Habida cuenta de que Carlos Gabetta ejerció en periodismo en la Agence France Presse (AFP), dirigió Le Monde Diplomatique de España y el Dipló – Edición Cono Sur y practicó numerosas corresponsalías para medios mexicanos y europeos, desde Témoignage Chrétien hasta Il Manifesto, corresponde a la sección Mundo de Tiempo elevar la elegía para quien nos ha dejado hace pocos días. Como lo poco que sé de periodismo se lo debo a Gabetta, intentaré reportar tal genio y figura como lo conocí.

En un edificio que no existe más, atrás de una escalera que había que subir había un par de oficinas donde oficiaba Carlos Gabetta, por entonces director de Le Mode Diplomatique – Edición Cono Sur. En una mesa redonda de vidrio trazaba sobre hojas A3 el esquema del próximo número, página por página y a lápiz. Tal el título, tales los artículos, volantas y bajadas, así el espíritu de la publicación. Las ilustraciones corrían por cuenta de Marta Vasallo, tanto y tan bien que uno no sabía si en realidad los artículos eran una excusa para las imágenes. Arnol Kremer escribía críticas de libros, cortas y pertinentes. Si Gabetta era la cabeza, Patricia Orfila era el corazón del Dipló. Estaba en todo y todo lo resolvía. Conseguir las notas a tiempo no fue la menor de esas tareas, ya que sabemos que los tiempos de la escritura no siempre corresponden al tiempo.

Gabetta siempre mencionaba que lo trataban de “obsesivo”, u “obse”, como él decía, por su profesionalismo en la producción periodística. Que es la mejor forma del compromiso. De hecho, sólo aplicaba el método, distinguir lo esencial de lo accesorio. Recomendaba releer varias veces lo escrito, en busca de las palabras superfluas. “La verdad, la áspera verdad” citó Stendhal. Gabetta era alto, delgado, algo canoso. Alardeaba de practicar el billar de modo perfecto, que es la única vanidad que le conocí, lo que no es poco. Como rosarino, afichaba una preferencia por la Lepra, lo que demuestra que nadie es perfecto. Los ojos de Carlos expresaban la curiosidad frente a una idea nueva tanto como el enojo frente a un trabajo mal hecho, ya que no era trabajo. Otras veces la ironía, en ejercicio del sentido del humor, otras la sorpresa, algo indignada.

Es lo que sucedió cuando encaró una campaña de difusión, y una de las agencias le propuso facturas truchas, un retorno, y las cuestiones habituales del rubro. Sin éxito. Pero la mejor fue cuando la multinacional Suez, que anunciaba en el mensuario bajo el nombre de Aguas Argentinas, lo llamó para quejarse de un artículo acerca del pésimo servicio que brindaba en su concesión, amén de la subida de las napas de agua en el Conurbano Bonaerense, producto de la incuria empresaria, ejemplo de una financiera que fingía distribuir agua corriente. Como ahora. Carlos Gabetta le expresó su alegría de contar con el importante auspicio de esa empresa francesa, y que por supuesto tales avisos no podían fijar de ningún modo la línea editorial. No auspiciaron más. Hay que decir que ese Dipló gabettiano fue de los pocos medios que hablaron de despidos y huelgas en Clarín. Por supuesto que ya no es el caso. O tempora! O mores!
Así las cosas, Carlos Gabetta es el único periodista de primer nivel que conozco que rechazó modificar su posición frente a la amenaza de perder un anunciante. No cedió al chantaje del dinero por opinión, ni jamás estuvo en el negocio de opinión por dinero. Pero también es cierto que conozco pocos periodistas de primer nivel. Quizás haya pocos periodistas de primer nivel, después de todo. Los que quedan están en Tiempo, y por supuesto que no soy yo.

De vez en cuando veía a Carlos Gabetta, cuyo pacto con el diablo lo hace cada vez más joven. Recuerdo haber visto una entrevista donde estaba Milei, que como siempre sobreactuó, hasta que Carlos le prometiera un par de sopapos que hicieron recular al despeinado. El fascismo siempre es cobarde, y Gabetta tiene los puños llenos de verdades. Viejo, nunca obsoleto. Ya no era más el director del Dipló, desde hacía años, cuando de un día para otro lo despidieron sin más, quizás por ejercer demasiado el espíritu crítico que es el alma del periodismo bien redactado. Tal vez Sigman olvidó que “sin la libertad de crítica no hay elogio valedero”, como dijo Beaumarchais, o que la libertad de prensa se gasta cuando no se usa, como propuso Le Canard Enchaine desde las trincheras de la primera guerra mundial hasta hoy. Como quiera que sea, ya sabemos quién perdió más de los dos, que no es el periodista sino el empresario. Nuestros nietos y bisnietos serán los primeros en florecer la tumba de Carlos. ¿Quién atenderá la tuya, Hugo, en cien años? Como dice nuestra lema: «somos dueños de nuestras palabras». Gabetta no aceptó ser un propalador más de las palabras del dueño. La tinta no se mancha.
Carlos Gabetta jamás faltó, donde y cuando sea, bajo ninguna circunstancia, en ningún combate de cualquier índole cuando estuvieran en juego la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Eso, sí, exigía estar primero, pues el ejemplo es la mejor forma de autoridad. ¿Qué decirte, Maestro, compañero, amigo Carlos Gabetta? Pues que “aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia”…