Con siete años vino a nuestro país en un barco carguero desde Corea del Sur junto a su familia y terminaron viviendo en el barrio de Bajo Flores. Los potreros fueron su primera manera de hacer amigos y fue así como Chang Sung Kim se acomodó a nuestras costumbres e hizo su vida. Cuando terminó el Secundario, empezó a amar el cine, aunque nunca soñó con ser actor. Eso vino luego. Comenzó a actuar a los 34 años, se formó en la escuela de teatro de Raúl Serrano y comenzó con pequeños roles estereotipados hasta que alcanzó el reconocimiento por su papel en la tira Graduados, donde interpreta a Walter Mao.
Luego fue el doctor de Sandro en la serie de Telefe Sandro de América y en División Palermo. En cine Damián Szifron le dio un rol en su debut como director en El fondo del mar (2003). También actuó en Viudas, de Marcos Carnevale, y Ariel Winograd aprovechó su gracia natural para la comedia, eligiéndolo para que sea parte de Mi primera boda (2011) y Permitidos (2016), entre otros papeles recordados.
-¿Te seguís sintiendo extranjero o ya sos de acá?
-Soy una mezcla. Soy extranjero, a pesar de que vivo hace tanto acá. Pero me siento muy aceptado y parte de la Argentina. Tengo cosas de la cultura de mi familia y lo que incorporé estando acá. Para actuar, tengo mis rasgos y ocupo los roles que vienen bien.
-¿Te molesta?
-No, para nada. Esto soy yo. Argentina trata muy bien a la gente que viene de otros países. Y en general, mas allá de que hay discriminación, no es tanta como en otros lados. Acá la mayoría te ayuda, te ofrece una mano… Hasta te acepta mejor. A veces no se percibe. Pero yo lo viví. Desde que llegué en el ’67, me di cuenta que iba quedarme.
-¿Cómo llegó tu familia a la Argentina?
-Teníamos visa para Paraguay. Así que ahí íbamos. El barco venía primero a Buenos Aires y después de 75 días de viaje, paramos unos días a descansar antes de seguir. Después decimos quedarnos.
-¿Qué los convenció?
-Buenos Aires nos recibió. Hacía seis meses unos tíos se habían venido y estaban encantados. Ellos nos consiguieron un lugar, se habían afincado en Bajo Flores. Era por unos días, pero acá era bárbaro. Mis tíos nos decían «quédense, acá había laburo». Se podía tramitar la radicación y el trato con la gente era muy bueno. Sin hablar el idioma, ya lo sentí. Una amabilidad y una naturalidad en la que cualquiera puede sentirse cómodo.
-¿Costó el colegio?
-No fue tan fácil por el idioma, pero me ayudaban las maestras, me cuidaban para que no me tomen de punto y me explicaban con paciencia cómo era el tema acá. Tuve suerte.
-Contaste alguna vez que ser fanático de Boca te ayudó a hacer amigos.
-Sí, fundamental. Apenas entendí las reglas básicas, sin hablar, ya me metía a jugar. En el barrio Rivadavia, lo que hoy se conoce como la 1-11- 14, había muchos potreros. Se jugaba de la mañana hasta la noche, chicos y grandes. Me fascinó eso. Y me ayudó a integrarme. En el barrio daba lo mismo ser paraguayo, boliviano o coreano.
-¿De qué te gustaba jugar?
-En el medio. Era muy rápido. No era muy bueno, nada habilidoso, ya que nunca había jugado antes, pero transpiraba la camiseta. Dejaba todo. Poner garra era lo mío, te corría hasta abajo de la cama.
-¿Te hubiese gustado ser futbolista?
-Fue mi primer sueño. Andaba bien y me fui a probar a Ferro. En el barrio era bueno, sentía que era un crack. Pero cuando vi cómo jugaban en el club me di cuenta que era un tronco. Estaban a otro nivel. Fue un golpe de realidad. Seguí jugando, pero para divertirme.
-¿Cómo llegaste al teatro?
-Hice muchos años karate y taekwondo: quería ser un artista marcial. Empecé a competir y no me gustó tanto, porque veía más el arte marcial como para las películas o algo estético. Fui dejando lo deportivo, pero me gustaba la idea de ser el protagonista de una peli. Así me acerqué a la idea de actuar.
-¿Eras cinéfilo?
-Muy. De chico quedé fascinado por el cine. Veía muchas pelis. Iba a los continuados y veía tres o cuatro películas por día. Entraba cuando abría y salía cuando cerraba.
-¿Cuál es tu película favorita?
-Me gustan muchas y de muchas épocas. Pero la primera que me marcó fuerte fue Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate. No la de Johnny Deep, la primera, la adaptación del clásico de Roal Dahl, interpretada por Gene Wilder como Willy Wonka.
-¿Cual fue tu primer trabajo como actor?
-Importante, en tele, Gerente de familia, de Maestro y Vainman, con Arnaldo André y Andrea Bonelli. En Canal 13. Y después fui enganchando, enganchando y no paré más. Arranque de grande. A los cuarenta recién pude vivir de ser actor.
-¿De qué otras cosas trabajaste antes de ser actor?
-Siempre laburé. Tuve talleres de bordado, ropas, calzados. Siempre me moví. Nunca sufrí lo inestable de ser actor porque tuve siempre vías paralelas para sobrevivir.
-¿Cuál fue el primer plato que te impactó de la gastronomía local?
-Me costó mucho la comida al principio. No fue fácil. Pero lo primero que me volvió loco es el pan. Un mignon, una flauta, una figazza. Era increíble. No había eso en Corea. La panadería de la esquina era el paraíso.
-¿Tu desayuno favorito?
-Cuando llegue comíamos arroz con verduritas y sopa. El desayuno es lo mismo que el almuerzo y la cena en nuestra cultura. Acá descubrimos el café con leche, con pan y manteca , y nos pusimos locos. ¡Y las facturas! ¡Como para no quedarse a vivir!
¿Como te plantas frente a las adversidades de nuestro país?
-Puedo ir a vivir a Corea, Canadá, Australia o Estados Unidos porque tengo familiares. Pero me quedo, me gusta acá. La Argentina es un quilombo, pero para mí no hay un mejor lugar para vivir. «