El 14 de junio de 1986 moría en Ginebra, Suiza, el más argentino y universal de los escritores, Jorge Luis Borges. También, en ocasiones, el más controversial, debido a su antiperonismo explícito y a su apoyo inicial a la más sangrienta dictadura argentina, aunque luego revisó su posición respecto de ella.
Sus restos están en el lugar donde él quiso ser enterrado, Suiza, y no en su país natal. Su tumba es un lugar de peregrinaje de lectores y escritores. El escritor holandés Cees Nootheboom fue uno de estos peregrinos y su viaje a Ginebra para visitar el monumento funerario de Borges quedó registrado en su libro Tumbas de poetas y pensadores que tiene fotografías de su mujer, Simone Sassen. Cuando murió Borges cuenta Noothebom en un texto de clara inspiración borgeana- yo estaba de viaje por España y acababa de llegar al castillo de Verín. Fue extraño, pues todos teníamos la rara sensación de que no podía morirse nunca, o de que ya se había muerto hacía mucho tiempo. También puede ser esto. Sus propias especulaciones sobre este tema lo convirtieron, en los últimos años, en un espectro mítico que vagaba por encima del mundo, que contaba que quería liberarse de la cosa que se llama Borges. Tal vez lo logró entonces o quién sabe si nunca había existido o alguien lo había soñado, o si otro completamente distinto nos había soñado a todos y también a él; sencillamente, vivía, si vivía, en un mundo de opciones gnósticas.
Es muy posible que ningún otro escritor haya suscitado tal aluvión de escritos críticos, de estudios universitarios y de todo tipo de menciones a su obra que se abordó desde los puntos de vista más disímiles, desde la literatura misma a la física cuántica. El hecho de que no se le haya concedido nunca el Premio Nobel de Literatura muchos señalan que a causa de sus a veces irritantes declaraciones políticas-, es un leit motiv que pesa sobre su figura.
De manera inconsciente o quizás a conciencia, Borges se encargó de crear su propio personaje: un hombre un poco ausente de los sucesos del mundo, ignorante de mucho de lo que sucedía a su alrededor y, según él, mejor lector que escritor. Bajo su aspecto inofensivo y su voz cascada y débil, escondía una punzante y sutil ironía que disparaba sus dardos tanto sobre la política como sobre la literatura. Baste recordar su frase referida a Cien años de soledad de Gabriel García Márquez: ¿Cien años de soledad? ¿No bastaría con cincuenta? Está ironía hizo que se le adjudicaran muchas anécdotas que posiblemente nunca protagonizó porque su personaje resultó tan productivo e inspirador como su obra.
Su cortedad con las mujeres, su ceguera progresiva que alcanzó su punto definitivo cuando tenía 50 años y la fuerte figura de su madre, Leonor Acevedo de Borges, con quien compartió la mayor parte de su vida, son los rasgos que completan un rápido retrato de uno de los escritores más citado por otros escritores de la Argentina y del resto del mundo. Su literatura terminó de completar otro rasgo: la erudición, producto de su entrega total a la lectura. También en esto Borges puso su dosis de ironía y la invención con citas falsas de autores y textos se convirtieron en verdaderos por la magia de su ficción.
Se ha repetido hasta el cansancio que muchas de sus ficciones se basan en artículos de la Enciclopedia Británica, cuya editorial debería haberle pagado un suculento porcentaje por la cantidad de ejemplares que ayudó a vender cuando todavía aparecía en papel biblia, encuadernada en negro con letras doradas y era codiciada no sólo por su contenido inspirador de ficciones borgeanas, sino también por su alto valor decorativo en las bibliotecas.
Lo cierto es que poco importa la fuente de sus ficciones, él supo convertirlas en textos que producían perplejidad en sus lectores. Un caso paradigmático es el de la supuesta enciclopedia china y su desconcertante clasificación de los animales que cita Foucault en Las palabras y las cosas.
En su Diccionario de autores latinoamericanos César Aira señala que en la década de 1960 comenzó a extenderse el reconocimiento internacional de su obra, que se acrecentó inconteniblemente en los años setenta, al punto de hacer de Borges uno de los autores más conocidos, citados e imitados del mundo.
El escritor y crítico Carlos Gamerro, afirma que, al igual que Flaubert, Borges odiaba las ideas preestablecidas. En una entrevista realizada en este mismo diario afirmó: A boca de jarro puedo decir que está contra la idea de que siempre es más deseable leer en la lengua original que en traducción. Otra de las ideas que rechaza es que la creación artística proviene de una plenitud vital y experiencial del autor que este luego vuelca sobre la página. Si esa tesis fuera cierta, Borges mismo estaría sonado ya que dice en un poema «vida y muerte han faltado a mi vida». Su experiencia vital más intensa ha sido la lectura. Creo que él percibe que se crea más bien a partir de un vacío experiencial. Además, como Wilde, también él rechazó la idea mimética de que los textos se juzgan por la fidelidad con que reflejan una realidad determinada. Ambos coinciden en que es al revés, que los textos que crean una propia realidad ficcional poderosa se imponen porque luego la realidad se rinde ante ellos. También pensaba que el realismo no determina el valor del poema. Por eso polemiza con Rojas y Lugones porque para ellos el valor del Martín Fierro está en lo bien que refleja la vida del gaucho. Borges dice que esas son pamplinas, que los gauchos comenzaron a hablar en gauchesco luego de leer el Martín Fierro.
A 31 años de su muerte y cuando ya se ha dicho tanto sobre su obra, ésta ha adquirido la característica de los clásicos porque, como lo afirma Ítalo Calvino un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. La obra borgeana siempre tiene algo nuevo que decir.