Se aceleraron los tiempos en Estados Unidos y entre el supermartes y el tercer discurso del Estado de la Unión de Joe Biden se definieron los jugadores que nuevamente se verán las caras el 5 de noviembre. A un lado del escenario, el actual inquilino de la Casa Blanca, que parece haber recupera iniciativa luego de los algo menos de 70 minutos de su mensaje en el Capitolio, donde mostró un empuje que no se le veía desde hace tiempo, y del otro el expresidente Donald Trump, que tras el aval de la Corte Suprema para volver a presentarse, se apresta a volver al Salón Oval.
Tanto entre los demócratas como en el espacio de los republicanos, la novedad también corrió por cuenta de los desafiantes en las internas partidarias. El resultado inapelable de esta última ronda de elecciones primarias puso a la exembajadora de la administración Trump en la ONU, Nikki Haley, ante la decisión de retirarse de la postulación. Algo que se descontaba habida cuenta de la distancia que Trump le viene sacando en lo que interesa, que es la cantidad de delegados que cosechó hasta ahora: 1062 contra 91 de la que fuera gobernadora de Carolina del Sur.
Por el lado del oficialismo, la diferencia en favor de Biden es todavía más grande, al punto que hasta ahora perdió solo cuatro delegados por la Samoa estadounidense, Oceanía, uno territorios no incorporados a la Unión que, como Puerto Rico, que votan en las internas pero no en las presidenciales. El ganador en aquel remoto distrito fue Jason Palmer, un empresario de 52 años que se presentó como el desafiante más joven de Biden dentro de su partido.
Precisamente ese es uno de los ejes de la campaña electoral para noviembre. Ambos contendientes son señores mayores: Trump tiene 77 años y el actual mandatario 81. Pero las señales de senilidad de Biden han sido evidentes desde que asumió el cargo y eso es algo que su challenger se encarga de recordarles a los votantes en términos hasta bastante denigrantes.
De allí que, este jueves, Biden se permitió bromear sobre lo que sus consejeros saben que será el caballito de batalla del empresario inmobiliario. “Puede que no lo parezca, pero llevo aquí un tiempo”, dijo aludiendo a su extensa vida entre esas cuatro paredes. «Cuando llegas a mi edad, algunas cosas se vuelven más claras que nunca», agregó, para cerrar la idea: «somos la única nación del mundo con un corazón y un alma que emana de lo viejo y de lo nuevo».
Sin leer y con un manejo de la escena que desmiente anteriores presentaciones en las que lucía como perdido, Biden hizo un repaso de los logros económicos de su gestión. «Heredé una economía que estaba al borde del abismo (…y ahora) es literalmente la envidia del mundo (…) el desempleo está en su nivel más bajo en 50 años”, dijo. Obviando mencionar que gran parte de ese crecimiento se basa en la industria bélica, en un nuevo ciclo virtuoso por la guerra en Ucrania.
En relación a ese conflicto, insistió en que Trump le dice a Vladimir Putin “Haz lo que quieras”, mientras que él le freno a las ambiciones expansionistas y no se inclina ante el presidente ruso. En el resto de su alocución marcó las diferencias programáticas con el republicano -al que nunca nombró directamente- en cuestiones de género, de inmigración, de política exterior, de respeto por las instituciones.
Biden también se dio un momento para hablar de la situación en Gaza. «A los dirigentes de Israel les digo esto: la asistencia humanitaria no puede ser una consideración secundaria ni una moneda de cambio. Proteger y salvar vidas inocentes tiene que ser una prioridad”, indicó, y pedió un cese el fuego inmediato (ver aparte).
Pero el clima de su prédica fue básicamente plantar bandera de las diferencias a dirimirse en noviembre y en salir al cruce del que aparece principal reproche electoral. «La pregunta a la que se enfrentará el país no es cuántos años tenemos, sino qué tan viejas son nuestras ideas. No se puede liderar a Estados Unidos con viejas ideas que nos lleven de regreso».
Cuando todavía no se habían acallado los ecos de las palabras de Biden en el Congreso –Trump lo desafió a debatir cara a cara donde y cuando quiera y los medios menos cercanos a los demócratas cuestionaron su tesitura mas agresiva- el actual mandatario encaró una gira por estados indecisos y fundamentales para mantenerse por otros cuatro años ene l gobierno. Así, el viernes viajó a Pensilvania y ayer estuvo en Georgia, mientras que el lunes visitará New Hampshire y luego estará en Wisconsin y Michigan. Le servirá para mostrarse no solo lúcido sino vital.
«Joe Biden se ha propuesto llegar a los votantes donde están y salvar nuestras divisiones internas”, acotó la jefa de la campaña demócrata, Jen O’Malley Dillon, una especialista en estrategias políticas que viene acompañando al presidente desde 2020. En esos distritos, sobre todo en Pensilvania, los gurúes demócratas entienden que se juega la chance para los dos candidatos. Estado tradicionalmente demócrata o Azul, como se los pinta en los mapas electorales, con gran población de la clase trabajadora, Trump ganó en 2016. Biden recuperó en 2020 pero ahora hay dudas.
Un Kennedy se mete como cuña
En un país bipartidista como Estados Unidos, las cartas parecen jugadas y solo resta esperar a la hora de la verdad. Esto no corre para Robert Francis Kennedy Junior, el sobrino de John Fitzgerald Kennedy. que viene apostando a romper con esa histórica dualidad mediante un planteo que bien puede morder entre desencantados de ambos partidos.
Luego de haber intentado presentarse en las primarias demócratas, el hijo del exsecretario de Justicia de la administración JFK fue extremando su relato. De acusar directamente al FBI y la CIA de los magnicidios y de haber cuestionado las vacunas contra el Covid y el apoyo a Ucrania, se convenció de que la elite demócrata no le iba a dar espacio y ahora se lanza por la suya.
Así, en paralelo con el discurso de Biden en el Congreso, publicó en las redes su Discurso del Estado de Nuestra Unión. «Ni mi tío ni mi padre reconocerían la versión de Estados Unidos que tenemos hoy. Nos hemos convertido en una nación de enfermedades crónicas, violencia, soledad, depresión y división», arranca el hombre, que tiene 70 años. «En poco más de una década hemos impreso dinero por valor de nueve siglos y gastado 8 billones de dólares en guerras de cambio de régimen (que) han hecho a EE UU menos seguro, a nuestro país menos fuerte y al mundo mucho menos estable».
RFKJr se muestra como la esperanza para que EEUU vuelva a ser esa nación pujante y a la que, afirma, todos respetaban y envidiaban en los años de su infancia. Y de paso pone el dedo en la seguridad en las fronteras, que están “bajo el control de los cárteles de la droga que trafican desolación y fentanilo”.