Queridos papis,
No se imaginan cómo ha cambiado Argentina en un abrir y cerrar de ojos, desde que Mauricio Macri, el amigo de nuestro presidente Rajoy, acabó al fin con esa terrible y chabacana dictadura kirchnerista.
Es bajarse del avión y darse cuenta casi al instante. Hasta el abuelo tendría que animarse a comprobarlo en persona. Ese revanchismo que tanto daño hizo a muchos de sus amigos argentinos es realmente cosa del pasado y me atrevería a pronosticar que con estos nuevos vientos ni siquiera van a molestar más ya en Madrid a su querido compadre Utrera Molina. Fijaos si han cambiado las cosas que hasta el carapintada Aldo Rico desfila ya con todos los honores por las calles de Buenos Aires y el presidente amigo se hace acompañar en la fiesta del Bicentenario de la independencia nada menos que por nuestro rey emérito.
Los años de asfixia totalitaria han dado paso a una nueva era de tolerancia sin parangón hasta el punto de que los jóvenes nazis ya no son excluidos de las reuniones en la Casa Rosada. El ambiente es tan bueno que incluso el espía Stiuso se deja entrevistar por la primera pasante que se le cruza en un bar mientras toma tranquilamente café con medialunas. Y los policías decentes han perdido el miedo a amonestar a las descaradas que dan la teta en la vía pública a la vista de todos. Hasta han reaparecido las patotas contra rojos que quieren arrebatarnos las libertades haciéndose pasar por periodistas: el abuelo no se lo creerá, pero una patota destruyó el otro día la redacción de Tiempo Argentino, que ahora es una cooperativa. Y más increíble aún: la patota salió protegida por los cuerpos de seguridad, y las nuevas autoridades han guardado una exquisita neutralidad.
El episodio de la patota sucedió en capital, pero en la provincia de Jujuy acaban de meter preso a un periodista que hace años se les coló a los de La Nación. Apúntate el nombre porque seguro que no has oído hablar de él, pero en algún momento intentarán intoxicar también en España con esto y habrá que estar preparado: Raúl Noro. Está encarcelado junto a una decena de sujetos tan peligrosos que es mejor no divulgar aún lo que se tiene contra ellos.
Yo que soy periodista me doy cuenta de que este es realmente otro país. Se ha acabado la persecución contra Clarín, que ha recuperado su rol clásico y ha podido dejar atrás el «periodismo de guerra» al que se vio forzado y que tan bien definió su editor jefe. Y de la profesión ha desaparecido ese engorroso ruido de los periodistas zurdos por la sencilla razón de que todos han sido despedidos. Si quieren hacer política, que se hagan políticos. En la centralidad del sector, la que moldea la opinión pública, sólo quedan los profesionales.
La prensa seria -Clarín y La Nación- está ayudando mucho a consolidar el modelo liberal después del totalitarismo. Por esto centra todas sus energías en denunciar los millones de dólares que atesoraba la familia Kirchner por mucho que siempre hubiesen sido declarados al fisco, en lugar de entretenerse con las cuentas offshore nunca declaradas del actual presidente multimillonario, que salieron a la luz a raíz de los Papeles de Panamá. Los millones de los Kirchner han sido, además, confiscados en base a pruebas que imagino que ya aparecerán, una excepción a las reglas liberales que nuestra prensa liberal ha entendido perfectamente.
La sociedad argentina está demostrando cada día un altísimo grado de madurez, incluso cuando le afecta al bolsillo. Parece increíble que sea la misma sociedad que se dejó embaucar por los cantos de sirena del populismo. Ahora el Gobierno aumentará la factura de la energía por encima del 400% y por lo que vi en las páginas de Clarín y La Nación las manifestaciones de protesta debieron de pasar sin pena ni gloria porque costaba mucho encontrarlas en sus páginas. La gente entiende que las decisiones las tienen que tomar los que más saben y nadie puede ser más experto en energía que un ministro que fue responsable de la Shell y que además sigue siendo accionista de la petrolera.
Con la tremebunda herencia recibida, es obvio que se necesitará un tiempo para arreglar los destrozos, pero esta sociedad, obligada a madurar a toda prisa, lo acepta. Incluso esa terrible inflación del 20% es cosa del pasado. No os comento la cifra actual de inflación porque no me la creeríais, pero no miento si digo que está ya en otras magnitudes.
Bueno, papis, ya véis que esta Argentina poco o nada tiene que ver con la que sufristeis en vuestra última visita. Han bastado unos meses para cambiar por completo el país. Y para entendáis que no estoy exagerando me he guardado lo mejor para el final: esto marcha tan bien y tan deprisa que tengo el convencimiento de que hasta YPF y Aerolíneas Argentinas volverán a ser, literalmente, nuestros.
Voy poniendo el champán a enfriar. Mientras tanto, les mando un abrazo muy fuerte.