“En mis tiempos había tiempo. Recuerdo bien que por ejemplo la higuera derramaba esparcimiento y una rosa nos duraba mucho más que cualquier empleo. Las siestas se pedían prestadas a la muerte”.
La casa de la infancia siempre arrastra nostalgia y evocaciones. Momentos, sabores, recuerdos detenidos en el tiempo. Pero la de María Elena Walsh guarda algo más: el tesoro de la magia, el encanto del juego, ubicarnos frente al laboratorio de la vida en el que se fue forjando el espíritu de una de las mayores artistas de nuestra historia, y el mayor baluarte infantil de cuatro generaciones de la Argentina.
A las vacaciones de invierno les quedan pocas horas. Este lunes volverá la rutina y las obligaciones. Pero la Casa Museo María Elena Walsh (MEW) estará ahí. Como desde hace un año, cuando se inauguró en Villa Sarmiento, partido de Morón, a un par de cuadras de la Estación Ramos Mejía. Aunque cuando María Elena nació, en 1930, la zona era otra. Semirrural.
“La calle era ancha y de tierra, con manzanilla que avanzaba hasta la mitad con veredas a medias de ladrillo y una hilera apretada de paraísos. Pasaban carros, la polvareda hacía toser…”, describió la autora. Esa es una de las características del lugar: todo está narrado en primera persona. Todo lo cuenta ella. Es María Elena la que nos da la bienvenida en un primer cartel. “Aquí había olor a tía (…). Había un cielo entero por donde navegaban las hamacas”, avisa.
Recuerda cómo en el verano salían “en busca del misterio”, las corbatas que descosía para averiguar “misterios sobre lo que es mejor no preguntar porque todavía no se han inventado las respuestas”. Todo es interactivo, todo es para explorar, como debe ser la infancia. Hasta el botiquín del baño.
Había una vez
Hace exactamente un siglo se casaban Enrique Walsh (hijo de inmigrantes de origen irlandés, jefe de contaduría de la línea Sudoeste del Ferrocarril, viudo con cuatro hijos adolescentes) y Lucía Elena Monsalvo (argentina, amante de la naturaleza).
Un año antes se habían ido a vivir al caserón, protagonista de esta historia. En 1925 nacería Susana, y cinco años después María Elena, a quien Lucía tuvo en el cuarto de su casa. Así se recuerda hoy en la habitación, recreada con gran detalle (otra clave de la Casa Museo: los detalles, qué es la infancia sino un sobresalto tras una emoción).
Al salir al patio aparece la magia: ahí perdura el jacarandá que inspiró la canción. Es que esa casa fue el principio de todo: de una imaginación que brotaba a mares, de las primeras travesuras y amistades, de la emoción por sabores de las comidas, de aprender los «deber ser», de la importancia de lo comunitario, de las búsquedas de las felicidades.
Pero vayamos adelante: año 2019. Triunfa Lucas Ghi en la intendencia de Morón. Y deciden retomar un proyecto trunco de 2015: averiguar si se podía hacer algo con la casa de la infancia de María Elena. Primero debían dar con ella. Consiguen la partida de nacimiento donde está registrado que nació allí. Y dieron con los propietarios.
Resulta que en los ’40 la familia Walsh se la vende a una clínica de salud mental que funcionaba en el lote ubicado detrás en la manzana y que, para evitar la zozobra del barrio por tener “un loquero” al lado, había empezado a adquirir las propiedades linderas, entre ellas la casa de ME. Pero al poco tiempo la clínica se la vende a una familia armenia, que continuó con ella hasta que en 2020 el Municipio se la compra con fondos aportados por el Ministerio de Cultura de la Nación.
Llegó entonces el momento de remodelarla y pensar el diseño, para lo cual acudieron al Instituto Cultural de la Provincia, que brindó recursos y especialistas para su puesta en valor. El lugar estaba destrozado.
