Ricardo Arriazu, Miguel Kiguel y Daniel Artana coincidieron en que el gobierno deberá apurar una baja del gasto luego de las elecciones de octubre» (El Cronista, 29/7/17). Son embates para legitimar el ajuste y presionar para que se profundice.
Carlos Rodríguez, rector de la Universidad del CEMA, sostuvo que «si Argentina no hace un ajuste social y fiscal, no va para ningún lado». La misma línea bajó desde el Banco Mundial (BM). Su economista jefe para América Latina, Carlos Végh, expresó: «Acá, en la Argentina, (el ajuste fiscal) se está haciendo en forma gradual y posiblemente haya que acelerar el ritmo».
Explicamos en varias oportunidades que el mentado «gradualismo» es parte del ajuste: lo que resalta en las declaraciones citadas es que se pide intensificar dicho ajuste.
Végh también explicó que, a la hora de encarar una estabilización de precios y por lo tanto dejar de financiar gasto público con emisión de dinero, los políticos tenían la posibilidad de decidir si quieren «recesión ahora o más adelante». La recesión «más adelante» sucederá si deciden demorar el ajuste fiscal y en el ínterin financiarse con deuda. Toda una definición para la política que está aplicando Mauricio Macri. Para no dejar de recitar la letanía del BM, el economista recordó que «las reformas estructurales que contribuyan al aumento de la productividad, como las laborales y las educativas, van a jugar un rol clave», y se manifestó a favor de una «mayor apertura» de la región: «salvo Chile, es muy cerrada».
Matthew Winkler, fundador de la agencia de noticias económicas Bloomberg News, advirtió que «las inversiones extranjeras no van a llegar en grandes cantidades si no se logra una gran reforma tributaria». Y agregó: «la palabra clave es ‘permanente'». Una definición que refuerza las estrategias de otros inversores estadounidenses quienes ya han informado que esperarán a las elecciones de 2019 para decidir sus inversiones en Argentina.
La concurrencia de Domingo Cavallo a la cena de cierre de las Jornadas Monetarias y Bancarias del BCRA tiene un significado notable. Y cabe relacionarlo con las declaraciones de Nicolás Dujovne, quien sostiene que el Banco Central debería ser absolutamente independiente, y que, además, este es un reclamo de la OCDE. El Banco Central independiente es el que pedía el Fondo Monetario y que Cavallo llevó adelante en el gobierno de Carlos Menem, con una reforma donde le sacó todas las funciones de promoción y le dejó exclusivamente como «misión primaria y fundamental preservar el valor de la moneda». Esta visita de Cavallo al BCRA es todo un símbolo: aunque tenga un ropaje diferente, este proyecto que está en marcha tiene los mismos objetivos que el modelo de los noventa, o que la política económica implementada durante la dictadura. Y Cavallo es un hilo conductor en ese sentido.
Desequilibrios que pueden profundizarse
Una observación habitual desde esta columna ha sido que, si bien los datos de crecimiento de la producción evidenciaban un aumento, en gran parte se debía a los bajos niveles de 2016, pero que no alcanzaban a los indicadores de 2015. No obstante, el último dato del Estimador Mensual de Actividad (EMAE) de agosto, publicado por el Indec, coincide con el nivel de agosto de 2015. Los medios y los funcionarios del gobierno ensalzaron esta evolución como un gran logro.
Podría decirse que luego de dos años se está en el mismo nivel, lo cual no parece tan optimista. Sin embargo, este no resulta el enfoque más preocupante.
Lo realmente preocupante es que esta evolución de la actividad económica no alcanza a todos los sectores productivos, y al mismo tiempo, presenta otros indicadores con desequilibrios importantes, como un fuerte incremento del endeudamiento, un formidable ingreso de importaciones que compiten con la producción nacional, y que inciden, además, en el elevado déficit de Balanza Comercial y de la Cuenta Corriente. O una débil creación de puestos de trabajo, liderada por los más precarizados (autónomos y no registrados), junto con una caída en los registrados.
Veamos estas cuestiones: con los datos del EMAE de agosto, la industria aún se encuentra un 5,3% por debajo del nivel del mismo año de 2015 y el comercio mayorista y minorista un 1,8% por debajo, en igual comparación. Son dos rubros de los que más contribuyen a la producción total y al empleo, y dejan bien en claro los efectos de las políticas aplicadas: la industria jaqueada por las importaciones, y las ventas afectadas por la debilidad del consumo.
De hecho, los datos sobre trabajo de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) para el segundo trimestre de 2017, muestran un leve aumento del 0,6% interanual en el empleo, bastante por debajo del tan mentado crecimiento de la producción. Este aumento se asentó exclusivamente en los cuentapropistas (2,6% interanual) y en el empleo asalariado no registrado (+0,7%), ambas modalidades con bajos salarios, sin cobertura médica ni previsional. Por su parte, los trabajadores registrados cayeron un 0,2 por ciento. Situación que puede pensarse como una cabeza de playa para la flexibilización laboral.
Un día antes de conocerse el dato del EMAE, el Indec informó el aumento de la deuda externa en general, y la del gobierno en particular. Medida en dólares, esta última creció un 35,4% en junio de este año respecto a igual mes del año anterior, y un 42% con igual mes del 2015. Un sendero alarmante.
El crecimiento de las importaciones que compiten con la producción local es abrumador. Por ejemplo, las compras externas de alimentos crecieron un 30% en lo que va de este año. Ni hablar de las importaciones de textiles o calzado. De allí que los datos del Balance Comercial de mercancías acusan el impacto. En los primeros ocho meses del año se acumuló un déficit de U$S 4962 millones, uno de los más elevados de la historia argentina para dicho período. La razón de este comportamiento es impactante: las exportaciones se mantuvieron constantes, mientras que las importaciones crecieron un 16,8%, ambos comparados con los ocho primeros meses de 2016. Esta tendencia seguramente se intensificará según los planes del gobierno: desde esta columna ya se mencionó que el Ejecutivo estima déficits crecientes en los años venideros, según las cifras asentadas en el proyecto de Presupuesto 2018.
Como resultado de esta evolución, la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos arrojó un déficit muy elevado. Este rubro, que además del Balance Comercial incluye los pagos al exterior por servicios y los pagos de rentas (intereses de deuda y remisión de utilidades y dividendos) arrojó un déficit de U$S 12.900 millones en el primer semestre de 2017, un crecimiento del 69% respecto de igual período del año pasado. Si bien todos los ítems aumentaron, el principal incremento se produce en el Balance Comercial de mercancías.
Cabe citar que estos déficits de la Cuenta Corriente deben ser financiados necesariamente con deuda externa. Si sumamos el incremento del endeudamiento ya producido, y la segura profundización de los saldos negativos en Cuenta Corriente, el crecimiento futuro de la deuda externa, tanto del gobierno como de los privados, es un tema a tener muy en cuenta.
La columna abunda en citas. Esta característica no corresponde a una pereza de la pluma, sino que tiene por objeto corroborar nuestra tesis a través de los dichos de los representantes del establishment o del círculo rojo, como prefiera llamárselos: un fuerte ajuste, demorado por cuestiones electorales, se instalará después de octubre. Salvo que el voto popular logre ponerle un freno. «