Con una extensa trayectoria en teatro, cine y televisión, Carlos Portaluppi (57 años) siempre se destacó por su talento y sus comprometidas interpretaciones. Comenzó con papeles pequeños, pero se fue ganando un lugar entre los mejores actores de nuestro país.
En el ámbito televisivo, formó parte de series de gran impacto como Vulnerables, El sodero de mi vida, Durmiendo con mi jefe, Epitafios, El marginal (donde su papel de “El Morcilla” con el tiempo de transformó en múltiples stickers) y María Marta, el crimen del country, entre otras. También hizo mucho teatro y su trabajo ganó gran resonancia con Bodas de sangre, La gaviota, Sueño de una noche de verano, La señorita de Tacna, La historia del señor Sommer y Emilia, por sólo nombrar algunas. En cuanto a su participación en el cine, aportó su talento en La fuga, Whisky Romeo Zulu, Tiempo de valientes, La extorsión y Argentina, 1985.
Recientemente estrenó Jardines salvajes, en el Multiteatro, obra de Karen Zacarías donde comparte escenario con Mica Vázquez, Nazareno Casero y Vivi Puerta.
–¿Cómo surge la famosa potencia de tus interpretaciones?
–Viene con uno. Soy pasional. No se entrena, es algo genético. Es la «tanada» que dejo fluir y siempre me recuerdan por los gritos o la fuerza que le pongo a tal o cual línea. Sirve tanto para comedia como para otros géneros. Es algo que uno aprende a manejar
–¿Preferís comedia o drama?
–Mientras me guste el cuento que haya para contar, es lo mismo. Lo mejor son las historias que tienen un poco de ambas: como la vida. Algo fuerte y profundo también puede ofrecer humor, depende cómo lo cuentes o lo abordes.
–¿Qué te gusta por fuera de la actuación?
–La música y la pintura son artes que me atraen y a las que le dedico tiempo: para ver, leer, escuchar sobre ellas o disfrutarlas consumiéndolas. De una manera ecléctica y por periodos, me engancho con algo y estoy a full con eso. Pero soy medio denso, viviría solo de hablar y estar en un teatro. Mi lugar en el mundo es el espacio escénico.
–Nombraste la música. ¿Qué te gusta escuchar?
–Variado. Depende. Hay mucho por investigar y por apreciar. Todo menos Arjona. ¡Ese es mi límite! (risas). Escucho clásico, rock, folklore, jazz, lo que sea. Voy variando, depende de mi estado de ánimo.
–¿En tu familia hubo artistas?
–Nadie. La televisión fue lo primero que me acercó al trabajo actoral. Al ser del interior, solo los días de mal tiempo estábamos adentro, y por la tormenta se veía mejor la señal. También íbamos a las películas de matiné, que eran tres seguidas y salíamos chochos. De chico jamás se me cruzó por la cabeza que iba a ser actor. No tenía cerca a nadie ligado con ninguna rama de las artes, así que se fue dando.
–¿Cómo descubriste tu vocación, entonces?
–Es algo extraña la manera en que se dio. Fue mirando una pintura. Había un cuadro en mi casa que era de Luis Arata, un emblemático actor de la época de los Podestá. La pintura era un actor de circo sentado en un cajón de manzanas, con tres perros a su lado. Estaba comiendo un plato de lo que siempre imaginé que era arroz. Atrás se veía de fondo la carpa de circo, de colores y la entrada. Yo con cinco o seis años me imaginaba lo que pasaba dentro de la carpa. Me daba tristeza, melancolía, pero otros días fantaseaba con la alegría que generaban los circos. Con esa pintura aprendí a dominar mis emociones, a favor del juego y la situación. Así me fui dando cuenta qué era actuar: jugar, imaginar, ser muchos otros. Esa pintura, me di cuenta, me despertó la vocación.
–¿Cómo llegó el cuadro a tu casa?
–Mi papá no conoció nunca a su padre. Pero cuando murió, una tía, hermana de mi abuelo, nos visitó. Ella nos los regaló. Había sido amiga de Blanca Podestá y Arata se lo había dado a ella. Y bueno, ahora mi padre me lo dejó a mí. Está en casa.
–¿Qué es lo más correntino que tenés?
–Mis raíces son fuertes. En mi forma de ser. Recuerdo el olor a chipá o las tardes comiendo nísperos en el fondo de la casa de mis tías. La hora de la siesta era estar bajo esos árboles, soñando con los ojos abiertos. Comer los frutos arriba de los árboles o jugar con mis primos. Era un espacio lúdico que nunca me abandonó. Algo mágico. Son recuerdos imborrables.
–La cuestión corporal, de la talla, ¿te sumó o te restó en tu carrera actoral?
–Jamás sentí que me llamaran para hacer un personaje por ser gordo. Siempre que hice algo es porque confiaban en mí, por lo que puedo dar como actor, no por lo estético. Es un tema que preocupa por una cuestión de salud, eso está claro. La obesidad es una enfermedad compleja, de muchos factores, y es una lucha constante. Hay que atenderlo, y tratar de crear conciencia, sin caer en estereotipos o facilismos.
–¿Cuál fue tu viaje más especial?
–Me pasó algo mágico una vez. Estoy en Amsterdam. Fui al museo Van Gogh. Estaba encantado con la parte más oscura de su pintura. Me sentí maravillado. Cinco días después estábamos en Francia, en la zona de la Provenza, la ciudad de Arles, y yo veía el paisaje y me resultaba conocido: con esa sensación, caminando por la calle en una esquina cualquiera veo un placa en el piso que decía que ahí había estado apoyado el atril de Van Gogh. Fue emocionante. Descubrí que era el lugar donde estuvo pintando, donde se cortó la oreja. Me puse a llorar de la emoción. «