El momentáneo triunfo cultural de la derecha se basa en las premisas de siempre: el Estado, los políticos, los sindicatos son culpables de todos los males y las heroicas víctimas de este sistema perverso son las 50 familias más ricas de la Argentina.
Un empresario quiere pagar pocos impuestos y bajos salarios. El tema es que también quiere que las rutas, los puertos y la infraestructura funcionen. Quiere que la población sea educada y feliz comiendo al final del día un plato de arroz con lentejas. No es que no entiendan que una cosa tiene relación con la otra. La codicia es más fuerte.
La mayoría del empresariado argentino –no todo– no puede mirar más allá de su estrecho interés. Por eso cuando gobiernan sus ideas el país comienza a desmembrarse. Gobernar implica tener una mirada de 360 grados y no sólo de una parcela.
El triunfo de Milei reeditó la idea de que hay un sector de la sociedad que «produce» y otro que sólo esquilma. El hombre más rico de la Argentina, Marcos Galperin, tiene exenciones impositivas por más de 100 millones de dólares anuales y se la pasa pontificando contra los «planeros». Para que Galperin pueda no pagar esos impuestos hay que cobrárselos a otro, diría un tal Javier Milei. ¿A quién? A los trabajadores a quienes el presidente les quiere reponer el Impuesto a las Ganancias a la cuarta categoría.
Al presidente le gusta la libertad hasta que los sindicatos consiguen mejoras para los trabajadores y llama a la rebelión fiscal de los propietarios, pero él aumenta los tributos a los trabajadores. Es Hood Robin.
Esta semana Alejandro Bulgheroni, presidente de la petrolera PAE, pidió ayudar a Milei. Dijo que «no se sale sin dolor». En las redes lo cazaron al vuelo y le contestaron: «¿el dolor de quién?».
La frase de Bulgheroni, cuya familia tiene una fortuna que ronda los 5000 millones de dólares, lleva a preguntarse si el pueblo tiene una pulsión antiempresaria o si son estos empresarios los que desprecian al pueblo del país en que amasaron sus fortunas.
Nunca queda claro el para qué del dolor. Cuando un chico de 12 años se anota para dar el examen de ingreso en alguno de los colegios preuniversitarios de la UBA, el Buenos Aires, el Carlos Pellegrini, sabe que tendrá un séptimo grado difícil. Estará ocupado de la mañana a la noche y habrá poco tiempo libre los fines de semana. También sabe que la recompensa será ingresar al colegio al que quiere asistir. El esfuerzo es claro, la meta es clara. En este caso, ¿por qué tiene que sufrir una sociedad que lleva más de ocho años perdiendo poder adquisitivo?
En el imaginario social el esfuerzo está vinculado al ahorro que luego se vuelca en inversión, un auto, un terreno, la entrada a un departamento. ¿Acaso hay millones de pequeños emprendedores ahorrando para que luego eso se transforme en capital? Los que crean empleo, los que hacen crecer la economía, es decir, los pequeños y medianos empresarios y comerciantes, están achicándose y en muchos casos van a la quiebra.
El presidente además celebra haber «terminado con la obra pública», único caso en el mundo capitalista.
Ni hablar de la admiración por Israel, que comparten Milei y su amigo Galperin. En Israel el Estado invierte el 7,1% del PBI en educación, mientras que Milei saca pecho por bajarles el sueldo a los maestros, cortarle los fondos a la investigación científica y las universidades.
Milei visitó el kibutz que sufrió el brutal ataque terrorista de Hamas el siete de octubre de 2023. Pareciera que nunca se detuvo a analizar cuál es el estilo de vida que practican los kibutz, cercano al socialismo que tanto desprecia.
¿Qué hacer? Parte del camino necesita paciencia oriental. Esperar que el hechizo termine de quebrarse. Ocurre en ese momento en que el comerciante, el empleado público, el mediano empresario, que votaron por Milei, toman conciencia de que la motosierra era contra ellos. El otro eje es insistir con que no hay capitalismo, ni progreso, ni inversión, ni esfuerzo que valga, sin Estado. La derecha no ganó con nuevas ideas sino con una nueva forma de insistir con las mismas. Una lección para tomar en cuenta. «