¿Qué distingue, en nuestra parte del mundo, una lluvia breve y pasajera de lo que llamamos comúnmente “un verdadero diluvio” capaz de causar graves anegamientos e inundaciones? A la hora de dar una respuesta, la ciencia es esencial. Y lo estamos viendo en estos meses de fenómenos climáticos extremos, donde dar con diagnósticos certeros pueden generar intervenciones virtuosas. En cambio, la actitud del gobierno nacional fue la de recortar presupuestos a las universidades, desfinanciar la ciencia, despedir personal y salirse de la escena en cada tormenta. Pero las investigadoras y los investigadoras siguen su trabajo, a pesar de todo.
La Universidad de la Plata cuenta con su propia experta. Se trata de Florencia I. Solari, licenciada en Meteorología y Ciencias de la Atmósfera por la Facultad de Ciencias Astronómicas de la UNLP, quien está realizando su doctorado con una beca financiada por el CONICET.
Según el último informe de la Organización Meteorológica Mundial los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos como crecidas, inundaciones, ciclones tropicales, calor extremo, incendios y sequía, tuvieron repercusiones socioeconómicas graves en todos los continentes. A la hora de mitigar el impacto de los desastres, uno de los factores clave es disponer de sistemas eficaces de alerta temprana.
Solari investigó en 2021 la relación que existe entre los sistemas frontales y las precipitaciones extremas en Sudamérica. El estudio, que fue luego su tesis de licenciatura, buscaba identificar características distintivas de los frentes que generan precipitación extrema, para distinguirlos de aquellos que generan una lluvia de intensidad “normal” o promedio. Poder identificarlas es la clave para avanzar en una potencial herramienta para el pronóstico de eventos extremos, que vienen incrementándose tanto en frecuencia como en intensidad.
“Un frente es la frontera entre dos masas de aires de distintas características. Por ejemplo, si una masa de aire cálido y húmedo se encuentra con otra de aire frío y seco, el lugar donde se junten será el frente, que podrá desplazarse o incluso desaparecer, cuando las características del aire sean iguales a ambos lados y ya no pueda distinguirse una masa de otra», explica.
Cuenta que tienen dos características principales: por un lado, un gradiente de temperatura, que en el caso de los frentes es muy intenso, sería como el degradé que ocurre en pocos kilómetros, entre la temperatura de una y otra masa de aire. Y por el otro, la vorticidad, relacionada con la diferencia entre la circulación del viento a un lado y al otro del frente. «Esta diferencia hace que en el frente el aire gire. Aquí en el hemisferio Sur la vorticidad ciclónica ocurre en el sentido de las agujas del reloj.”
Para realizar este estudio, Solari dividió el sur de Sudamérica en pequeñas celdas y ordenó cada evento en que hubieron precipitaciones (es decir, lluvia, nieve o granizo) según la cantidad de agua caída allí, registrada en pluviómetros. Esto le permitió identificar aquellos días en que la precipitación fue más abundante que el 95% de los días lluviosos. Esas precipitaciones que quedaron en el 5% restante son las que consideró “extremas” para ese lugar, y sobre ellas concentró el estudio de las condiciones atmosféricas de los frentes, a partir de bases de datos que incluye información satelital.
Lo que mata es la humedad
Gracias a sus investigaciones hoy sabemos que en nuestra parte del mundo los frentes que producen precipitación extrema son similares a los otros en el comportamiento de la temperatura pero tienen en cambio una vorticidad ciclónica más intensa, es decir, una velocidad de giro más elevada. Además, Solari encontró que los frentes causantes de lluvias extremas están asociados con una mayor humedad.
“No es la humedad relativa, que estamos acostumbrados a escuchar por la radio y se expresa en porcentajes -aclara la experta- sino que es la humedad específica: la cantidad de vapor de agua. Podemos decir que los frentes que generan precipitaciones extremas tienen más del ingrediente principal: el vapor de agua, que es el factor que al condensar permite la formación de las nubes, y forma la precipitación.”
