la guerrilla. Eso generó muchas tensiones en los países africanos, en Burkina Faso y Malí, donde hubo golpes de Estado. La cuestión de la seguridad es muy importante. Algunos movimientos en el último mes podrían marcar una mirada diferente: la integración de ciertos grupos considerados terroristas en la negociación política, incluso en áreas de gobierno, resultado del fracaso militar”, apunta Galiana.
“Desde Mauritania a Sudán, el desembarco de los contratistas rusos va por ahí, es decir, actores no estatales que participan de operaciones militares Macron fue a ordenar lo que históricamente para Francia es su patio trasero. El África Occidental Francesa es un territorio francés desde su mirada. Los contratos militares o la formación de los militares en África, que alguna vez pasaron por Francia”, continúa.
Perazzo destaca que Francia “siempre tuvo una relación estrecha con las excolonias”, aunque reconoce que el vínculo “se tensó con los Estados africanos que acogieron al grupo Wagner”. “Frente al avance ruso y las pancartas a favor de Rusia, en Bamako (capital de Mali) por ejemplo, Macron trató de reflotar la agenda de seguridad. En el Sahel, Macron tiene una imagen absolutamente negativa, sobre todo entre los jóvenes”, dice. África se convirtió en un continente clave y Europa, EEUU, Rusia y China quieren aprovechar cada oportunidad.