Los dos tienen bien probadas sus carencias. El demócrata Joe Biden da muestras, día tras día, de que su salud mental no pasa por un buen momento. El republicano Donald Trump exhibe en los tribunales de justicia la más patética imagen de un sujeto al que se le cayó la moral por el camino. Sin embargo, uno de los dos, el actual presidente o el ex, será quien desde el 20 de enero del año que viene gobernará la más poderosa potencia militar, ya no económica, del planeta. Será quien durante cuatro años decidirá cómo, cuándo y dónde se ejecutará la próxima carnicería que la máquina de matar del complejo industrial bélico ya está pidiendo para suplir los próximos a agotarse escenarios de Ucrania y Gaza.
El próximo jueves se escenificará en los estudios de la CNN en Atlanta, la patria de la Coca Cola, lo que debería ser un intercambio de propuestas o, en su defecto, un debate de ideas entre los candidatos (ver aparte). Pero el verdadero debate ya se da desde hace meses en las calles o el trabajo –y se extendió a las elites– y para el mismo los ciudadanos toman como base los datos de una pavorosa situación interna que se extiende hasta provocar una crisis de credibilidad en la democracia, que expone un vacío que por ahora es llenado y utilizado por los sectores fascistas que machacan con el slogan que reclama más ley y orden, menos Estado. En Estados Unidos por Trump. En otras latitudes, cada lector llenará el casillero.
Mientras en Atlanta los candidatos hablarán sobre cómo tratar o maltratar a los migrantes que llegan de a miles, de cómo destruir el sistema educativo, de cómo acabar con la salud pública, los sondeos hablan con las más crudas reflexiones sobre el monumento de país cincelado por la realidad. Los dos candidatos son desaprobados por las grandes mayorías, el 62% a Biden y el 60% a Trump. Apenas el 4% de los estadounidenses considera que el sistema político funciona bien y el 60% tiene escasa confianza sobre el futuro. Sólo el 16% manifiesta que confía en el gobierno, un deterioro fenomenal si se recuerda que en 1958, y con la contra de la guerra de Vietnam en pleno auge, ese índice era del 75 por ciento. El 76% dice que el gobierno es dominado por los donantes ricos que financian las campañas electorales.
Es tal el deterioro del nivel de diálogo sobre el cual se desarrolla la política de la potencia que las burlas sobre el inocultable deterioro de la salud mental de Biden dan para todo, pese a que tal señor puede ser otra vez el presidente de la Unión. Es cierto, claro, que olvidó que uno de sus hijos había muerto, que confundió a Siria con Afganistán y que el 13 de junio, durante un acto de recolección de fondos para la campaña, quedó paralizado y sin rumbo, y sólo pudo zafar gracias a que el ex presidente Barack Obama lo tomó del brazo para sacarlo del escenario del Peacock Theater de Hollywood. Además de “sugerirle” que se someta a un test sobre su salud mental, Trump dice públicamente que el presidente es un “tonto” o un “bobo”. Ese, vale recordarlo, puede volver a ser el presidente de Estados Unidos.
Embarcado en la campaña de que Biden (81 años contra 78 de Trump) es “un viejo gagá”, el periodista filo nazi Tucker Carlson dijo ante las cámaras que el Partido Demócrata usa a Biden como herramienta y no le importa como persona. Cuando un espectador le preguntó “cuánto durará” el presidente, respondió que “aquí el verdadero adversario es la naturaleza finita de la vida humana, así que está llegando a su fin, está muriendo en tiempo real ante nosotros. La cosa es saber cuánto tiempo pueden mantener la farsa los demócratas. No creo que dure mucho”. Las voces piadosas que reclaman que lo bajen de la candidatura crecen, pero hasta su esposa lo anima a seguir. Minutos después de que Obama lo bajara del escenario del Peacock, Jill Biden dijo que la edad de su marido “es una ventaja, él es uno de los presidentes más eficaces de la historia, y eso es gracias a su edad”.
