Los chilenos volvieron a rechazar un proyecto de constitución en reemplazo de la que rige en el país desde la dictadura de Augusto Pinochet. Cuando se completaba el 99 del escrutinio, el Servicio Electoral (Servel) informaba que la opción “En contra” obtenía casi en 56% de los votos sobre el 44% del “A favor”. De esta manera se legitimó la Carta Magna que rige el país trasandino desde 1981 y que recibió nada menos que 63 modificaciones a lo largo de la democracia recuperada en 1990. De este modo se cierra un capítulo en la historia reciente de Chile, que tras la revuelta popular de 2019 y la llegada al gobierno del líder de las manifestaciones estudiantiles de 2010, Gabriel Boric, parecía encaminarse hacia el progresismo regional. La realidad indica que fue un giro de 360 grados para volver al camino inicial.
De todas maneras, esta nueva consulta popular fue una experiencia que es de pensar que servirá para que esos sectores que hace dos años habían construido una Constitución muy avanzada recuperen el camino de los grandes cambios sociales tras el susto de haber estado a las puertas de un texto aún más extremo del de Pinochet, que habían querido echar al trasto de la historia por las protestas en las calles del país.
Este domingo, unos 13 millones de ciudadanos acudieron a las urnas en una votación obligatoria -una de las condiciones que logró imponer la derecha para lo que se llamó “Plebiscito de salida” – y le dijeron “No” a una reforma verdaderamente regresiva. La Carta Magna había sido redactada al gusto de conservadurismo más rancio, encarnado en el Partido Republicano, que había logrado la mayoría de los cargos en el Consejo Constitucional para la elaboración del texto. La anterior consulta había sido rechazada por el 61% de los votos.
Esta Constitución ultraconservadora limitaba aún más si cabe el rol del Estado en la economía chilena y entre otras cosas, pretendía revisar las leyes de aborto. Si se tiene en cuenta que la normativa pinochetista era fruto de la primera experiencia a sangre y fuego de neoliberalismo de los Chicagos Boys en los ’70, con eso ya sería bastante para ver que quizás este extremo cuerpo constitucional sonaba a venganza más que a una propuesta con visos de ser aceptada para convertirse en Ley de Leyes.
Boric, que fue uno de los líderes de las rebeliones estudiantiles de los años 2010, esta vez se mostró neutral, para no quedar pegado a un resultado que apareciera como un referéndum sobre su gestión, que se inició en diciembre de 2021, luego de haber derrotado al ultraderechista José Antonio Kast en el balotaje. Kast, uno de los más conspicuos asistentes a la asunción de Javier MIlei a la presidencia hace 7 días, había fundado el Partido Republicano, que con 22 escaños tenía la mayoría para la redacción del texto ahora desechado, y se mostraba como el verdadero ganador de este proceso constitucional.
Las revueltas populares de 2019 dejaron literalmente al país patas para arriba y la centroizquierda mostró un avance inesperado y muy repentino. El caldo ce cultivo contra lo peor del neoliberalismo se venía macerando en todo el país desde una década antes. Así, la derecha pospinochetista, encolumnada detrás del dos veces presidente Sebastián Piñera, y los sectores del progresismo, que tenían en la llamada Concertación, en la que descollaba la socialista Michelle Bachelet, protagonizaron la vida democrática chilena desde 1990.
El emergente transitorio fue Boric, que desde su llegada al gobierno resulta cuestionado por no haber podido llevar a la práctica sus promesas electoral. Es que la derecha chilena si algo demostró en todos estos años es que tiene herramientas -lícitas y no tanto- para no ceder las riendas del país. Este giro de campaña que termina legitimando al legado pinochetista es una muestra bien patente.