La política brasileña está viviendo un punto de inflexión que podría dejar en la cárcel al expresidente Jair Bolsonaro. Es que el Supremo Tribunal Federal de Brasil (STF) aceptó los cargos contra el exmandatario por un supuesto intento de golpe de Estado que implicaba anular las elecciones de 2022 y evitar el traspaso del Ejecutivo al actual gobernante Luiz Inácio Lula da Silva.
Además, el STF procede a un hecho inédito en la historia de la República Federativa del Brasil: junto con Bolsonaro, por primera vez, militares de alto rango serán juzgados en tribunales civiles por acciones contra las instituciones republicanas, rompiendo con una tradición de impunidad en relación a crímenes cometidos por miembros de las Fuerzas Armadas.
Junto a Bolsonaro se sentarán en el banquillo de acusados militares de la más alta jerarquía que participaron de la planificación del complot golpista. Se sentarán junto al expresidente: la cúpula militar de su gobierno, destacando al almirante Garnier Santos (excomandante de Marina); el general Augusto Heleno (exministro del Gabinete de Seguridad Nacional); el general Walter Braga Netto (exministro de Defensa); y al general Paulo Sergio Nogueira (excomandante del Ejército).
En ese marco, casi nadie duda que Jair Bolsonaro recibirá una condena que lo pondrá en prisión, en base a las pruebas fundadas por la Procuraduría General de la República (PGR) contra él y sus otros siete cómplices, participantes del núcleo central que promovió la tentativa de golpe de Estado en las elecciones presidenciales de 2022. El gran interrogante es cuántos años le van a asignar.
Los mismos abogados de participantes que ya han recibido condenas por los eventos del 8 de enero de 2023, cuando una turba de manifestantes irrumpió en la sede de los Poderes de la República en Brasilia, estiman que el exmandatario podría recibir una pena entre unos 25 a 35 años de prisión, especialmente por su posición de liderazgo en el comando que intentó realizar el golpe de Estado, además de propiciar los movimientos insurreccionales del 8 enero de 2023.
Ante esta situación, es remota la posibilidad de revertir la inhabilitación de Bolsonaro para ocupar cargos electivos que le pesa desde junio de 2023 y seguramente no estará en la disputa presidencial de 2026. Si bien algún resentido de derecha podría alegar proscripción, cabe señalar que el caso es abismalmente diferente al lawfare que padeció Lula, que fue acusado falsamente de un soborno y sufrió 580 días de prisión, además de la prohibición de presentarse en 2018, cuando era el principal candidato a ser electo.
Sumado a ello, desde una mirada crítica, podríamos observar que los distintos niveles del Poder Judicial brasileño fueron celerísimos para juzgar y condenar a Lula acusado falsamente de recibir un dúplex de 65 mil dólares, en tanto que se están tomando su tiempo para mandar a prisión a Bolsonaro, quien comandó un esquema organizativo que pretendió anular las elecciones y encarcelar al presidente y al vice electo (Lula y Geraldo Alckmin) e incluso al mismo presidente del Tribunal Superior Electoral y miembro del STF, el juez Alexandre de Moraes.
Es claro que la política brasileña merece que el expresidente Bolsonaro vaya a prisión para salvaguardar la salud de la democracia en Brasil. No obstante, cabe señalar que la prisión del ex mandatario no implica el final del bolsonarismo. El mismo derechista, mientras escuchaba una marcha fúnebre de fondo, en una conferencia de prensa alardeó que estando preso iba a “dar mucho trabajo”, dejando claro que va a seguir conspirando.
En tal sentido, cabe presuponer que Bolsonaro intentará mantenerse en el liderazgo de un “bolsonarismo sin Jair”, de mantenerse la inhabilitación. No obstante muchos aliados ya están planificando alguna situación de neobolsonarismo, comprendiendo que podrían ocupar el espacio que dejaría el ex presidente, como el gobernador de San Pablo, Tarcísio de Freitas, quien se declara admirador del presidente argentino Javier Milei.
Cabe señalar que una era de posbolsonarismo sería improbable, en especial porque la salida del juego político de Jair Bolsonaro puede generar una rearticulación de espectro político para apuntalar alguna figura que sume votos por derecha y en especial atraiga al centro político que en la elección anterior optó por Lula. En definitiva, el bolsonarismo no termina de morir y lo nuevo no asume su nacimiento. «