Por su lado, Trump hace un gran negocio político con la violencia y el terrorismo. Desde pedir laxitud en la tenencia de armas en un país líder mundial en la posesión de armas por habitante, y promover el odio a los inmigrantes (“no son personas”). Desde exaltar a sus fieles que asaltaron el Capitolio (6/1/2021) para dar un golpe de Estado y elevarlos a la categoría de “héroes de la patria”, hasta advertir sobre el uso de las fuerzas armadas para reprimir las protestas sociales. Dice que si no gana las elecciones “ese será el fin de la democracia” en Estados Unidos. “Puede que sea un idiota, pero es un genio malvado”, le respondió el cineasta Michael Moore. Y agregó: “El equipo de Biden no nos salvará de él, los únicos que podemos salvarnos somos nosotros mismos, desde las calles ocupadas”.
Criminal convicto (según la terminología norteamericana), presidente con dos pedidos de juicio político, violador, responsable de fraude empresarial y fraude electoral, golpista, racista, anti vacunas, negacionista del cambio climático y otras realidades científicas. Todo eso y mucho más para revertir “la larga marcha del marxismo cultural a través de nuestras instituciones”, para rescatar a la república de “las garras de la izquierda radical”, todo el contenido del “Mandato para el liderazgo: la promesa conservadora”, un mamotreto de mil páginas redactado en consulta con lo mejor de las cavernas de Wall Street, el Pentágono y la Heritage Foundation, puede verse en https://www.project2025.org/.
Su hoja de vida, un prontuario más que un currículum, debería hacer de Trump un sujeto vulnerable. Sin embargo, los sondeos lo dan como ganador el 5 de noviembre y él disfruta con la discusión abierta acerca de si es un imbécil o un genio. Rex Tillerson, secretario de Estado de su gobierno, lo definió en el más puro léxico centroamericano como “un imbécil de la chingada”. El ex asesor de seguridad nacional, H.R. McMaster dijo directamente que “es un idiota”. En una entrevista con el británico The Guardian, Michael Wolff, biógrafo bestseller de varias celebridades (Trump y Rupert Murdoch, entre otros), dijo que “da la impresión de que el líder republicano es un imbécil, pero por otro lado tiene instintos agudos, entonces supongo que puede ser un imbécil y un genio a la vez”. Ese puede ser el próximo presidente de Estados Unidos.
El primer debate 2024: shows en los que la verdad importa cada vez menos
Los alrededor de 238 millones de ciudadanos que el 5 de noviembre estarán habilitados para votar en las presidenciales, ya saben lo que van a escuchar el jueves. Ese día los candidatos de los dos partidos dominantes cumplirán con el ritual de tirarse flores o intercambiar insultos en el primer debate con el que se abrirá la temporada electoral 2024. Con el anuncio de que los moderadores del encuentro “usarán todas las herramientas a su alcance para garantizar una discusión civilizada”, la cadena CNN –ganadora de la pulseada por la televisación– sorprendió por la franqueza de la terminología. En todo caso no es más que una buena síntesis del clima intemperante en Estados Unidos.
Los electores ya saben que, como su propio voto, que en última instancia es manipulado por el Colegio Electoral, el programa televisivo no es más que parte de una larga ceremonia con la que el establishment de la gran potencia riega la idea que presenta a Estados Unidos como el adalid mundial de la democracia. El evento, cuya realización se remonta a 1976, presenta esta vez dos novedades. Una, según las encuestas los votantes no estiman que el diálogo pueda ser determinante y creen que “es muy probable que Biden ni llegue a darse cuenta de que está debatiendo con Trump”. Otra, el acto es tomado como acontecimiento económico y será interrumpido dos veces para dar lugar al mensaje de los auspiciantes.
La seguridad y el traslado de los contendientes y sus equipos hasta los estudios de la CNN en Atlanta, Georgia, correrán por cuenta de sus comités de campaña. El único costo que tendrá la cadena televisiva fundada por Ted Turner es el de “un bolígrafo, una libreta, una botella de agua y un vaso”. Así reza, textualmente, el contrato firmado hace diez días por las partes. “CNN ha hecho uno de los mejores negocios de su existencia empresaria, es algo así como quedarse con la transmisión del Super Bowl”, opinó admirativamente uno de los editores del The New York Post, Se refería a la final de la National Football League, un evento que en 2023 le dio a YouTube 261 millones de visualizaciones y 600 millones de dólares.