A Elon Musk, uno de los rastreadores de mejor olfato, no le está saliendo gratis su aventura de gobernante sin votos pero con inconmensurables montañas de dinero y poder. Sin duda que no llegó a la Casa Blanca sólo porque le tentó la idea de Donald Trump, que sí fue votado, para que se volviera topo y se abocara a destruir el Estado desde adentro. Pero se apuró, y aunque el desprestigio de hoy sea una apuesta a futuro, al menos en estos días no la está pasando bien. La demolición se está devorando el trabajo de cientos de miles de personas y, no lo imaginaba, la sociedad está reaccionando, llama a la puerta de sus bienes más preciados, se hace sentir tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo y le arruinó en pocos días uno de los negociados que ya había atado.
Para denunciar el conflicto de intereses que se presenta cuando coinciden un CEO y un gobernante en una misma persona, ciudadanos independientes –en Estados Unidos la oposición política también brilla por su ausencia– crearon su propio think tank. Lo llaman Tesla Takedown y su primer objetivo, dice un analista de la AP, es el de desincentivar las compras de los automóviles eléctricos Tesla, una de las joyas del imperio empresarial de Musk. Con sus escraches en las concesionarias –entre 50 y 100 por fin de semana, desde los primeros días de febrero– los Takedown se ilusionan con galvanizar el rechazo que recoge la oficina gubernamental que conduce el empresario e inyectarle un algo de energía al Partido Demócrata, paralizado tras la paliza electoral que le propinó Trump en noviembre.
“Vende tu Tesla, deshazte de tus acciones, detén a Musk ahora”, reza la extensa consigna de la organización. Además de los escraches en los salones de venta pintarrajean los locales y los vehículos estacionados en la calle, incluso cuando están ocupados por sus dueños. La leyenda es siempre la misma, “Musk nazi”, acompañada por cruces gamadas, el símbolo del hitlerismo. Con ello recuerdan las muy recientes definiciones del empresario a favor de los partidos políticos nazis de Alemania y otros países europeos y su participación en actos proselitistas, saludando con el brazo derecho estirado. La campaña prendió y sólo en las primeras horas de apertura de Wall Street, en la jornada del 25 de febrero, por ejemplo, las acciones de Tesla cayeron el 8%, lo que significó una pérdida de 70 mil millones de dólares de valor bursátil en una mañana.
La última semana de enero, todo febrero y los primeros diez días de marzo fueron nefastos para Musk. En las once jornadas siguientes a la asunción Tesla vendió sólo 9.900 vehículos en toda Europa, lo que implica una caída del 45% comparado con los mismos días de 2024. Los voceros de Trump, nunca tan callados como en estos tiempos, dijeron que las bajas se registraban en las ventas de todas las marcas, pero eso no es cierto. En enero se vendieron en Europa 166 mil vehículos eléctricos, lo que supone un interesante y contrastante incremento del 37%. Pocas empresas podrían soportar el cimbronazo que está padeciendo Tesla. Alemania encabeza las caídas, con el 76,3%. Le siguen Noruega (48), donde la casi totalidad de los automóviles vendido son eléctricos, Italia (55), Portugal (53), Dinamarca (48) y Suecia (42). El coletazo llegó hasta Australia, donde la caída fue del 72 por ciento. En mayo el Departamento de Estado debía abrir una licitación para darle visos de pureza a la compra de una flota de blindados, de los cuales una parte iría a embajadas en Europa. Pero en febrero –¡ah, febrero, dirá Musk!– apareció un documento interno de la cancillería norteamericana que decía que el concurso de precios sería ganado por Tesla, gracias a una oferta por 400 millones de dólares. La farsa llegó a su fin. La licitación fue suspendida y es probable que también se caigan unos contratos por los cuales SpaceX, otra de las empresas de Musk, transportaría al espacio astronautas y satélites de la NASA. Fue la primera alerta indicativa de que el gobierno debería abrir un debate sobre ética y transparencia, adelantó Takedown.
Musk usa los enormes poderes que le entregó Trump para beneficiar, más allá del oneroso costo inicial, a sus empresas más mimadas, con Tesla y SpaceX a la cabeza. Según los influyentes formadores de opinión del mundo de los negocios –Financial Times, The Wall Street Journal, Bloomberg–, esto lleva a la desconfianza de sus competidores y la opinión pública en general. Así lo prueba la creciente presencia del movimiento Tesla Takedown con sus protestas focalizadas que, sin embargo, tienen un simbolismo implícito que va más allá y radica en el cuestionamiento a la desmedida influencia de figuras corporativas en el gobierno. Con Musk, recuerda el The Wall Street, se da por primera vez que un líder empresario en actividad asume un cargo ejecutivo con la suma del poder en sus manos.
De alguna manera, con sus escraches a las concesionarias Tesla y al propio Musk, Takedown ya abrió el debate y los grandes medios se prendieron. La situación ilustra los riesgos de mezclar lo público con lo privado. Lo que tendría que ser una antinomia, es una obscena realidad en apenas 45 días de régimen trumpiano. Cuando se filtra que ya se había atado un suculento negocio con el Departamento de Estado, por el surtido de blindados. O cuando en pleno auge de las protestas y caída en picada de las acciones de Tesla, Musk en persona, y a domicilio, le entregó a Trump un Model S Plaid de estridente rojo bermellón que, según la Casa Blanca, el presidente “compró” por 90 mil dólares. La fotografía publicitaria recorrió el mundo.