Maribel García magíster en Museología, dirigió el equipo que estuvo a cargo del diseño museológico y museográfico: “Cuando me presentaron la casa estaba totalmente destruida, pero fue maravilloso entrar y ver en el medio el jacarandá, lo que había quedado de la memoria viva de esa casa, lo que nos dice de nuestra memoria popular. Como museóloga tuve ese reto: poder sentir a esa María Elena artista pero también sentir a esa María Elena niña que se crió allí, que hasta nació en una de las habitaciones. Cuenta que su mamá es una de las últimas mujeres que parió en su casa”.
La propuesta no solo es contemplar objetos o paredes, sino que además haya algo interactivo. Todo es para tocar, todo es para jugar. También se la puede recorrer en visitas guiadas, a cargo de pasantes de la Universidad de Tres de Febrero.
Está la biblioteca mágica, los disparatados limericks, sus influencias, trivias para saber cuánto sabemos de su obra, la habitación familiar con maravillosos dibujos de César Carrizo y recuerdos de María Elena. “La idea era sentir y vivir la experiencia María Elena para que la conocieran las nuevas generaciones y sepan de qué se trata, para que la recuerden de manera significativa como lo es su obra para la vida de los argentinos, poder resignificarla en su casa, en su espacio, en su lugar, sacarle esa solemnidad que tiene un museo», añade García.
«Por eso la idea de que todos los objetos puedan hablar por ellos mismos a través de la palabra de María Elena, de su obra y de su música, donde todo se puede tocar, sentir, oler –continúa–. Es una museología comunitaria, social, cercana a los sentimientos de la gente. Cuando uno pasa y lee, va sintiendo cosas muy fuertes y poderosas. Eso vemos que sucede con el público”.
Palabras como juguetes
Enrique fue clave en su vida y en su destino. Le gustaba tocar el piano y cantar canciones de la tradición oral inglesa. Fue quien la introdujo de pequeña en ese cancionero popular y en los juegos lingüísticos que caracterizan el nonsense británico, inspiración ineludible para el uso del absurdo que tomaría María Elena como un recurso humorístico esencial de su obra: “Mi papá me inculcó (por el ejemplo y no por la fuerza) el placer de la buena lectura: Dickens, Perrault, Julio Verne, Lewis Carroll. Y a jugar a las rimas y a las adivinanzas en inglés y en español, como si las palabras fueran otros tantos juguetes”.
Remarca la directora de la Casa Museo, Victoria Babjaczuk: “Que le haya dedicado su obra a la infancia fue un acto revolucionario y una hazaña en aquellos tiempos donde los niños eran mirados solamente desde un lugar de adoctrinamiento, moralizante. María Elena trató de poner la mirada de los niños. Que no tengan llegada prematura la adultez, que disfruten de ese momento tan único de la vida desde el juego y la imaginación. Decía que no escribía cuentos con moraleja, sino para disfrutar. Eso queremos evidenciarlo en la Casa”.
El sector que más le atrae a Maribel es el del baño, con una protagonista estrella: “ella cuenta que le surgió Manuelita mientras se bañaba en la bañera, se acordó de la tortuga de su amiga Susana Rinaldi, y empezó ‘Manuelita, Manuelita, Manuelita’. Ahí ubicamos a esa Manuelita volviendo de París y al tortugo sentado a un costado del inodoro con el ambiente de Pehuajó. Y hay una cosa mágica que hace que suene la canción, que no lo contaremos para que comprueben ahí mismo cómo sube el volumen y aparece mágicamente la canción”.
La cocina es otro sector destacado, entre repasadores que nos traen sus palabras, los sabores y el color ocre típico de casa de abuelas. La casa de la infancia también es la casa de los aromas. Ahí aparece la María Elena feminista, interpelando (e interpelada por) su madre en ese ambiente. Ataduras a desanudar. Años más tarde dirá: “Las feministas no tenemos odio, tenemos bronca. El odio –con los fierros, sean armas o moneda– es cosa de hombres…”.