Actividad eléctrica
La OMM considera a la actividad eléctrica atmosférica como una de las variables esenciales para monitorear el clima y sus cambios en relación, por ejemplo, al Cambio Climático. La Universidad Nacional de La Plata, uno de los pocos lugares en que se las investiga desde un abordaje meteorológico. “En meteorología, cuando hablamos de tormentas, nos referimos a que hay actividad eléctrica, es decir, descargas eléctricas en la atmósfera. Aunque a veces haya precipitación, ráfagas de viento, granizo e incluso tornados, lo que define que se trate de una tormenta es la presencia de esas descargas eléctricas que llamamos rayos. Si llueve pero no hay actividad eléctrica entonces no hay tormenta.”, explica Solari, quien está actualmente abocada al estudio de estos fenómenos. “No hace falta que sean entre la tierra y la nube sino que pueden ocurrir entre dos nubes o incluso entre dos partes de la misma nube. Conllevan grandes energías, generan altos voltajes, intensas corrientes y elevadísimas temperaturas.”, agrega.
Según relata la meteoróloga, las escalas a la que ocurren las descargas eléctricas atmosféricas son muy variadas. “Por un lado, está la escala microscópica, en la que las gotitas de agua y cristalitos de hielo suspendidos en el aire que forman las nubes se van cargando eléctricamente con los procesos y movimientos que ocurren dentro de ellas. Cuando el desequilibrio eléctrico es muy grande, ocurren las descargas dentro de la propia nube, que restauran el equilibrio. Aquí la escala puede ser de metros o algunos pocos kilómetros. Luego están las tormentas, que pueden extenderse espacialmente y en algunos casos alcanzar cientos de kilómetros de extensión.”
Solari no lleva adelante sus investigaciones como se ve en las películas, atravesando el país con sofisticados instrumentos en busca de tormentas. Tampoco espera, como el Dr. Frankenstein, que caigan rayos para hacer ensayos en su laboratorio, ni trabaja con tormentas simuladas. Ella trabaja con bases de datos que agrupan grandes cantidades de información. Redes de antenas de radiofrecuencias como la World Wide Lightning Location Network y sensores satelitales como los que lleva el GOES16 colectan los datos de modo automática, y proveen además la ubicación y duración precisa de los eventos.
La investigación, aún en curso, busca dilucidar el rol de la actividad eléctrica en los eventos de alto impacto para las personas, como las descargas que dañan en el tendido eléctrico o los incendios provocados por rayos. “La caída de un rayo genera temperaturas de alrededor 30.000 grados Celsius (como 5 o 6 veces la temperatura de la superficie del Sol), y es un fenómeno muy peligroso”, destaca Solari.
En relación a la prevención y protección contra los rayos, la investigadora coordina un Proyecto de Extensión de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas que se ocupa de informar a la comunidad. Desde sus redes sociales (@prevencionrayos) comparten pautas de seguridad y distintos materiales de divulgación.
Pronóstico propio: el valor de lo local
Si bien la ciencia pretende construir conocimiento que tenga validez universal, en meteorología las cosas son un poco diferentes.
“Por ejemplo, los sistemas frontales no son exclusivos de Argentina sino que son comunes en toda la franja de latitudes medias, entre 30 y 60 grados de latitud, en ambos hemisferios. Sin embargo, cada lugar tiene sus particularidades. Aunque las herramientas para estudiarlos son las mismas, el condimento local cambia en cada caso y los resultados no pueden trasladarse automáticamente. Entonces, para mejorar un modelo de atmósfera de esa región, y mejorar el pronóstico, necesitamos incorporar esa información propia y única de cada lugar. Por ejemplo aquí debemos tener en cuenta la presencia de la Cordillera de los Andes, que es diferente de cualquier otra cadena de montañas”, explica Solari.
Esta característica local de las investigaciones realza el valor de tener investigadores y profesionales capaces de generar conocimiento meteorológico ajustado a la región.