Estamos en Burkina Faso, es el desierto, en un campo yihadista. Pueden ser del Estado Islámico en el Gran Sahara (EIGS), del Grupo de Apoyo al Islam a los Musulmanes (JMIN) o algún otro grupo, todos afiliados a Al Qaeda y firmes partidarios de una lectura literal del Corán. Salafistas, como en Siria. El recinto está dividido en tres partes. En una están los comandantes y sus familias, en otra los yihadistas de rango inferior y en la tercera los aldeanos y los soldados capturados. Los yihadistas intercambian las mujeres que han capturado, otros las venden cuando ya se aburrieron, las que resisten son violadas en manada para someterlas. También hay túneles para protegerse de los ataques aéreos, donde esconden blindados y armamento. Hay niños. A algunos los entrenan con armas cortas, a otros los visten con chalecos bomba y ropas amplias. Son muy útiles en los combates difíciles, en especial en aldeas y cuarteles, donde ejercen de mendigos: el caos facilita el ataque de los combatientes. Esto sucede ahora, al menos si le creemos a Thomas Nadi, de BBC News, que publicó el 18 de diciembre esta entrevista a un prisionero que pudo escapar del citado campo.

Según la ONUDC (Organización de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito), estos grupos armados se financian a través del tráfico ilegal de minerales (oro, plata, diamantes), comercio ilegal de animales exóticos, de marfil y por supuesto practican la trata humana. Es interesante que señalen los vendedores y no los compradores. Debe haber una mano negra, perdón, blanca, digo. Como la que asesinó a Libia en 2011 y convirtió ese país en el caldo de cultivo para todos los grupos terroristas, tanto desde el punto de vista del adiestramiento militar como del financiamiento. Ya desde 2014 comenzaron los ataques sobre Burkina, Malí, Níger y Chad. Francia desplegó fuerzas militares para atacar a los terroristas, a los que logró contener pero no destruir. Además, hay que decir que la presencia militar europea -incluso con apoyo norteamericano- también permitía mantener los países protegidos en situación neocolonial. Año tras año, las poblaciones afectadas se sintieron más controladas que defendidas, con lo que la poca legitimidad de la presencia de la ex potencia colonial pronto llegó a la nada. Las revoluciones militares que comenzaron en 2020-2021 en Mali, 2022 en Burkina, 2023 en Níger cambiaron el panorama. Aunque los medios occidentales calificaron de inmediato como “dictaduras” estos gobiernos -apoyados por la sociedad civil de cada nación- plantearon la ineficacia de la guerra contra el terrorismo como una de las motivaciones para la toma del poder. Pero no es la única. En efecto, el coronel Assimi Goita de Mali, el capitán Ibrahim Traoré de Burkina, el general Abdourahaman Tiani, de Niger lanzaron la Alianza de Estados del Sahel (AES) en 2023, con el objeto de aumentar los intercambios comerciales, habilitar la circulación de personas, promover la seguridad alimentaria y la energética, avanzar en la transformación industrial, financiar la integración económica y establecer una institucionalidad acorde con ese proyecto político. Ganar una guerra no es sólo un asunto militar, sino la expresión armada de un proyecto político. Por cierto, expulsaron a las tropas extranjeras, como también hizo el Chad. Francia ya no tiene bases en la región.

Desde entonces, recrudecieron los ataques terroristas en la región. Más ejecuciones, violaciones, secuestros, saqueos, quema de aldeas, escuelas e intendencias. ¿Por qué ya no están más los franceses? ¿O por qué occidente ahora financia a los yihadistas? Es más, los países del AES denunciaron una nueva injerencia extranjera. ¿Cómo? Parece que occidente utiliza ahora tropas ucranianas en África del mismo modo que los Estados Unidos utilizaban militares argentinos en Centroamérica a principios de los ’80. Por entonces, la dictadura argentina exportaba torturadores para ayudar a la contra nicaragüense, esos “combatientes de la libertad” según Ronald Reagan. Del mismo modo usan a Ucrania para entrenar y equipar los grupos fundamentalistas islámicos que aterrorizan las aldeas de Burkina, Malí y Níger. Bueno, ya vimos como en Siria la franquicia local de Al-Qaeda puede beneficiarse de las mismas ayudas para pasar a “ser islamistas moderados” o incluso “rebeldes”. Lo sucedido en medio oriente ya tiene atentos a los gobiernos del Sahel, que en agosto de este año denunciaron sin éxito la presencia ucraniana entre los yihadistas ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. ¿Serán campanas de palo / las razones de los africanos?. Ya veremos.