La clásica peregrinación a Luján dura 60 kilómetros desde el Santuario de San Cayetano en Liniers y lleva entre 12 y 15 horas, según la velocidad del paso. Daniel tiene la edad de Cristo, jogging de Boca, pechera roja y gorra gris. Es su primera vez en el ritual que congrega todos los años cerca de un millón de personas (y que esta vez superará ese número, según las previsiones), pero no siente nervios ni cansancio. Sostiene, tranquilo, que está acostumbrado a caminar.
Estuvo largo tiempo en situación de calle y conoce la avenida Corrientes de punta a punta. Hoy vive en un parador en la Villa 31, que consiguió por intermedio de la Parroquia Cristo Obrero. Quiere agradecerle a la Virgen y “pedirle fuerza para llegar y salir adelante”. No es el único entre la multitud.
Curas villeros, iglesias barriales y agrupaciones católicas juveniles son un sostén fundamental de una crisis doble: económica y de fe. “Un poco se perdió la idea de creer en conjunto, ahora cada uno elige en qué creer y en qué no, pero es un pensamiento lindo creer en Dios y en comunidad”, reflexiona Facundo, joven scout que marcha junto a otras adolescentes de la Parroquia La Inmaculada Concepción de San Telmo.
“No creo que los jóvenes crean menos, creen distinto: en la Pachamama, en Jehová, en el horóscopo, creen en todo porque hay una necesidad de fe”, resume una peregrina que nunca falta a la maratón del pueblo.
Una caminata con historia
“Madre, bajo tu mirada buscamos la unidad” es el lema de la edición número 50 desde que arrancó en 1975 motivada por las juventudes que peregrinaban por «la Patria», con un canto insignia: «Nuestro Padre nos llamó/a vivir en este amor/y a encontrar liberación, todos juntos…Nuestras manos se unirán/a luchar contra el dolor/que hoy el pueblo está viviendo sin respuesta…”.
Volvamos al 2024. “Nadie se salva solo. La división genera más sufrimiento en los más débiles, pobres y enfermos. Lo vemos a diario y nos duele. Ojalá que esta peregrinación sea una fiesta de la gente que vive en esta tierra”, señala un cura del Santuario San Cayetano, punto de inicio de un trajín que continuará con paradas en Morón, Merlo y General Rodríguez.
Hay adolescentes con pecheras, otros con banderas argentinas, jóvenes que se mueven al ritmo cumbiero de canciones de misa y arengan: “¡Viva la Virgen del Luján!”, “¡Arriba los peregrinos!”. Y muchos a quienes les entusiasma “ser parte de algo más grande”, vivir en primera persona el sacrificio y el cansancio, con el derrumbe final frente a la Basílica. “Una piensa ‘no llego, no llego’ y después llegás. Es hermoso”, resume otra joven scout.
Pero la mayoría de los caminantes supera los 35 años. En medio de un calor creciente, el clima es de celebración y desafío. Algunos se detienen en puestos que venden frutas, bebidas, estampillas y llaveros con la cara de la patrona argentina. También se dejan rociar por el agua bendita que arrojan hombres y mujeres con túnicas blancas.
Cuando el cuerpo no da más
Están quienes debutaron en esta tradición cuando eran apenas unas niñas, “a cococho” de sus padres, y hoy caminan con ellos. “En ese momento éramos tan pobres que no teníamos ni para el carrito”, comenta Tamara, esposa de Walter y madre de Cristel y Sofía, de 28 y 23 años.
Esta vez, la familia de Bella Vista, zona norte del Gran Buenos Aires, lleva dos changos donde guardan la estatuilla de la Virgen, mochilas y una carpa, porque piensan dormir en Luján e ir a la misa el domingo temprano. Tamara lleva puestas chancletas con medias. Dice que ese calzado le funciona mejor cuando se le hinchan los pies.
“Le voy a pedir trabajo a la virgen”, subraya. Junto a sus hijas, una de secundario incompleto y otra con estudios universitarios a medias, se dedican a dibujar y vender ilustraciones, entre ellas, cómics. Sus clientes son, sobre todo, asiáticos: “la crisis no está pegando muchísimo. Desde el batacazo de Milei todos nuestros ingresos valen una tercera parte de lo que valían. Teníamos una empresa, una SRL totalmente legal y bien constituida y ahora no podemos pagar los impuestos, los aportes jubilatorios, las obras sociales, solo podemos comer. Todo aumenta, pero no podemos trabajar más horas, no nos da el cuerpo”.
Sofía, que tiene problemas cardíacos, insiste con que ni los problemas de salud ni los laborales pueden ser un obstáculo en el compromiso con la fe: “Una no viene porque quiere pedir, uno quiere pedir algo porque viene, que es distinto. Una peregrina para mostrarle al resto de los católicos que hay gente que todavía cree, que tiene ganas de entrar en comunión con todos los cristianos. Una tiene que venir a manifestarse porque si tiene tiempo para Dios tiene tiempo para todo lo demás”.
También, dicen, vienen para “sentir en carne propia” lo que otra gente vive todo el tiempo: el cansancio, el hambre, el sueño, el frío. Lo que ellos protagonizaron hace décadas. Y agradecer.
Martín, Luján, y la caminata más popular de todas
Hay plegarias que se repiten: por el trabajo, por la familia, por la salud, por la necesidad de esperanza. Martín tiene 75 años. Nació en Colón, Entre Ríos, y hoy vive en Lomas de Zamora. Camina solo bajo un paraguas negro que lo cubre del sol y lo protege frente a su incipiente cáncer de piel. Se apoya en un bastón que fabricó a la madrugada, antes de salir para Liniers, con la madera de un árbol de pitanga de su jardín.
Planea ir a su ritmo, parar para conversar con los grupos de jóvenes que le llamen la atención, llegar al final y volver en colectivo. En esta ocasión quiere pedir por su sobrina, que sufre cáncer de ovarios. Lleva su pelo en una bolsa. También lo preocupa la situación económica del país, “terrorífica”. Su jubilación como marino es de $ 480 mil. La de su esposa, ama de casa: $ 244.320.
Se hace difícil sostener la vida frente a una gestión que atenta contra los jubilados: “viví distintos gobiernos, pero nunca hemos llegado a un extremo tan calamitoso como este. Nos gobierna un psiquiátrico. Solo pido que salgamos de este drama”. Confiesa que probablemente sea su última caminata. Pero algo lo alegra: será la más popular de todas.