Porque acompañan el camino hacia la igualdad que transitan buena parte de las sociedades del mundo, por corrección política, para facturar más o por todo eso junto: las series contemporáneas incluyen como nunca la diversidad sexual. El amor o las relaciones sexoafectivas enclaustradas en la cosmogonía heteronormativa, y los finales trágicos y disciplinantes para quienes la desafiaran parecen haber quedado en el pasado. La tendencia se hace todavía más clara y expansiva si la comparamos con la terquedad conservadora que sigue dominando las grandes películas de Hollywood.
La cantidad de ejemplos es avasallante, pero algunos adquieren mayor resonancia por su peso simbólico. El sangriento asesinato en la ducha de Marion Crane (Janet Leight) es una de las escenas más célebres y pavorosas del cine de terror. En la serie Bates Motel (2013-2017) ese momento icónico es recreado con una variante. En lugar de una sensual mujer, el sorprendido en el baño y penetrado a cuchillazo limpio por el apasionado Norman Bates es el musculoso Sam Loomis (Austin Nichols). A su vez, en otros episodios, el mítico Bates aprovecha su travestismo para gozar de relaciones eróticas con varones.
En el serial Spartacus (2010-2013), los amores entre los gladiadores Agron y Nasir resultan tan voluptuosos y emotivos como los del romance heterosexual protagónico. Parece la respuesta contemporánea a la homoerótica escena largamente censurada del baño romano entre Craso (Laurence Olivier) y su sirviente (Tony Curtis) en Espartaco (Kubrick, 1960). Al contrario de la pudorosa película, en la misma serie, amantes lesbianas y orgías sin discriminación de género forman parte del cotidiano de la Roma antigua.
En relación con la representación de las llamadas diversidades sexuales, múltiples series estadounidenses de las últimas décadas resignifican y hacen justicia poética con las ficciones cinematográficas masivas. Frecuentemente se atreven a explicitar las pasiones de gays y lesbianas que Hollywood simplemente condenó, burló o apenas se permitió aludir.
Hollywood y la histeria
En su eterna vocación por captar mercados y públicos mundiales masivos, el cine de Hollywood sigue jugando a la insinuación o a la amenaza de volverse radical. Desde los primeros filmes furiosamente conservadores y moralistas que incluyen personajes gays, Su otro amor (Hiller, 1982) o Filadelfia (Demme, 1993), el slogan gatopardista que rigió los destinos de esa industria parece ser: “hay que cambiar todo para que no cambie nada”.
Eso queda claro cuando se analizan las superproducciones que alimentan actualmente las arcas de la Meca del cine. La estrategia es siempre la misma: la promesa de que en la próxima película el Hombre Araña deviene mujer, que el machista James Bond va a tener una escena gay, que la nueva versión de La Bella y la Bestia o la secuela de Independence Day tendrán escenas explícitamente homosexuales, etcétera.
Y siempre dejan gusto a poco. Con suerte mártires gays y lesbianas siempre sufrientes, con destino trágico y poca vida sexual: la inclusión de personajes secundarios que apenas se besan o sirven como blanco de burla por sus modales o sus amores frustrados; metáforas de sexualidad ambigua en sagas como la de los X Men o en las relaciones de Batman y Robin; los coqueteos burlones de Deadpool con su parte femenina destinados a causar risa, la invisibilización de las relaciones lesbianas en la comunidad de amazonas de la Mujer Maravilla, entre tantas afrentas que remiten a tiempos ultramontanos.
Pioneros
Y mientras tanto, movida por diferentes intereses según el caso, moda, afán de lucro, corrección política o adhesión a las causas de la comunidad LGBTQ+, las series producen desde hace tiempo imágenes variadas y en ocasiones progresistas. Y, paradójicamente o no tanto, muchas de ellas resultan tanto o más populares que los tanques de Hollywood.
Más de una vez la televisión estuvo un paso adelante del cine de la industria. Así, tempranamente, Cagney & Lacey (1981-1982) fue casi subversiva porque se trataba de dos agentes de la ley y las historias conjugaban el universo policial con temáticas sociales de género, pero también ponía en primer plano a una pareja de mujeres de profesión, peinados y apariencia física diferente a lo establecido. Jugando en los bordes del estereotipo, la feminidad de Cagney (Sharon Glaze) contrastaba con la dureza de Lacey (Tyne Daly). Y aunque no tenían una relación amorosa se convirtieron en símbolos lésbicos.
No parece casual que haya sido el género de la comedia con su capacidad para satirizar lo establecido el que impuso a los personajes gays de la mano de las sitcoms Ellen y Will & Grace.
En la primera, Ellen DeGeneres hizo historia cuando en un capítulo volvió literal la metáfora del secreto a voces de su lesbianismo: su personaje confesó su homosexualidad a una amiga lesbiana (Laura Dern) y sin percatarse de que había encendido el micrófono del megáfono lo anunció por altavoces a todo el aeropuerto.
Will & Grace incorporó un personaje abiertamente gay en la pareja de protagonistas: el apuesto abogado Will. Y también al inolvidable Jack, una marica promiscua y tramposa con la que curiosamente se identificaron tanto locas como heterosexuales.
Ellen y Will abrieron las puertas del clóset a las series dramáticas paradigmáticas de principios del siglo XXI: Queer as folk (2001-2005) y The L. Word (2004-2009). Fueron las primeras ficciones en los cuales los personajes eran exclusivamente gays y lesbianas. Verdaderos hitos de los tiempos de la visibilidad LGBTQ+, incorporaron inéditas escenas eróticas entre varones y entre mujeres sin condenas moralizantes. Representaban el triunfo del placer corporal y la concupiscencia.
