Se hizo famosa por su personaje Caramelito en La tribuna de Nico, un programa que se emitía todos los mediodías por Telefe a mediados de los ’90, conducido por Nicolás Repetto. Cecilia Carrizo hacía también de Era, una profesora de gimnasia sexy que dejaba siempre un mensaje de buena onda. Aunque había sido modelo y había tenido algunos pasos por la actuación, esa fue la primera oleada de popularidad que la alcanzó.
Luego encontró un lugar propio para demostrar su carisma: pasó a ser animadora, cantante y conductora infantil, rol que ocupó durante 15 años con considerable éxito. Así se sucedieron programas de televisión, obras teatrales, giras y llegó a grabar cinco discos (por los que obtuvo oro y platino en cada uno de ellos) que marcaron a más de una generación. Así su nombre casi quedó institucionalizado como Caramelito.
También obtuvo gran visibilidad por su lucha contra la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), enfermedad que en 2017 le diagnosticaron a su hermano Martín Carrizo, quien fue baterista de A.N.I.M.A.L., Walter Giardino, Gustavo Cerati y el Indio Solari. Martín falleció en 2022. Ese dolor Cecilia lo vuelca en la obra Sólo te quería decir, que presenta en el teatro Picadero. La próxima función será el jueves 25 a las 22.
–¿Por qué Caramelito?
–Me puse así espontáneamente, cuando me preguntaron cómo se llamaba mi personaje, quería un nombre que transmitiera dulzura. Tienen una connotación buena onda. Pegó y quedó. Cada vez que me presentaba, escribía un rap y lo cantaba. Y en la letra siempre había cierta dulzura. Después vino lo infantil y ese personaje cambió un poco, pero pude especializarme en lo que más me gustaba así que nunca renegué del apodo.
–¿La tribuna de Nico fue tu primer paso fuerte?
–Yo había participado en Amigovios, y en Los Machos. Pero hice un casting, donde me pidieron un personaje, escrito y creado por nosotros y se me ocurrió la profesora. A la semana me llamaron y salió el programa. Fue divertido y aprendí mucho. Al ser un programa en vivo, todos los días y de mucho rating, te exigía la creatividad. Más allá de la exposición que me dio y las puertas que me abrió, me enseñó mucho estar ahí.
–¿Cómo recordás la enorme popularidad de la época de conductora infantil?
–Con mucho cariño. Fue una instancia de mi vida en la que cambió mucho todo y me marcó a fuego. Haber trabajado tantos años disfrutándolo es muy lindo, escribiendo para los niños y las niñas, diciéndoles lo que sentía con mis canciones fue un privilegio. Además, nos encantaba ponernos a componer y grabar, Martín lo disfrutaba mucho porque era salir de lo suyo y meterse en otro registro. Fueron todos gratos momentos.
–¿Qué es lo que más disfrutás hacer?
–Me gusta escribir, es un espacio muy mío, desde siempre. Cada vez que lo hago siento que estoy frente al comienzo de algo. Esa sensación es muy linda. Después de eso, es inevitable sumarle algo de música y actuación. Pero me gusta imaginarme algo y luego ponerlo en un papel. Veremos qué nos trae el destino. Seguiremos jugando.
–¿Cuál fue tu juego favorito de la infancia?
–Nos gustaba salir a andar en bicicleta y jugar al fútbol: yo atajaba y Martín me pateaba penales. Después, cuando él empezó a tocar la batería, me acuerdo que me gustaba mucho desarmar el living para armar un escenario o darle forma a una sala de ensayo. Era un juego para mí. Los vecinos lo adoraban y le bancaban el ruido por el carisma que tenía.
–¿Cómo fue la decisión de transformar en una obra algo de tu vida personal?
–El proceso fue muy movilizante. La idea surge un día que estaba cantando en mi casa “Confesiones de invierno”, la canción de Sui Generis, y sentí que parte de lo que decían algunas estrofas parecía como si relataran el último tiempo de la vida de Martín.
–¿Era una canción que escuchaban juntos?
–De chicos la escuchábamos mucho. Como con esa, me pasó con otras canciones, entonces busqué unos poemas que yo le había escrito al saber de su diagnóstico y como nunca se los había leído, le di forma de espectáculo. Es una crónica de mi vida, tejida con poemas y canciones.
–¿Su casa era muy musical?
–Desde siempre. Mi papá era fanático. Se levantaba y ponía música a todo volumen, desde que me acuerdo fue así. Por eso la profesión que tuvimos, creo.
–¿Qué escuchaban?
–De todo. Desde Los Abuelos de la Nada a Phil Collins, pasando por Cyndi Lauper, A-ha, Spinetta, los Beatles y todo lo que se te ocurra. Había mucha música, todo el tiempo.
–¿Contar lo que vivió Martín y cómo la pelearon puede ayudar?
–Sentía que lo tenía que contar, espero que sirva. Hicimos una campaña y una lucha fuerte. Fue una manera de sentirnos acompañados los que pasamos por esa situación, con la misma enfermedad o en algún caso con otra. La ELA es una enfermedad muy cruel y crear lazos es clave para enfrentarla. Creamos una comunidad y logramos abrazarnos en una situación difícil y dolorosa. Ayudarse es algo bueno, siempre. «