Al haber dejado prácticamente de hacer cine a lo largo de casi tres décadas, por motivos más ajenos que propios, la figura de Francis Ford Coppola quizás no tenga hoy en los espectadores más jóvenes la misma resonancia que tiene para los de una generación anterior, que aún tiene grabadas en su memoria clásicos como El Padrino y Apocalypse Now, nada menos. Sin presencia mediática, ni apariciones en redes sociales ni permanente circulación en el debate sobre el cine como su colega generacional Martin Scorsese, Coppola pareció haber dejado el séptimo arte y todo lo que lo rodea para dedicarse a sus vinos, con los que recuperó todo el dinero que perdió en sus aventuras cinematográficas e hizo mucho más. Lo suficiente como para volver al cine a su modo, poniendo de su propio bolsillo 120 millones de dólares para financiar un proyecto personal con el que viene lidiando hace 40 años. ¿Su título? Megalópolis.
La historia de esa producción da para una película en sí misma, pero no es esa la que se estrenó el pasado jueves en el Festival de Cannes. La que llegó aquí, envuelta en mitos y controversias varias, es una gigantesca y curiosa ópera cinematográfica que usa como marco la historia de la caída de la Antigua Roma para hablar del presente y del futuro de los Estados Unidos. Protagonizada por Adam Driver, Megalópolis cuenta la historia de un arquitecto llamado César Catilina que sueña con transformar a la ciudad de Nueva Roma (no muy distinta a la actual Nueva York) en una utopía sustentable, mágica y bella gracias a la invención de un moldeable material llamado “megalon”. Pero para llegar a eso tiene que enfrentarse a una serie de enemigos entre los que se cuenta el intendente de la ciudad, los banqueros, los medios y otros políticos con intereses diferentes a los suyos.
Con las actuaciones de Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf, Jason Schwartzman y veteranos como Laurence Fishburne, Jon Voight y Dustin Hoffman, Megalópolis es una película épica, desmesurada, genial y ridícula en partes iguales, con momentos absurdos y fallidos mezclados con otros de una descomunal belleza. Es, también, una película política, crítica con un mundo que sólo parece preocupado por el rendimiento económico y que ha dejado de lado su amor por la belleza, el arte y la poesía. Esos temas, actuales hasta en la Argentina, son además integrales a la historia de Coppola, quien ha vivido peleándose con productores a lo largo de más de 50 años de carrera, especialmente cuando sus más ambiciosos y desmesurados proyectos no encontraban eco en quienes debían poner dinero para hacerlos. Hoy, con una cuenta bancaria a la altura de un estudio de cine, el cineasta de 85 años puede darse el lujo de autofinanciarse un proyecto multimillonario y quizás cerrar su carrera con un gigantesco fuck you a una industria que lo fue dejando de lado.
Qué pasará con la película comercialmente es muy difícil de saber ya que es un proyecto bastante raro y que necesita de espectadores que entren en el tono de su propuesta, pero acá en el Festival de Cannes dividió aguas entre los que amaron su desafiante y creativa propuesta y los que la ven como un fracaso artístico, más cercano a la megalomanía que a lo que propone su trama. Lo cierto es que, como expresó en la conferencia de prensa, poco le importa a Coppola lo que puedan pensar los demás y si su Megalópolis recuperará o no su presupuesto. “Pase lo que pase con la película, con la bodega estaremos bien”, analizó, para luego agregar: “El dinero no es importante, lo importante son los amigos. El dinero se evaporará, pero los amigos no”.
Coppola y el presente de EE.UU.
Coppola se dio tiempo ante los medios también para hablar de la situación política actual en relación a los temas de su película. “Los Estados Unidos fueron fundados como una república, sin rey: incluso nuestras ciudades se inspiraron en las suyas –explicó–. Pero cuando empecé a pensar en esta película no tenía ni idea de que la política de hoy la haría tan relevante. Lo que está pasando ahora es exactamente lo que condujo a la caída de Roma”.
Si bien el estreno de Megalópolis fue el gran evento de los primeros días de Cannes, otras películas también llamaron la atención en una edición un tanto más discreta –en calidad y en estrellas– a la del año pasado, al menos hasta el momento. Kinds of Kindness, que se estrenará en la Argentina en agosto como Tipos de gentileza, reúne al director y a la estrella de la reciente Pobres criaturas, el griego Yorgos Lanthimos y la doble ganadora del Oscar Emma Stone. Muy distinta a aquella película, Tipos de gentileza cuenta tres historias separadas entre sí aunque con el mismo elenco interpretando distintos papeles. Son tramas bastante macabras, cercanas en estilo a episodios de Black Mirror, en las que se mezclan el sexo, la muerte, la comida, las enfermedades, los animales y una serie de sucesos bizarros propios de la imaginación del irreverente director griego.
Salvo por la primera y bastante lograda historia –centrada en un empleado que organiza toda su vida en función de los deseos de su patrón–, el resultado no estuvo a la altura de las expectativas, ya que los otros dos episodios son entre repetitivos y decepcionantes, más bizarros que verdaderamente creativos. Como sucede en todas las películas del realizador de La favorita, hay igualmente grandes momentos y un elenco fantástico que incluye, además de Stone, a Jesse Plemons, Willem Dafoe y Margaret Qualley, entre otros.
Entre lo visto en la competición internacional lo más destacable es Bird, película de la realizadora inglesa Andrea Arnold que cuenta la historia de amistad entre una adolescente y un personaje extraño que ama a los pájaros y la ayuda a superar algunas dificultades que tiene con su peculiar familia. Protagonizada por la novata Nyjiya Adams junto a Barry Keoghan y Franz Rogowski, Bird combina realismo social inglés con algunos apuntes más líricos que le dan a la película su costado más épico y dramático.
A juzgar por los aplausos del público –una medida curiosa de valoración cinematográfica que acá se usa cada vez más para analizar si los films funcionan o no con los espectadores– se trata de la película con más chances por ahora de quedarse con uno de los grandes premios. Pero Cannes recién empieza y la suerte suele cambiar. Tanto en la competencia por la Palma de Oro como en la que mide los aplausos con un cronómetro.