Las limitaciones de estas series, hijas de los tiempos neoliberales, fue el monopolio de la belleza hegemónica y el reino de los cuerpos moldeados por el gimnasio prevalentemente blancos e invariablemente pertenecientes a sectores privilegiados. Particularmente en The L. Word, las mujeres eran tan atractivas y femeninas que no diferían de las que, para el ojo masculino ofrecía el mercado pornográfico para heterosexuales.
Lo que es seguro es que estas series cambiaron de una vez y para siempre la estética, los tópicos y las maneras de mostrar las relaciones eróticas en la televisión. Habilitaron un mayor desenfado en ficciones gays y no gays y a partir de entonces, como en una regla no escrita, la mayoría de las series de televisión y/o streaming comenzaron a incorporan amores que en otro tiempo no osaban decir su nombre. Eso generó personajes inolvidables en series no exclusivamente gays: Omar Little (The Wire); Sol y Robert, la pareja de ancianos que deja a sus esposas para vivir la vida loca (Grace and Frankie); el proletario Ian y su amor Trevor (Shameles), las presidiarias de la cárcel de Lichfield (Orange is the New Black), las mujeres y varones envueltos en orgías pansexuales de Sense8 (2015-2018), los vampiros de True Blood (2008-2014), entre otras y otros. Incluso personajes machistas y mujeriegos como los cirujanos de Nip/Tuck tienen sueños homosexuales.
Las series han tenido incluso el buen tino de revisarse y reírse de sus propias limitaciones. En Dinastía (1981-1989), Steven Carrington, el primer personaje gay con características positivas en una serie de televisión masiva a nivel mundial, terminaba casándose con una atractiva mujer merced al triunfo de los aires republicanos de la era Reagan. Como contrapartida, en su remake, Dinastía (2017-), Steven se casa con un varón. En una humorada que tiene algo de posicionamiento político el esposo tiene el mismo apodo que la mujer de la serie original: Sammy Jo. Samantha se metamorfoseó en Sam.
La flamante Ratched, por su parte, funciona como la historia previa de la mítica enfermera de la película Atrapado sin salida. En esta serie producida por Netflix el personaje encarnado por la actriz Sarah Paulson descubre su sexualidad y la desarrolla en plenitud junto a Gwendolyn Briggs (Cynthia Nixon).
Entre la moda, las ganas de inflar la billetera, la apelación al sexo explícito que vende, el cupo y el compromiso político genuino, entre tantas motivaciones posibles, el auge de las diversidades sexuales en la pantalla chica siempre genera sorpresas y algunos avances. Que el personaje principal de I May Destroy You (2020) sea pobre, negra, alejada de los estereotipos de belleza y abusada promete por lo pronto representación de sectores marginados por clase, color de piel y víctimas de tantas otras injusticias. «
Presencia trans
Es sabido que al menos desde los sucesos de Stonewall las y los trans han tenido un profundo compromiso con las luchas por los derechos de la comunidad LGTBI y en pos de ello sacrificado sus cuerpos ante la represión policial, los crímenes de odio y las enfermedades. En los últimos años, las series de televisión han sabido captar y aprovecharse de ese potencial y de un mundo que conjuga admirablemente la política, la solidaridad, la alegría envuelta en purpurina y la tragedia. Dentro de un amplio espectro, cabe destacar el personaje ya mítico de Anna Madrigal (en la nueva versión de 2019 interpretado por Olympia Dukakis) de las Historias de San Francisco. Alma mater del complejo de apartamentos de Barbary Lane N° 28, desde los ’70, es la amorosa casera que recibe con marihuana de cultivo propio a gays, lesbianas y travestis perdidos. En la nueva versión para las pantallas chicas cumple 90 años y se revela su romance juvenil nada menos que con un policía al que conoce en sus luchas pioneras a puño limpio por el goce y el deseo comunitarios. Si Anna Madrigal es la reina de las trans de ficción, caben destacar aquellas series que como Sense 8 y Orange is the New Black, los personajes trans son interpretados por actrices y actores trans. En este sentido, es imperdible Buck, el adorable niño trans de la serie dramática y de suspenso The OA (2016-2019). Y la fruta del postre lo constituye Pose (2018-), nada menos que con cinco personajes trans que en la segunda temporada ponen sus brillos, su compromiso y sus lágrimas en los duros primeros tiempos del sida.
Familias deconstruidas
El éxito masivo de Los Simpson y de Los Soprano dieron cuenta del fracaso de la familia tradicional y de la necesidad de ampliar los modelos hegemónicos. Hicieron evidente que los televidentes se identifican más con familias complejas y disfuncionales que con los Ingalls o los Cosby. Quizás ello abrió la puerta y acostumbró a la opinión pública a pensar vínculos alternativos. Fue en ese contexto que surgieron familias diversas, multiétnicas y pluriculturales. Así, en el morboso clan de funebreros de Six Feet Under (2001-2005), nació la conflictiva historia de amor entre el ambicioso David Fischer y Keith, un policía negro. Y el clímax de la diversidad se encuentra en Modern Family (2009-2020) con sus bodas caóticas, matrimonios de todo tipo y edad, amores entre anglosajones y latinos y parejas gays que adoptan niños vietnamitas. Esta comedia con sus idas y vueltas trastocó la lógica de aquellas sitcoms de familias heterosexuales que solucionaban sus conflictos afectivos en media hora.