Maribel realizó una de las vitrinas, donde está el poema que ella le escribe a su mamá: “cada fragmento lo interpreté adentro de un frasco, es un poema para una mujer que hace dulces. Su mamá hacía muchos dulces, María Elena dice que vuelve a hacer esos dulces, ‘no por obligación sino para que mueras un poco menos’, madre ‘guardadora’ que no le pasó la receta, así que los tiene que hacer como lo recuerda”.
Disparate social
“Nunca escribí para niños, escribí desde la niña que fui”, remarca María Elena. Cuando terminó la primaria en su querida Escuela N° 21, el padre se jubiló del ambiente ferroviario. “Abandonamos esta casa, la casa grande. Y para colmo perdí al perro negro que nos había acompañado durante años. Nos mudamos a una casa chiquita y blanca. Hubo que tirar por la borda juguetes, gallinero, descomunales roperos de luna, y tantas otras felices abundancias”.
Pasó a una vida urbana, a tener que convivir “con los empujones, los atropellos y también las ventajas de la Capital. Empezaba la época de los departamentos y el disparate social de vivir como sardinas en lata, ignorándose entre vecinos”.
Babjaczuk subraya que la intención de la casa es que la visita tenga múltiples sentidos: “valorar y admirar a María Elena; poder encontrarse con algo de su obra que quizás la gente no conoce, no solo mostramos su infancia sino su adolescencia y adultez. El cancionero, cuentos, la obra literaria, pero también crónicas, escritos. Su mirada crítica, sus ideas y cuestionamientos de la realidad, la desigualdad y las injusticias sociales, siempre presentes en su obra. Mostrar todas sus facetas”.
Desventuras en el País–Jardín–de–Infantes
«Había una vez una casa…muy grande, con jardín, patios, árboles frutales, gallinero, perro, gato, canarios, tortuga, bicicletas, libros y pianos», evocó María Elena Walsh a su casa de la infancia.
Hay sectores restaurados con el estilo original y partes más modernas, como la entrada vidriada, el sector del primer piso y el SUM del fondo donde hacen eventos y actividades, que era un taller textil de los armenios.
En las paredes también se puede apreciar la palabra de MEW en la última dictadura cívico-militar: “desde acá publiqué muchos artículos hablando del terrible momento que estábamos pasando”. Escribió textos como ‘Carta para una compatriota’ y ‘Desventuras en el País–Jardín–de–Infantes’. Una María Elena que también protestaba por las maestras que reclamaban aprender todo de memoria. Instaba: “Recuerden lo que quieran, olviden lo que puedan e inventen lo que falte”.
En 1972 estuvo en el programa de ‘Pipo’ Mancera, donde presentó Hecho a Mano: “Cuando canto, padecer es lo mismo pero no tanto”.
Cuándo visitarla
Más de mil personas visitan cada semana a la Casa Museo María Elena Walsh, ubicada en 3 de Febrero 547, Villa Sarmiento. Durante la semana abre de las 11 a las 18, y fines de semana hasta las 19, siempre con entrada libre y gratuita. Además, de miércoles a viernes van contingentes de escuelas. La idea fue que el lugar no funcione como un museo clásico, para «contemplar». El SUM ubicado al fondo es clave para el desarrollo de eventos. En la Casa Museo se hacen shows, charlas, actividades para chicos y grandes, talleres de arte y pedagogía, y también se transforma en espacio de difusión del arte local. «La casa tiene vida activa como centro cultural del partido», remarcan en Morón.
Eduardo Marcelo Soria
29 July 2024 - 19:30
Sobre la casa de Maria Elena Walsh debe aclararse que fue la segunda habitada en Villa Sarmiento. La primera, que era la que realmente amaba, queda cerca pero fue demolida cuando La Chappele (clinica neur